El siete de febrero del año 2000, el entonces secretario general del PSOE, Joaquín Almunia, pactó -para disgusto de Julio Anguita- con el líder del PCE y de Izquierda Unida, Francisco Frutos, una coalición mediante la cual ambos pretendían “movilizar a la izquierda” -¿les suena?- en las elecciones generales del mes siguiente; se proponían desalojar de La Moncloa a José María Aznar después de una primera legislatura del PP tras trece largos años de mandato de Felipe González y romper así el cambio de ciclo político que había tenido lugar en España cuatro años antes.
El acuerdo consistía, básicamente, en presentar listas conjuntas al Senado en aquellas 27 provincias del interior, medianas y pequeñas, donde la competencia de dos formaciones a la izquierda iba a beneficiar al PP en el reparto de escaños a la Cámara Alta. En las otras 25 -y en todas las candidaturas al Congreso-, el PSOE e Izquierda Unida se presentarían por separado. Y, por descontado, el acuerdo incluía apoyar la investidura de Almunia si sumaban más que Aznar.
Como verán, esa precuela de Sumar supuestamente tenía mucho que ganar y nada que perder; Sin embargo, no pocos dirigentes a una y otra orilla de la izquierda pusieron desde primera hora en duda la rentabilidad de la operación, bajo la premisa de que en política dos más dos nunca suman cuatro; Recuerdo, en concreto, al ya fallecido Txiki Benegas tildarla en privado de “operación de laboratorio” a mayor gloria de un Almunia que, si bien estuvo a punto de ser convencido por González y la plana mayor de su partido para que dejara paso a José Bono como cabeza de cartel, luego se lo pensó mejor.
El espejismo que habían supuesto ocho meses antes las elecciones autonómicas y municipales de 1999, en las cuales PSOE y PP casi empataron a votos, hizo creer al líder socialista designado por el todavía todopoderoso González que Aznar era ya un pato cojo, como denominan los estadounidenses de sus presidentes en su último mandato. Otros en su partido, muchos más en IU, entre ellos ese Anguita que no perdía ocasión de poner en duda el proyecto, sabían que no y que, por encima del supuesto deseo de la ciudadanía española de ”echar al PP”, seguía prevaleciendo aquel profundo anticomunismo y antisocialismo visceral que buena parte de los cuadros, las militancias y hasta los votantes de las dos almas de la izquierda se profesaban entre sí.
La precuela de ’Sumar’, aquella alianza de Almunia y Frutos el año 2000, dio la mayoría absoluta a Aznar y ha quedado como la quintaesencia de lo que no conviene; que el votante es muy puñetero como para que le vengan con operaciones de laboratorio
El resto es historia: Aznar, el presunto pato cojo, se hizo con una mayoría absoluta de 186 diputados, Almunia perdió un millón de votos y Frutos otros 800.000. Un desastre electoral que ha quedado para los anales como quintaesencia de lo que no conviene hacer en política, digan lo que digan las estimaciones de voto y, más peligrosos aún, los índices de valoración, que no son sinónimo de apoyo en urna sino mediciones de rechazo. No es lo mismo y el votante es muy puñetero y, sobre todo, muy dueño de su papeleta como para que le vengan con operaciones de laboratorio. Más de uno y una deberían tenerlo en cuenta estos días.
Cierto es que ha pasado casi un cuarto de siglo y que, formalmente, nada tiene que ver la operación Sumar con aquello. Lo único que trata la izquierda en el poder de la mano de Yolanda Díaz -jaleada por el principal beneficiario, Pedro Sánchez, en su intento de seguir en La Moncloa- es salvar los muebles. Ella pretende legítimamente movilizar en torno a su persona a todo ese espacio que un día fue de Pablo Iglesias, Podemos, centrifugado menos de una década después de su irrupción en una miriada de siglas y egos; a ver si así el ticket que se nos presentó en la moción de censura de VOX puede reeditar la coalición de izquierdas y dejar a Alberto Núñez Feijóo con un palmo de narices.
El problema es que Yolanda Díaz pretende hacerlo frente a, no con los Iglesias, Irene Montero, Ione Belarra, Pablo Echenique y buena parte de la organización, que están rotundamente en contra porque lo percibe como una OPA hostil puesta en marcha artificialmente en un quítate tú, que me pongo yo sin apenas diferencias programáticas; una pura operación de poder. Sólo hay que pasearse por Twitter para ver qué dicen de La Fashionaria (sic) las bases moradas. ”Traidora” es lo más bonito que he podido encontrar referido a la ministra de Trabajo y a la otra bestia negra de Podemos, Íñigo Errejón.
Por eso, afirmar rotunda, como hace la candidata que si no entra Podemos en Sumar “no sería un fracaso”, supone jugar a la ruleta rusa con el resultado en las verdaderas elecciones, las del 28 de mayo, en las que -lo quiera o no- ella, Podemos y el PSOE se juegan decenas de presidencias autonómicas y alcaldías, ojo. Diría que esas palabras abonan una brecha irreconciliable y dividen el voto y el número de escaños (35) de lo que conocemos hasta ahora como Unidas Podemos, y empuja a Sumar a crecer a costa del PSOE para sobrevivir. Son cuentas, no cuentos, que diría el veterano socialista Josep Borrell.
Se pongan como se pongan en Ferraz, si Podemos no cede, Yolanda Díaz solo podrá Sumar a costa de voto socialista, en buena parte femenino y atraído por el sugerente reto de llevar a una mujer a La Moncloa por vez primera en la historia de España
Se pongan como se pongan en Ferraz, no en las federaciones socialistas -solo hay que leer y oír a Emiliano García Page-, si Iglesias y los suyos no ceden Yolanda Díaz solo podrá auparse electoralmente a costa de voto socialista, en buena parte voto femenino atraído por la novedad y el reto suferente de llevar a una mujer a La Moncloa; y esa división acabará perjudicando en el reparto de escaños a las tres fuerzas de izquierda, confrontando a Sumar y PSOE, más que a Sumar y Podemos, y beneficiando con ello a PP y Vox. Paradójico... pero matemática pura.
Señala con ironía el dirigente del PP, Elías Bendodo, que ”alguien en el PSOE” no está calculando bien. Puede que algo de eso haya en todo este apresuramiento, pero me inclino a pensar que la fuerza motora de la operación Sumar es, como tantas veces ocurre en política, el miedo a perder el poder; un miedo que lleva a no tener en cuenta que en política dos y dos no suman cuatro y que -importante como lo anterior- oponerse al cambio de ciclo político nunca da sus frutos. Más bien multiplica sus efectos.
Así que, a los rescoldos de esa animadversión histórica entre socialistas y comunistas, proveniente de la Guerra Civil e incluso antes, como hándicap para cualquier acuerdo, yo le sumaría esa extraña tendencia de los socios de Sánchez a lavar cualquier trapo sucio fuera de casa y a gritos. Y me resisto a creer que, por mucho que Díaz se afane en Sumar, semejantes escandaleras, orgánicas o con temas sensibles como la Ley del solo sí es si, no acaben restando en las elecciones autonómicas y municipales del 28 de mayo, que son las auténticas generales… lo de diciembre es segunda vuelta. Ya verán.
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