No hace ni un mes, en ese ejercicio que suelo practicar una vez al año y que no me tomo demasiado en serio -estoy convencido que la profesión de profeta no existe- comentaba que el mayor riesgo económico, incluso para una España herida por la evidente pérdida de poder adquisitivo, venía del comportamiento de los activos financieros. Y ha dado la casualidad que en enero, que, a pesar de ómicron, no parece que haya sido un mes malo en lo económico (ni a escala nacional ni global), hemos vivido una tormenta bursátil aderezada con un desplome del precio de los criptoactivos bastante llamativo, como por otra parte es costumbre en ellos.
Las razones de lo que ha pasado estas semanas latían ya en diciembre cuando, tras las bajadas violentas provocadas por la aparición de la nueva variante de la pandemia, mucho dinero entró en los mercados ante unos precios que se valoraban muy atractivos, amen de la estacionalidad alcista de final de año (donde se retratan todos los gestores, interesados en un cierre anual poderoso) y de la primera semana de enero (en la que hay flujos de entrada de dinero importante). Estas circunstancias llevaron a que, por ejemplo, Wall Street volviera a registrar máximos históricos. Unos máximos que coincidieron con el ejército ruso en la frontera de Ucrania, la Fed avisando de subidas (en plural) de tipos de interés en 2022 y con un elevado número de valores muy lejos de sus máximos. Es decir, que se realizaron porque las cotizadas de mayor peso en los índices se comportaban muy bien, pero no porque la mayoría del mercado disfrutara del mismo optimismo.
Esto ha provocado algo realmente extraño en los últimos años: que el Ibex, aupado por sus bancos contentos de la posibilidad de mayores tipos, se comporte bastante mejor que el Nasdaq
Se produjo entonces la corrección, motivada principalmente porque la rentabilidad de la deuda empezó a subir. El bono a 10 años estadounidense retornó a sus niveles prepandemia (el alemán volvió al positivo, algo que no ocurría desde 2019), y eso hizo bajar a las acciones más sensibles a los tipos de interés y a la política expansiva de la Fed: las tecnológicas. Esto ha provocado algo realmente extraño en los últimos años: que el Ibex, aupado por sus bancos contentos de la posibilidad de mayores tipos, se comporte bastante mejor que el Nasdaq. Y luego ya salieron los vientos de guerra en Ucrania a lo que sumar el desplome de las criptos, que tiene unos factores propios.
El bitcoin demediado
Las criptos marcaron máximos históricos en noviembre y este enero, desde ese nivel, incluso la más importante que es el bitcoin, ha perdido la mitad de su valor. El resto, especialmente las más pequeñas, han sufrido pérdidas mayores. Eso no quita para que sigan estando, en general, por encima de su cotización de hace un año. Es decir, se ha corregido un exceso y, de momento, poco más. De nuevo, como con el Nasdaq, el principal motivo de la bajada es el miedo a que la Fed endurezca su política, ya que su tendencia alcista desde su existencia se ha desarrollado en un entorno en el que la liquidez sobrante llevaba a los inversores a comprar activos alternativos. Y se aceleró, no sólo porque cuando baja la bolsa suelen bajar también los criptoactivos (dando la razón a los que piensan que son un activo especulativo alimentado hasta ahora por la Fed), además crypto.com reconoció que los hackers habían robado hasta 30 millones de dólares (provocando, una vez más, dudas en la seguridad) y el Banco de Rusia anunció que quiere prohibir el minado (aunque luego Putin ha dicho que en algunas regiones donde sobra electricidad podría mantenerse) y el comercio de criptomonedas (algo que ya hizo China, si bien entonces los criptoactivos se recuperaron pronto del desplome provocado por la noticia). Otros argumentos que se dan, ya comentados en otras ocasiones, es el afán regulatorio, especialmente pronunciado si, como parece, los bancos centrales acaban sacando sus propias monedas digitales, tratando de eliminar la competencia de las criptomonedas “libres”.
Más allá de que algunos crean que el bitcoin es dinero (otros piensan lo mismo del oro), lo cierto es que es un activo que, para sus poseedores, implica una pérdida o una ganancia en función del precio. Esto es muy obvio aunque hay quien dice “qué me importa que suba o baje si no pienso volver a cambiarlo a dólares o euros”, y lo entiendo como consuelo pero lo cierto es que no se puede adquirir lo mismo con un bitcoin cuando vale 50 mil que cuando vale 40 mil, ahí hay una pérdida de poder adquisitivo real, sea o no considerado dinero. Nadie duda de que la lira turca sea dinero y para un turco que quiera comprar algo del extranjero la fuerte devaluación de su divisa, provoca que pueda adquirir, con lo mismo, mucho menos. La clave para el futuro a corto plazo del precio de las criptomonedas, a mi juicio, está en ver si, como han hecho hasta ahora, siguen a las bolsas en sus movimientos, y si éstas rebotan, ellas también lo hagan (y como suele ocurrir en un activo tan volátil, con más fuerza), porque si no es así, entonces puede que la debilidad de las últimas semanas sea algo más que una corrección.
Entramos en periodo alcista
No es posible saberlo aún. Como dije, no creo en profetas. A falta de una sesión para acabar enero parece que bolsas y criptos se alejan de los mínimos de enero, y además entramos en un periodo de tres meses que, por estacionalidad estadística, es de los más alcistas del año. Lo normal es que la bolsa suba, más si se ha comprado tras un desplome rápido como el de este mes. Las caídas muy pronunciadas son bastante raras, y ya vivimos una en marzo de 2020, y las bajadas globales bursátiles continuadas son muy esporádicas. Lo que pasa es que la situación actual no es similar a otra: llevamos años de inyecciones de dinero barato por parte de los bancos centrales que han hinchado (no sabemos hasta qué punto) el precio de algunos activos a niveles que serían inconcebibles sin toda esa exagerada política monetaria, y eso empieza a cambiar.
Hasta ahora la bolsa subía con buenas noticias porque eran positivas y también con malas porque suponía una mayor intervención del banco central. Pero si ocurre lo peor y hay un conflicto en Ucrania (que casi seguro será bélicamente limitado pero implicará un encarecimiento de la energía, especialmente para Europa que ya está sufriendo, además de por el gas, por un crudo en máximos de precio desde 2014) nos encontramos con una mala noticia que no puede ir acompañada de más inyecciones de liquidez puesto que la noticia en sí provocará que la inflación se dispare aún más. Es decir, si ocurre ese escenario, no sólo resultará pésimo y hasta dramático para la economía, sino que, además, podría implicar que BCE siga a la Fed y suba los tipos para intentar frenar la inflación, y con eso reducir el crecimiento previsto.
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