Hay que intentar tomarse algo de distancia. Contemplar los cuatro años y un día del presidente Pedro Sánchez como si fueran algo remansado después de las borrascas, los pozos y los remolinos. Un esfuerzo harto difícil de conseguir cuando estamos metidos hasta el cuello en una charca de la que es imposible salir. En algo coincidimos todos: la situación actual es insostenible. Por más que miremos hacia atrás, no encontramos un momento de sosiego que nos facilite pensar en frío. ¿Hubo tiempos peores? Probablemente.
Recordemos el momento del atajo, cuando un juez le puso adjetivos a un partido y entonces lo que tenía su ritmo -la decadencia e inconsistencia del PP de Mariano Rajoy- se hizo febril mientras el jefe se iba a tomar unas copas y los chicos del compás ocupaban el escenario. La jugada de Iglesias Turrión tuvo éxito porque nadie la creía posible y todos se aventuraron a contemplar una eventualidad en la que ninguno podía triunfar. Era como la ceremonia de matar al cerdo pero en la conciencia de que estaban desollando un cadáver; sin sangre y carne podrida. El animal desventrado no hubiera resistido una embestida electoral, pero esperar al efecto corrosivo de la naturaleza política lleva su tiempo y exige esfuerzos.
A Pablo Iglesias Turrión se debe la tarea de ir sumando a los distintos para alcanzar el atajo, eso que en la teoría militar de siempre se llama factor sorpresa. Ni los que gobernaban pensaban que era posible ni los que iban a sustituirlos imaginaban que fuera tan fácil. Frankenstein es una invención literaria y la literatura no casa bien con la política. Por eso forzar la idea hasta convertirla en gobierno Frankenstein resulta brillante aunque no describa la realidad del invento. El gobierno PSOE-Podemos no es una coalición de partidos si no una coincidencia de intereses. Los listos del lugar correrán a decir que partidos e intereses son lo mismo, pero es tan incierto que de ser así no podrían ni presentarse a las elecciones; a menos que la gente fuera idiota, y por más que lo parezca, no lo es siempre.
De aquel atajo de hace cuatro años sólo queda Pedro Sánchez, todos los demás se dedican a otra cosa, hecha la salvedad del PNV que no es propiamente un partido al uso sino una sociedad constituida en partido. Van cambiando los semblantes y los intereses pero con el juego sólo se mantiene el crupier, que da las cartas y reparte las apuestas. La derrota del apañador del atajo tiene un valor especial. Iglesias Turrión se postuló desde el primer momento como el competidor y Sánchez aceptó el envite. No era enemigo para él porque contaba con un instrumento, aunque fuera ajado y venal, el partido. Además tenía la experiencia del resistente; sabía perder, esperar y envidar. Iglesias, en su mediocridad ambiental, había nacido con una flor en el culo; se hacía con todas las asambleas de facultad, ganaba todos los debates. Pertenecía a esa especie que considera que hablar siempre de política es como hacer política.
De ahí no ha salido y eso explica su deslizamiento hacia los medios de comunicación. No está en condiciones de ser un teórico porque debería antes aprender a escribir para que sus columnas se sostuvieran y las ideas fluyeran. Pertenece a una generación que lee pero que es ágrafa; le enseñaron a discutir lo que va leyendo pero no a traducirlo en papel. Se entiende que sus libros sean siempre de “conversaciones”. Sin ánimo de ser cruel, en política se nace para hacer de perro, pero debe aprender a ladrar lo justo para permitirle convertirse en entrañable animal de compañía. Se apartó cuando percibió que lo suyo era otra cosa; algo que sus ansiosas bases electorales detectaron antes. Dejó, va dejando, un poso de arrebatador chismoso que denuncia todo lo que pone en duda su más que cuestionable comportamiento ético. De la política sacó una mansión con piscina y unos contactos financieros que proyectan su futuro de telepredicador, lo que no es poco en tiempos de precariedad generacional.
De patrocinador del “jarabe democrático”, o lo que es lo mismo, ponerle aceite de ricino al oponente, se ha sumido en la intimidación a quien disienta del matrimonio Iglesias-Montero. ¡Ay, aquel grito que han vuelto actual, “Evita, Perón, un solo corazón”! En la teoría política esto se llama la perversa dialéctica de amigo-enemigo que desarrolló Carl Schmitt, el jurista del nacional socialismo, gran amigo de la España franquista, -le admiraron Fraga y Tierno Galván- y enemigo convicto y confeso de la democracia, no digamos ya del liberalismo. Al final de su vida fue muy reconocido por la izquierda italiana académica y extraparlamentaria.
Sánchez podía hacer lo mismo que Iglesias y mejor. Para su libro encargó a alguien que sabía escribir, Irene Lozano, y la recompensó en lo único que está a su alcance, un cargo público. Se convirtió en el rey del juego, ya fuera de trilero o de gañán del naipe. Guardador único de sus secretos, sin complacencias. Lo que necesita lo pide, incluso si es necesario lo mendiga. Tiene su gracia que los peluqueros de la realidad hagan horas extra a la búsqueda de declaraciones escandalosas de sus adversarios; palabras de hace diez o más años, cuando tienen un centón de materiales de los chicos del compás no tan lejanos. ¿Se acuerdan del pobre Rufián -qué ventura de apellido que evita adjetivos- con una fotocopiadora o a Iglesias Turrión con el saco de cal viva? Por decencia debía evitarse el trabajo de archivo; un indulto general que se concedería la clase política a sí misma.
De ese modo evitaríamos incluso el cinismo de hacernos creer que los medios de comunicación les acosan. Tienen tres televisiones, el diario más circulante, las radios agotadoras, los digitales jactanciosos de su estrabismo, los periodistas más aparentes para las ocasiones más preocupantes…Pero no les basta, lo quieren todo. Ahora llaman cancelación a lo que antes se denominaba censura y silencio.
Se equivocan los que creen en la posibilidad de que algún día el presidente Sánchez dirá una verdad incontrovertible y que a partir de ella veremos un horizonte de ciudadanos angustiados pero normales. Resistirá hasta el último día en el cargo que le permitió el atajo. La política en este país no consiente hacer prisioneros. Si le fuera necesario pactar con Vox, no dudaría. “Por España”, diría él después de haber proclamado tres veces: “nunca, nunca, nunca. ¿Quiere que se lo repita otra vez?” ¿Se acuerdan? A continuación, hizo lo que necesitaba para seguir. Terribles, los patriotas.
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