Opinión

Crítica de la razón-performance

Lo lógico hoy habría sido seguir hablando de los indultos o del acto de ayer en Colón, pero en lugar de eso he preferido fijarme en un debate que se

Lo lógico hoy habría sido seguir hablando de los indultos o del acto de ayer en Colón, pero en lugar de eso he preferido fijarme en un debate que se emitió la semana pasada en ‘Playz’, el canal para jóvenes de RTVE. Porque ya se ha dicho todo lo que se podía decir sobre los indultos, porque los indultos se producirán y no pasará nada, y sobre todo porque Homo sum, humani nihil a me alienum puto, que dijo aquel. Es muy interesante observar temas y fenómenos que el piloto automático nos hace despreciar. Es interesante en sí mismo, puesto que suelen encerrar más profundidad de la que aparentan, pero también porque muchas veces esos fenómenos acaban arrollándonos mientras nos preguntamos de dónde han salido.

‘¿Hemos olvidado la conciencia de clase?’ es el título del debate, que ya desde el principio muestra la característica apertura de estas cosas de la televisión pública. En el debate se asume que existen varias clases, que “el sistema” las oprime y que existe también algo que llaman “dominación capitalista”. Pero lo más interesante no es el debate, que principalmente consiste en determinar qué clase o identidad se siente más oprimida, sino cierta idea sobre el acto de debatir que aparece hacia la mitad del programa: “El problema es ese concepto de racionalización que tenéis, que es el que ha tenido siempre el hombre blanco europeo, de que la racionalización tiene que entrar en todos los ámbitos de todo lo que conocemos para que esos ámbitos sean válidos”.

No hay una razón obrera, una razón negra ni una razón trans, y por eso cualquier persona puede intentar comprender cualquier fenómeno y hablar después sobre ello

Uno se pregunta para qué irá alguien que piensa así a un plató de televisión a discutir cualquier cosa, y por qué no expresa sus ideas o sentimientos en una performance, que no exige el sometimiento a la razón. Pero es una pregunta estúpida, como bien apuntó Manuel Mañero. Alguien que piensa así va a un debate precisamente porque cree que lo que se va a producir no es un debate, sino una performance. Y no se equivoca. Un debate exige el uso de la razón, que es una facultad humana universal. Y como es universal, diluye las adscripciones identitarias. No hay una razón obrera, una razón negra ni una razón trans, y por eso cualquier persona puede intentar comprender cualquier fenómeno y hablar después sobre ello. La performance, en cambio, no consiste en desentrañar un fenómeno, sino en mostrarlo. No exige un sometimiento colectivo a la razón, sino que permite una exhibición emotiva de lo particular. Y conviene no engañarse: la exhibición emotiva de lo particular suele ser más potente como mecanismo de persuasión que la fría racionalidad.

El hombre blanco europeo

El peligro después de decir todo esto, el salto ilegítimo, es concluir que los jóvenes no pueden aspirar a otra cosa. Que la adolescencia, también la adolescencia tardía, es una época inevitablemente dominada por los impulsos y por la opinión, de transición hacia la racionalidad, y que en realidad el canal para jóvenes de RTVE cumple una función social. Pero afortunadamente no es así, y esto es algo que sabe cualquiera que haya dado clase en Bachillerato. En los últimos años, en la asignatura de Filosofía, hemos tratado en clase varios temas complejos. La cuestión nature-nurture, la brecha de género, los suicidios, el nazismo y la existencia del mal o la posibilidad de una ética universal, por poner algunos ejemplos. También debatimos sobre ellos, pero ‘debate’ aquí significaba lo siguiente:

Primero, el profesor exponía el tema. Sin adornos y sin mencionar aspectos que lo hicieran “significativo” para la vida concreta de los alumnos. A continuación explicaba sus premisas y sus implicaciones, y hacía preguntas. Cuando veía que habían captado la relevancia y la complejidad del asunto, venía lo importante: trabajo. Normalmente en grupos de tres alumnos, que pasaban varios días eligiendo el enfoque, buscando información y planteándose preguntas con la guía del profesor. Finalmente se entregaba el trabajo, se exponía al resto de la clase y se permitían más preguntas de los alumnos. Y ya. Esto era el debate. Explicación previa del tema, profundización y discusión sobre lo aprendido. Negar la base racional que debe guiar cualquier discusión pública justificándose en que la racionalidad es un constructo del hombre blanco europeo, del patriarcado o del sistema de dominación capitalista es cargarse la posibilidad de un debate serio. Y ese parece ser el objetivo de fondo. 

La ‘razón performance’ puede provocar hilaridad en la izquierda racionalista y en la derecha realmente existente, pero el caso es que su enfoque performático, empático y particularista se está aplicando con éxito en los asuntos políticos más serios a los que nos enfrentamos. 

Conviene no despreciarlo ni tomárselo con ligereza porque no es sólo una ocurrencia que suelta alguien en un debate para jóvenes, sino que hay adultos defendiendo versiones parecidas de este derribo. La racionalidad es un problema, es invasiva, es colonialista (por qué no), del mismo modo que la ley es vengativa, revanchista, opresora y a saber cuántas cosas más. Sólo así, aceptando la lección de Humpty Dumpty sobre el significado de las palabras, es posible presentar una medida injusta, arbitraria y partidista como un acto justo, magnánimo y con sentido de Estado.

Y al final resulta que sí, que lo lógico hoy era hablar también de los indultos.

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