Opinión

Cristina KK

 El 17 de abril de 2004, el Periódico de Barcelona publicó una reseña de la presentación del libro hagiográfico Marta Ferrusola, a l’ombra del poder (Marta Ferrusola, a la sombra del poder).  La protagonista del acto, todavía san

 El 17 de abril de 2004, el Periódico de Barcelona publicó una reseña de la presentación del libro hagiográfico Marta Ferrusola, a l’ombra del poder (Marta Ferrusola, a la sombra del poder).  La protagonista del acto, todavía sangrando por la herida causada por el éxito del tripartito que había desalojado del sillón a su hasta entonces omnipotente marido, se despachó a gusto con el periodista declarándole lo siguiente: “Nos lo robaron, es como cuando entras en casa y te han reventado los armarios. Nos lo robaron.” Es curioso el uso desacomplejado que la matriarca de la famiglia Pujol, saga de tan siniestro futuro judicial, hizo en ese momento del verbo robar, aplicándolo al poder político como si fuera parte del ajuar del famoso piso de General Mitre. Lejos de sus entendederas cualquier explicación sobre mayorías parlamentarias, su Jordi tenía derecho, mejor dicho, era el propietario legítimo del cargo de presidente de la Generalitat, por mandato divino. El voto de la ciudadanía solo era requerido en tanto en cuanto refrendase por mayoría ese destino en lo universal de Pujol. Cataluña c’est moi, parecía decir doña Marta, y todo lo demás eran cosas de españoles y demás razas inferiores. Poco se imaginaba la pobre mujer los terribles tragos que aún le reservaba el destino.

Cualquiera que no fuera su marido, y mucho menos si se trataba de un miembro de la raza inferior, no tenía a sus ojos ningún derecho de ser Presidente de la Generalitat.

Unos pocos años más tarde, en 2008, Ferrusola tuvo que ver cómo un cordobés de Iznájar, José Montilla, accedía al cargo de presidente de la Generalitat. Ella, que había sufrido lo indecible procurando que sus hijos pequeños no jugaran en los parques con niños castellanohablantes para que no se contaminasen con las vocales abiertas de sus gritos infantiles, no pudo contenerse y en una entrevista concedida a la revista Lo nuestro del grupo TeleTaxi respondió así a la siguiente pregunta: “¿le molesta que el presidente de la Generalitat sea andaluz?” “Un andaluz que tiene el nombre en castellano sí, mucho.” Y es que cualquiera que no fuera su marido, y mucho menos si se trataba de un miembro de la raza inferior, no tenía a sus ojos ningún derecho de ser presidente de la Generalitat.
Recordé el domingo, de forma instantánea, estas declaraciones de Ferrusola viendo a otra mujer, también esposa de presidente y posteriormente presidenta ella misma por herencia de partido tras su viudedad, pasarlas canutas al tener que asistir a la toma de posesión como presidente de su némesis política. Cristina Kirchner, vestida de rojo por sus enemigos, con un conjunto pantalón que en nada la favorecía, pasó una de las mañanas más amargas de su vida teniendo que presenciar el juramento de Javier Milei. Sin parar de gesticular, mangoneando a unos y a otros hasta el último momento, abriendo paso a la comitiva como si fuera la señora de la casa y el presidente electo el operario que viene a repararle la caldera, Cristina, como Marta, se dejó de filtros y se mostró a las cámaras y a los micrófonos tal cual es. Con una falta de educación que podría resultar admirable en un niño de cuatro años que tratara de evadirse de las amigas de su abuela, asistió al juramento sin parar de mover el cuerpo de un lado a otro y con las manos en los bolsillos, como si esa fuera la única forma que había encontrado de controlarlas y con el rostro amargo y soliviantado del que no acaba de creerse lo que le ha sucedido. Cristina, como Marta, se consideraba en el poder por dercho propio, y Argentina, en un voto marcado por el instinto desesperado de supervivencia, le ha señalado la puerta de salida. Marta Ferrusola tenía 70 años en el momento de sus declaraciones, curiosamente solo un año más que Kirchner ahora. Será que con la edad desaparece el barniz de educación en los casos en que esta ha sido superficial y las ganas de esconder lo que uno es. Dígase a favor de Javier Milei que, ante semejante falta de respeto, se mantuvo sereno y sonriente, consciente de que aguantar las impertinencias de Cristina es el primero de los muchos sapos que el peronismo le tiene preparado en ese campo de minas que va a ser su mandato.

La obscenidad de la peineta


No contenta con ello, a la salida del Senado, ya de espaldas, Kirchner respondió a algo que oyó del público de la peor forma posible. Con una peineta que resumía, en su obscenidad descarnada, lo que ha sido su paso por la política argentina. 'No hay plata', dijo Milei en su discurso inaugural. Han dejado a este gobierno en la peor situación posible. Prometió ajuste sin anestesia, porque no hay más opciones. En la mente de todos,  el dedo de Kirchner seguía enhiesto en un gesto vergonzante con la que se la recordará ya para siempre en una imagen triste e instantáneamente icónica. Cristina Kirchner, mujer de Ernesto. Doblemente Kirchner. Cristina KK.

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