Opinión

La crisis de los bancos centrales

Han sido estas subidas de tipos las que han jugado un papel relevante en las quiebras de los dos bancos intervenidos

Vuelta a las andadas. La tecnocracia no ha aprendido absolutamente nada. Los Bancos Centrales, de nuevo en el disparadero. El pasado viernes 10 de marzo, el Silicon Valley Bank (SVB), un banco constituido en el Estado de California, y una vez que la enorme burbuja de las startups ha explosionado, a la que dicho banco estaba fuertemente expuesto, fue cerrado e intervenido por el Departamento de Protección e Innovación Financiera de California (DFPI). Pero es que además el susodicho banco no cubría adecuadamente el riesgo de tipos de interés. El domingo por la noche, el Departamento del Tesoro de Estados Unidos, la Reserva Federal y la Corporación Federal de Seguros de Depósitos (FDIC), raudos y veloces, emitieron un comunicado conjunto en el que esbozaron un plan para poner a disposición de los clientes todos los depósitos de Silicon Valley Bank, así como de Signature Bank, que fue cerrado por los reguladores de Nueva York a primera hora del lunes 13 por la mañana.

La FDIC afirmó que “todos los depositantes tendrán acceso completo a sus depósitos asegurados, hasta 250.000 euros, a más tardar el lunes 13 de marzo de 2023 por la mañana. No perderán ni un céntimo”. Respecto a los depósitos no asegurados, por encima de 250.000 dólares, la FDIC pagará a los depositantes un dividendo anticipado durante la próxima semana. Los depositantes no asegurados recibirán además un certificado de administración judicial por el importe restante de sus fondos no asegurados. A medida que la FDIC venda los activos del Silicon Valley Bank, es posible que se realicen futuros pagos de dividendos a los depositantes no asegurados. Parece que recibirán al menos una parte de sus fondos. Si bien no se protege a los accionistas y bonistas de estos bancos, no es un “bail-in” en sentido estricto.

La decisión de respaldar todos los depósitos en SVB y Signature, no sólo los 250.000 dólares que están asegurados por la ley federal, se basó en la opinión de que era necesario para evitar un colapso 'sistémico' más amplio. Esta medida sin duda debería activar una tormenta política sobre la decisión de proteger activos de empresas tecnológicas, capital-riesgo y de ciertas personas ricas en California. La Reserva Federal, dura con los débiles, sin entender aún que está provocando la espiral inflacionista actual, no dudó en exprimir a la clase trabajadora, y a las Pymes estadounidenses con tipos de interés cada vez más absurdamente altos. Y han sido estas subidas las que han jugado un papel relevante en las quiebras de los dos bancos intervenidos. Cuando el colateral de la deuda de estos bancos se hunde, boom, se activa la hipótesis de inestabilidad financiera de Minsky. Sí, estamos de nuevo en un momento Minsky.

¿No van a decir nada ante el aumento de poder de mercado de determinas corporaciones, en determinados sectores y su impacto fuertemente inflacionista?

La Reserva Federal y el Banco Central Europeo estaban decididos a continuar con su absurda política monetaria restrictiva para controlar la inflación, aunque ésta no tuviera absolutamente nada que ver con las causas que sí requerirían de una restricción monetaria. Si lo que ha provocado la inflación actual no tenía nada que ver con las razones que sí justificarían una restricción monetaria,, ¿por qué estaban dispuestos a frenar la economía y afectar negativamente a empresas y familias, especialmente a las más vulnerables? ¿Van a actuar de esta manera cada vez que los mercados de derivados de materias primas formen burbujas especulativas? ¿No van a decir nada ante el aumento de poder de mercado de determinas corporaciones, en determinados sectores y su impacto fuertemente inflacionista? Estas preguntas nos las hacíamos antes de la quiebras de SVB y Signature. Tras éstas, pelillos a la mar, los tipos de interés oficiales, tachan, no subirán.

La actual subida de tipos de interés oficiales por parte de los Bancos Centrales para frenar la inflación es un ejemplo de políticas distópicas. No se han implementado aún ninguna de las medidas de política económica que sí podrían atajar las causas que han originado el episodio de inflación actual, iniciado en la segunda mitad de 2021, y exacerbado tras la invasión de Ucrania. Implementarlas supondría una enmienda a la totalidad del marco teórico con el que trabajan los bancos centrales, como reconocer que se han equivocado. El problema es que juegan con el bienestar de la ciudadanía, y ya van demasiadas equivocaciones.

La primera de las causas, de la cual los Bancos Centrales aún a fecha de hoy no han dicho ni una palabra, fue la desregulación de los mercados derivados de materias primas entre finales de los 90 y principios del siglo XXI. Los Bancos Centrales fueron parte de esas cheerleaders que animaron a desregular estos mercados. Respecto a la segunda de las causas, la reestructuración del mercado eléctrico global, los Bancos Centrales eran uno de esos hooligans que aplaudieron y defendieron el sistema marginalista actual. La tercera de las causas, la más importante en la actualidad, es el aumento de poder de mercado de ciertas corporaciones, en determinados sectores, derivado de serie de desregulaciones, liberalizaciones, en un contexto de financiarización, de todo lo cual los bancos centrales fueron unos entusiastas defensores.

La Ley Glass-Steagall de 1933 fue un ejemplo. Aunque limitaba las líneas de negocio en las que podían participar los bancos, en realidad los protegía

Sin embargo, el pecado original que nos ha llevado al actual callejón sin salida, fue la derogación de la Ley Glass-Steagall. La regulación es una forma de intervencionismo que representa un impuesto directo o indirecto sobre la economía. Pero, en muchísimos casos, la regulación bien vale su coste, ya que proporciona beneficios que compensan el impuesto económico y la carga impuesta a los demás. La Ley Glass-Steagall de 1933 fue un ejemplo de ello. Aunque limitaba las líneas de negocio en las que podían participar los bancos, los protegía y, lo que es más importante, a la población de la depresión económica. Muchos factores han pesado sobre la economía en los últimos años y, en mi modesta opinión, la derogación de Glass-Steagall es uno de ellos. Su derogación en 1999 supone un claro punto de inflexión en la historia de las instituciones financieras y las actividades que esta regulación limitaba antaño.

La Ley Glass-Steagall de 1933 se promulgó para combatir las actividades bancarias extralimitadas que provocaron inestabilidades financieras y alimentaron la Gran Depresión. El principal objetivo de la ley era evitar otro colapso bancario como el que en aquel momento estaba paralizando a los bancos y dejando a los depositantes sin un céntimo. Para ello, se separaban las actividades bancarias tradicionales comerciales de las de inversión. Desde 1933 hasta su derogación en 1999, se prohibió a los bancos que captaban depósitos negociar y suscribir valores no gubernamentales y sin grado de inversión. La Glass-Steagall impidió que se produjera una crisis de la magnitud de la Gran Depresión.

Pero bajo la administración Clinton, con el partido demócrata, en 1999, el Congreso aprobó la Ley Gramm-Leach-Bliley (también conocida cómicamente como Ley de Modernización de los Servicios Financieros de 1999), que derogó Glass-Steagall. La derogación, tras una actividad lobista del sector financiero, puertas giratorias mediante, fue promovida al público como un medio para liberar la capacidad de los banqueros de proporcionar más capital y liquidez para estimular la actividad económica. Menos de diez años después de la firma de la Ley Gramm-Leach-Bliley, las instituciones financieras sufrieron una implosión sin precedentes desde la Gran Depresión. Sin el salvavidas de los rescates masivos financiados por los contribuyentes, la política monetaria y los cuestionables cambios en las normas contables, la carnicería financiera de la crisis de 2008 podría haber igualado o incluso superado la de la Gran Depresión. Si a ello unimos la ley de desregulación bancaria de 2018 firmada por Donald Trump, y que relajaba la supervisión de los bancos medianos, ¿qué podía salir mal? Sin duda alguna ni el Diablo Cojuelo lo podría haber diseñado mejor.

Los beneficiarios de las políticas dirigidas a la industria financiera, sector FIRE, alrededor del 1% de la población, obviamente no han tenido ninguna queja. Pero, para el otro 99% de la ciudadanía, hay un cierto resentimiento justificado por el hecho de que no sólo se quedaron atrás sino que subsidiaron las políticas que alimentaban la riqueza del 1% más rico. ¡Y ahí seguimos todavía!

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