El debate político y social sobre la prisión permanente revisable podría desarrollarse bajo el título de la célebre novela de Dostoievsky, uno de los textos literarios en los que mejor se han explorado los abismos oscuros en los que ciertos individuos se sumergen en determinadas ocasiones aciagas hasta cometer acciones atroces que repugnan a cualquier conciencia mínimamente sensible. El atormentado escritor ruso, que conoció las penalidades de la reclusión en Siberia, tuvo ocasión de reflexionar largamente sobre la misma cuestión que en estos días agita las portadas de los periódicos y las tertulias televisivas en España, la naturaleza y la intensidad de la sanción que debe recibir un crimen dependiendo de su gravedad. La Constitución española, que no es una excepción en este aspecto dentro del mundo occidental, establece que las penas privativas de libertad estarán orientadas a la reinserción del preso en la sociedad y que durante el cumplimiento de su condena el reo disfrutará de los restantes derechos fundamentales consagrados en nuestra Carta Magna, lo que significa que, aún tras los barrotes, debe ser tratado con humanidad y sin menoscabo de su dignidad. Nuestro ordenamiento, además, como el de todos los Estados Miembros de la Unión Europea, prohíbe la pena de muerte.
La clamorosa exigencia de mantener a buen recaudo a violadores, asesinos en serie, etarras y yihadistas, se extiende a todo el espectro de votantes, desde la extrema izquierda a la derecha más conservadora"
Una duda que ha surgido en millones de españoles desde la aprobación de nuestra Ley Fundamental hace ahora cuarenta años es la relativa a la exclusiva finalidad de la reinserción de las estancias en la cárcel. Mucha gente considera, con buen sentido, que, junto a este loable propósito, nuestro derecho primario debería contemplar también otros elementos como el justo castigo por el delito cometido, el efecto disuasorio sobre futuros posibles transgresores y la protección de la sociedad frente a los delincuentes. Nada de eso dice la Constitución, más allá del claro y enfático mandato de resocializar al que ha vulnerado la legalidad. Esta ignorancia de los demás componentes lógicos de la pena de prisión resulta sorprendente y choca con el sentido que de la justicia tiene la mayoría de ciudadanos que, sin descartar la necesaria labor de reeducar a los se han saltado las normas de convivencia, quiere también que paguen por lo que han hecho, sirvan de ejemplo persuasivo y saberse a salvo de sus fechorías mientras permanezcan entre rejas.
Los sondeos de opinión son contundentes: más del 80% de nuestros compatriotas están a favor de la prisión permanente revisable en el caso de crímenes particularmente repulsivos, como los de índole sexual, los que afectan a menores o los atentados terroristas. Esta clamorosa exigencia de mantener a buen recaudo a violadores, pederastas, asesinos en serie, etarras y yihadistas, se extiende a todo el espectro de votantes, desde la extrema izquierda a la derecha más conservadora. Y es que, antes que simpatizantes de este o aquel partido político o de adheridos a tal o cual ideología, los seres humanos son padres, madres, hermanos, hermanas, maridos, hijos, hijas, novios, esposas o novias de otros seres humanos, y la mera idea de que sus allegados puedan sufrir un daño espantoso a manos de un malvado, un iluminado o un psicópata les genera un temor incontenible y un deseo irrefrenable de que el culpable de tan terrible sufrimiento reciba lo que merece. Es, pues, innegable, que en este punto candente el PP y Ciudadanos conectan con las aspiraciones, convicciones y emociones de la inmensa mayoría y que el PSOE, Podemos y los nacionalistas circulan fuera de la carretera. Su posición, aparte de falta de realismo, es electoralmente suicida.
En este punto candente, el PP y Ciudadanos conectan con las emociones de la inmensa mayoría, mientras la posición de PSOE, Podemos y los nacionalistas es electoralmente suicida"
Jueces, psicólogos, psiquiatras, funcionarios de prisiones, antropólogos y sociólogos han escrito miles de páginas sobre el tema y si uno revisa este abundante material concluye que la unanimidad brilla por su ausencia. Al final, las diferentes aproximaciones al problema arrancan de un concepto de partida, el de la bondad natural del hombre y la influencia que tiene sobre sus acciones y pensamientos a lo largo de su vida el entorno familiar, social, económico y cultural en el que crece y se desarrolla. Si nacemos, como afirmaba el famoso pensador ginebrino, limpios y puros de corazón y es la sociedad la que nos malea, entonces la puesta del acento en la reinserción descansa sobre una sólida base. Ahora bien, si como indica la moderna psicología evolutiva, el buen salvaje es sólo un mito carente de fundamento científico, entonces hemos de coincidir con Steven Pinker y los brillantes planteamientos contenidos en su obra capital, The Blank Slate y, olvidando los progresismos buenistas, atenernos a la cruda verdad sobre lo que somos en los ámbitos bioquímico y genético. Desde esta perspectiva, la prisión permanente revisable se revela correcta y necesaria.
El Tribunal Constitucional nos iluminará un año de estos sobre si esta figura penal se ajusta a nuestra Norma Suprema, pero con independencia de su sabio veredicto, la indignación y la impotencia de centenares de familiares y amigos de víctimas de auténticos monstruos de maldad que contemplan el inaudito espectáculo de ver a los responsables de los más espantosos horrores caminado sueltos por la calle, no pocos a razón de un año de reclusión con televisión, gimnasio y biblioteca por vida inocente segada, permanecerán vivas y encendidas con tal fuerza que se hará difícil soslayarlas.
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