Corre un vídeo estos días por las redes sociales en el que aparecen algunas de las personalidades más reconocidas de la televisión. La primera es Susanna Griso, quien hace un llamamiento a que las mujeres acudan a la manifestación del 8-M: “Que ni el coronavirus sea una excusa para que salgamos a reivindicar nuestros derechos”, afirma. También se muestra a Cristina Almeida, otra tertuliana habitual en las mejores mesas, que apunta: “Celebrar esto es mucho más que enfrentarme al virus, por tanto, hoy llamo para movilizarnos”.
El documento audiovisual lo remata Risto Mejide, quien quizá es el mejor símbolo y el peor síntoma de la imbecilidad de la sociedad de la información actual, que encumbra a personajes con más labia que argumentos. El presentador culpa a los medios de alarmistas y tacha de fake una información sobre tres infectados por la enfermedad. A su derecha, aparece Pilar Rahola con una mascarilla en la barbilla y en plena carcajada. El programa lo coproduce Minoría Absoluta, empresa de Toni Soler, uno de esos independentistas que ha facturado decenas de millones de euros a TV3, pues, ya se sabe, lo público es de todos, pero está al servicio de unos pocos.
Reconozco mi error por menospreciar la amenaza del coronavirus cuando no existía la constancia de que el patógeno hubiera aterrizado en Europa. Incluso consideré alarmista el enfoque de quienes informaban de su expansión por Italia, cuando apenas si había unas decenas de casos. Nos avisaron tantas veces de la llegada del lobo que, cuando se presentó, costó identificarlo. Pero ha llegado y ha generado una crisis sanitaria que no ha alcanzado su 'pico' y un terremoto económico que amenaza con sepultar a cientos de empresas y con empobrecer a una sociedad española que apenas si ha podido disfrutar del período de Entreguerras que se ha extendido entre 2015 y 2020.
La gran infamia
Pero el problema no es tanto de quienes fueron miopes ante el nuevo enemigo como de quienes se pusieron la venda en los ojos y recitaron como papagayos consignas interesadas. No sólo lo hicieron las más destacadas miembras de la avanzadilla intelectual del feminismo patrio, como Carmen Calvo o Irene Montero. También conductores de programas de actualidad y tertulianos de cupo. De esos que se disfrazan de bombero, de banderillero o de mosquetero dependiendo de lo que exija el guión. Siempre, sin quejarse, pues su jugosa remuneración depende en buena parte de eso: de su capacidad de complacer y tragar sin protestar.
Los mismos que hace unos días animaban a las masas a manifestarse el 8-M, con 8 muertos y 374 casos en los registros, cambiaron de mensaje el día 9 y comenzaron a alentar -y a amedrentar- a la población para que se quedara en sus casas en un llamamiento a la responsabilidad tan hipócrita que repugna. No toda la culpa ha de recaer en las feministas, pues hubo quien criticó sus movilizaciones y jaleó desde sus tribunas mediáticas el mitin de Vox de Vistalegre. O quien clamó contra la opción de que se jugaran los partidos de fútbol a puerta cerrada desde páginas que hoy provocan dentera.
Resulta vergonzante el seguidismo gubernamental que han realizado durante los últimos días los caudillos mediáticos de la izquierda
Resulta vergonzante el seguidismo gubernamental que han realizado durante los últimos días los caudillos mediáticos de la izquierda, que desde sus programas llaman a mantener la calma o avisan sobre los peligros de la plaga contemporánea en función de lo que interese transmitir. Vivimos en un país en el que la información oficial se asume como dogma de fe y en el que se dedica mucho más tiempo a desgranar las disputas internas de la sexta fuerza parlamentaria que a informar de lo que ocurre en los hospitales, en los tanatorios o en los cementerios.
Una buena parte de los periodistas -con libertad de movimiento estos días- no pisa la calle, sólo la moqueta y eso provoca un doble efecto pernicioso: por un lado, no se informa sobre lo que le sucede a los ciudadanos de a pie y a las víctimas del coronavirus. Por otro, se concede un excesivo protagonismo a las consignas gubernamentales y a los todólogos que las vituperan constantemente.
Se emiten en directo decenas de declaraciones de políticos y de intervenciones de opinadores indocumentados, pero se muestra con cuentagotas el dolor de las familias. Conviene huir del sensacionalismo, pero no ocultar la evidencia, y es que esta nueva enfermedad ya ha provocado varios golpes a los ciudadanos y cientos de fallecimientos. ¿Por qué se obvia esa cruda realidad?
Por cierto, algunos de los que dedican día y noche a analizar cada episodio de la soporífera guerrilla política han pasado de largo sobre la enésima travesura del Borbón y la 'bomba informativa' que soltó la familia en este momento de debilidad nacional. Un reino a la medida de un Rey emérito; y un Rey emérito a la medida de un reino. Se han publicado estos días editoriales insostenibles al respecto. Es terrible.
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