Opinión

Para cuando el ruido se apague

De alguna forma, todos ganamos contigo. Sigue bailando, Elena. Sigue bailando y que la música nunca dejé de sonar

Me topé contigo por casualidad. No te busqué, pero apareciste ahí en ese otro mundo virtual lleno de mentiras para insuflarme un soplo de verdad. Ibas detrás de la vida con tantas ganas que no pude más que engancharme a ti como el koala se abraza a los árboles. Me atraparon tu sonrisa del tamaño de un buque inmenso en un charco diminuto y los pañuelos que lucías sin temores, aunque los miedos martillearan, también, esa misma cabeza desnuda que protegías con esmero. Lo reconociste tú misma: "Es importante saber que se puede sentir miedo".

Eras como un rayo de luz iluminando las tinieblas ajenas y eso que tú ya tenías bastante con las tuyas propias. Desde los 16, inhumano, batallando contra un enemigo cuya existencia probablemente ni conocías a esa edad. Te lanzó el mundo al frente demasiado joven y, aun así, sin armas, venciste porque no pasó un día sin que tus dientes blancos ocuparan por completo tu rostro menudo y afilado por la enfermedad. Eso ya es una victoria, un reflejo de que tu alegría valía más que cualquier tristeza posible, incluso cuando compartías fotografías postrada en una cama de hospital, atada a mil máquinas para seguir respirando.

No escondiste nunca ni un solo detalle y eso te hacía tan real, tan próxima, que tu millón de seguidores, la legión que formaste, te creímos parte de nuestra familia aún sin serlo

Lo he contado en alguna columna antes, que me obsesioné con tu perfil de Instagram, elenahuelva02. Llegué a creer que el nombre te lo daba tu ciudad, aunque ya te encargaste tú, más de una vez, de recalcar que era Sevilla tú lugar y Huelva tu apellido. Lo contaste todo sobre el bicho que, poco a poco, te fue devorando por dentro, mordisco a mordisco. No escondiste nunca ni un solo detalle y eso te hacía tan real, tan próxima, que tu millón de seguidores, la legión que formaste, te creímos parte de nuestra familia aún sin serlo. Te soñé muchas veces, te debería haber rezado otras tantas.

Días después de tu marcha, un vídeo tuyo en blanco y negro, subida a hombros de alguien, levantando efusiva los brazos al ritmo de una canción de Manuel Carrasco, me conmovió hasta el tuétano. Tú en lo alto, en mitad de la multitud, disfrutando del presente, del tiempo, mientras escuchabas ese lema -Mujer valiente- escrito casi para ti. Lo fuiste, hasta el último instante.

De hecho, la misma mañana de tu muerte colgaste una foto de unas manos entrelazadas, entre ellas la tuya con esos dedos raquíticos y alargados vestidos por varios anillos -uno de una corona- y por una manicura moderna de esas de las que presumías: “Hoy me he despertado no de la mejor forma, es más, nada bien, un muy susto. Están siendo días muy difíciles, están siendo muy complicados, cada vez más, pero como sabéis yo soy más fuerte y más complicada. Quiero que sepáis que ya gané, hace mucho. Seguimos siempre”. No hubo más instantáneas, ni más palabras por tu parte. Las dejaste todas dichas o, al menos, te encargaste de repetir con ahínco la más importante: investigación, investigación, investigación.

Habrá que ver a qué término llega todo esto, en qué queda la letra pequeña, pero mientras se siga estudiando, invirtiendo en ciencia, mientras haya lucha, hay esperanza

Ahora que se apaga el ruido, que tu nombre no palpita con tanta fuerza pasados unos días desde que te fuiste, ahora es cuando lo traigo a estas líneas para que siga latente tu lucha. La tuya y la de tantos otros y otras que continúan con el puño en alto. La investigación fue tu batalla, que no se olvide será la nuestra. Esta misma semana un titular en la prensa me ha devuelto algo la fe: “Desarrollan una vacuna celular para frenar y prevenir el cáncer”. Investigadores estadounidenses han dado con una novedosa forma de convertir las células cancerosas en potentes asesinas del propio tumor. Habrá que ver a qué término llega todo esto, en qué queda la letra pequeña, pero mientras se siga estudiando, invirtiendo en ciencia, mientras haya lucha, habrá esperanza.

Entretanto, sigo creyendo que estás ahí, en ese otro mundo virtual, que nunca te fuiste. Y te busco y te encuentro en las fotos y en los recuerdos porque, tal y como tú decías: “Al final la vida son los recuerdos que nos llevamos, las personas, el amor, y yo ya he ganado”. Y, de alguna forma, todos ganamos contigo. Sigue bailando, Elena. Sigue bailando y que la música nunca dejé de sonar.

Al ritmo de las canciones que llegan a mis oídos a través de los cascos, salgo a dar un paseo por San Sebastián mientras el viento frío de enero descoloca mi rostro. Estoy viva. Me siento viva y en este punto recuerdo tu penúltima publicación, tu penúltima lección: “El simple hecho de salir a la calle, que te dé el sol en la cara, el aire, parecerá una tontería, pero es una de las mejores tonterías, las pequeñas cosas que realmente son las más grandes”.

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