Opinión

Cuando 'sí' es 'no'

Convencidos de que tiene mayor rédito electoral el cainismo, sacrifican la concordia que lleva a compartir en aras de polarizar y excluir

Pedro Sánchez acuñó aquello del “no es no”, mientras le decía a Mariano Rajoy: dígame qué parte del “no”, es la que no ha entendido. El episodio que se ventilaba entonces era la investidura de Mariano Rajoy, victorioso bajo mínimos en las urnas, y la pretensión de obtener el “sí” o al menos la abstención de Sánchez y los suyos para evitar que hubieran de repetirse otra vez las elecciones.

Cambiadas las tornas, el jueves 13 de octubre, el presidente comparecía en el Pleno del Congreso de los Diputados a petición propia para informar del Consejo Europeo del lunes anterior, día 10, en Praga y presentar las medidas económicas adoptadas o en preparación inminente frente a la crisis. Allí, en el hemiciclo, Sánchez procedía a apoderarse en exclusiva de la revalorización de las pensiones, afeaba al PP que llegara a considerar electoralista esa medida, consideraba ofensivo para los pensionistas que se especulara con un posible cambio de su voto en razón del incremento de sus percepciones y desafiaba a la portavoz parlamentaria del PP, Cuca Gamarra, a que subiera a la tribuna y comprometiera la posición de su partido en el mismo sentido que lo estaba haciendo el Gobierno. Así lo hizo Cuca llegado su turno, pero de nada le valió. Porque, en vez de celebrar la coincidencia del PP de conformidad a lo acordado en la segunda recomendación del Pacto de Toledo, el presidente Sánchez puso todo su afán en demostrar que el “sí” de Cuca era en realidad un “no”. En lugar de alegrarse de que compartiera prefería excluir y dejar fuera a quienes parecían querer sumarse. De todo lo anterior, pudieran deducirse algunas conclusiones como las siguientes:

Si hiciera falta una prueba, bastaría la del pacto de gobierno entre el PSOE y Unidas Podemos, suscrito a continuación de haberlo denostado

Primera, que ha quedado abolido el principio de contradicción, clave de la lógica aristotélica, según el cual una cosa no puede ser y no ser al mismo tiempo y bajo el mismo aspecto. En la nueva lógica sanchista, semejante exclusión queda eliminada. Si hiciera falta una prueba, bastaría la del pacto de gobierno entre el PSOE y Unidas Podemos, suscrito a continuación de haberlo denostado.

Segunda, que, en línea con lo apuntado por el general Beaufre en su Introducción a la estrategia (Ediciones Ejército. Madrid, 1980), en Moncloa parecen entender que “en materia psicológica es posible apropiarse de posiciones abstractas, lo mismo que en la guerra militar cabe apoderarse de posiciones geográficas que se prohíben al enemigo”. Por eso, convencidos de que tiene mayor rédito electoral el cainismo, sacrifican la concordia que lleva a compartir en aras de polarizar y excluir.

Tercera, que crece el riesgo, apuntado por Maurice Joly en el Diálogo en el infierno entre Maquiavelo y Montesquieu, de aturdir a la opinión, de sumirla en la incertidumbre mediante asombrosas contradicciones y de desconcertarla con toda suerte de movimientos diversos y de incesantes distorsiones.

Cuarta, que, habida cuenta de la fuerza que aún conserva el periodismo y atendiendo la sugerencia de Maquiavelo, el Gobierno optará por hacerse periodista, será la encarnación del periodismo. La deriva de RTVE tras la destitución de José Manuel Pérez Tornero de la presidencia, su relevo por Elena Sánchez de quien se espera plena sumisión con plenos poderes pueden dar fe de ello.

Quinta, que con las elecciones autonómicas y municipales fijadas el domingo 28 de mayo de 2023, no hay tiempo que perder y que, si “jamás ganó una guerra ningún general con problemas de conciencia o sin deseos de abatir hasta el fin al enemigo” como advierte el general Shelford Bidwell en Modern Warfare, la tarea inaplazable ahora no puede ser otra que la de aniquilar a Alberto Núñez Feijóo. El segundo pleno del Senado en que se han enfrentado ha vuelto a probarlo. Continuará.

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