Opinión

Cubrir el fango de La Moncloa con el barro de la DANA con los Reyes de paraguas

Como en la gestión de la pandemia, cada situación excepcional entraña para Sánchez una oportunidad para destruir al rival

Dicho está que una chispa puede contener todo un infierno. Fue lo que acaeció ayer domingo en la visita que los Reyes giraron a la localidad de Paiporta, el kilómetro cero de la catástrofe que padece Valencia como un mal sueño. Allí los monarcas, con el presidente Sánchez arrastrando los pies y tratando de zancadillear al de la Generalitat, Carlos Mazón, acudieron a dar la cara ante unos indignados vecinos que han visto cómo les han robado el presente y su futuro se nubla con las sombras negras que antecedieron a la descarga de una gota fría que tiñe de luto largo a un pueblo alegre en sus músicas y en su pólvora festera. Don Felipe y doña Leticia aguantaron estoicamente, sin poder contener sus lágrimas la Reina, el barro y los improperios de aquellos a los que no le sirven de nada las palabras provenientes de quienes, tras cinco jornadas, han sido incapaces de estar a la altura de la tragedia. La ira es tan ciega como injusta, pero los Reyes también se hacen en el sufrimiento de sus ciudadanos, aunque no gobiernen y arrostren las secuelas de los malos gobiernos.

Si en el Cantar del Mío Cid, Don Rodrigo Díaz de Vivar advierte a Alfonso VI con nobleza castellana: “Muchos males han venido / por los reyes que se ausentan”, lo que le acarreó el destierro, el absentismo que El Cid echó en cara a su soberano -“¡Dios, qué buen vassallo, si oviesse buen señor!”- no se puede achacar, desde luego, a don Felipe. Desde el inicio de su reinado, ha sabido estar siempre a las duras y a las maduras, y ayer volvió a estar en consonancia con aquel “no estáis solos” de su encomiástico mensaje del 3 de octubre de 2017 tras el referéndum ilegal catalán de independencia y que, en distintas vicisitudes, ha reiterado cómo en la marcha que siguió a la masacre yihadista de Barcelona y Cambrils, donde el Jefe del Estado fue escarnecido, junto al presidente Rajoy y varios ministros, en el aquelarre separatista en que derivó aquella manifestación a cargo de un sedicioso Puigdemont que ultimaba sus preparativos de golpe de Estado. En su reinado, Don Felipe ha sorteado cada prueba sin descomponer la figura y sin otro rictus que la gravedad de su semblante como ayer en medio del diluvio, a cuerpo gentil, de Paiporta, mientras Sánchez ponía tierra de por medio y sus portavoces criticaban el empeño real en hacerse presente en medio de la hostilidad. Como en otros predios, podría decirse que Don Felipe ha vuelto a coronarse este domingo en Valencia.

En medio de la oscuridad, ha emergido la luz de la esperanza sostenida pala en mano por ciudadanos que atestiguan que lo que no hace el pueblo se queda sin hacer

Lo cierto es que, en estas jornadas trágicas, aquello que hace tiempo que dejó de ser sólido, si es que alguna vez lo fue de veras, se diluye en una riada de barro que asola vidas y haciendas del letal modo en que ha vuelto a hacerlo en Valencia la temible gota fría. Al tiempo, se enfanga con una corrupción institucionalizada por logreros que se enriquecen incrustados en los engranajes del Estado colonizando sus organismos para preservar su impunidad. Como Los miserables de Víctor Hugo, gozan de la alegría de sentirse irresponsables y seguros de devorarlo todo sin inquietud.

Por eso, cuando el Estado se emplea con denuedo en proteger a los deshonestos y a los saqueadores del presupuesto público que sostienen al despensero de La Moncloa, sus desplumados pecheros quedan inermes ante las catástrofes naturales agravadas con negligencia criminal como la que ha arrasado Valencia. En medio de la oscuridad, ha emergido la luz de la esperanza sostenida pala en mano por ciudadanos que atestiguan que lo que no hace el pueblo se queda sin hacer. Entre tanto, con un Estado esquilmado y deforme en sus competencias, supedita sus intereses generales a los de quienes presumen de defender lo público, pero luego lo revierten en rentas y momios particulares.

Así, Pedro Sánchez, cual encarnación contemporánea del Tartufo de Molière, no renunciaba este miércoles de cañas, barro… y muerte a su hipocresía característica. Rindiendo homenaje a la virtud por medio del vicio, a la par que testimoniaba que “nuestra prioridad absoluta es ayudaros”, ejercitaba un execrable filibusterismo. Tras suspenderse en señal de duelo la sesión de control del Consejo de Ministros, el PSOE convocaba un pleno extraordinario para refrendar a toda prisa su decretazo para repartirse el Consejo de Administración de RTVE, donde los partidos de la Alianza Frankenstein emplazarán a sus jefes de prensa -incluida una propagadora de bulos- con sueldos de más de 100.000 euros, en una corporación que presidirá un títere gubernamental con atributos de administrador único para hacer y deshacer a conveniencia de su “puto amo”. De paso que trataba de despejar la ruta para aprobar los Presupuestos, sufragaba un nuevo recibo del alquiler de una Moncloa en la que se aposenta tras comprar el voto filoetarra y separatista a cambio de excarcelar asesinos y amnistiar prófugos. Como en el Hamlet de Shakespeare sobre Dinamarca, algo huele a podrido en La Moncloa.

Tras derrocar a Rajoy fingiendo enojo contra la corrupción, ahora la practica con denuedo en provecho de su parentela y de su partido como certifican las pesquisas judiciales que imputan a relevantes miembros de su entorno, además de encausar a su fiscal general del Estado, quien se niega dimitir con su respaldo y que ve cómo la Guardia Civil se presenta en el despacho que debería haber desalojado a requisarle sus dispositivos telefónicos. Un hecho insólito que habla a las claras de la degradación del Estado de Derecho en España.

En vez de asumir su encomienda, ha dejado que el presidente valenciano Mazón naufrague cuatro días junto a sus conciudadanos a base de desembarcar a cuentagotas efectivos militares achacándole que no hubiera cursado la pertinente solicitud formal, póliza incluida, para luego aparecer como salvador y ahogar políticamente al náufrago

Ante una emergencia como la de Valencia, cualquier gobernante que no hubiera hecho carrera política de la división, el enfrentamiento y la polarización, estableciendo muros entre españoles en función de su adscripción ideológica, hubiera ejercido un liderazgo integrador. Sin embargo, eso no está en la idiosincrasia de Sánchez. Como tampoco en la del escorpión no valerse de su aguijón venenoso contra la incauta rana que le socorre para vadear el río. Al contrario, como en la gestión de la pandemia, cada situación excepcional entraña para él una oportunidad para destruir al rival, como aprendió de Pablo Iglesias del que ejecuta su partitura, y reforzar sus atributos de monarca absoluto republicano. En vez de asumir su encomienda, ha dejado que el presidente valenciano Mazón naufrague cuatro días junto a sus conciudadanos a base de desembarcar a cuentagotas efectivos militares achacándole que no hubiera cursado la pertinente solicitud formal, póliza incluida, para luego buscar como salvador y ahogar políticamente al náufrago.

Como señaló desde el primer momento el general de división retirado Rafael Dávila ante la falta de alguien que mandara y pusiera tranquilidad y aptitud entre tanto desastre, “no hace falta ser muy listo para darse cuenta de la necesidad de desplegar unidades militares en ayuda de la población y sus infraestructuras”. Más allá de la insuficiente presencia de la Unidad Militar de Emergencia (UME), los zapadores del Ejército permanecieron acuartelados a la espera de desplegar la alfombra roja de Sánchez sobre el barro de Valencia, mientras Felipe VI ordenaba raudo que la guardia real se enfundara el traje de faena. Sánchez amerita que se les espete el dictum de Crownwell con el que el diputado Leopold Amery forzó la ida de Chamberlain por su ineptitud ante el expansionismo nazi: “Lleváis sentados demasiado tiempo para el bien que hacéis últimamente… Marchaos, os digo, y dejadnos que lo hagamos por vosotros. Por Dios, ¡marchaos ya!”.

No parece que quede al alcance de la mano de Sánchez darle la vuelta a las previsiones electorales a costa de las climatológicas como el canciller socialdemócrata Schröder en Alemania en agosto de 2002 al actuar con decisión ante los graves desbordamientos de aquel verano. Ello le reportó una apretada victoria sobre el conservador Stoiber al que le costó la carrera política y su reemplazo por Merkel tras dejarse con las inundaciones sus seis puntos de ventaja. Cuando daba por perdidos los comicios, la intención de voto socialdemócrata comenzó a subir al ritmo de las aguas del río Elba que inundaron el Este de Alemania.

Con competencias y medios adecuados para intervenir “ipso facto”, Sánchez escogió andar a hurtadillas usando el barro de Valencia para envolver el fango de su corrupción. Es cierto que hay muchas disfunciones en el Estado de las Autonomías y que éste se revela, a veces, como una forma muy costosa de organizar la irresponsabilidad, pues en la adopción de decisiones nadie se hace responsable al entrecruzarse competencias sin delimitación nítida. Ello bloquea e imposibilita que España pueda ser regida con un mínimo de eficacia. Pero, siendo así y acuciante la reconstrucción del Estado como deberá hacerse con Valencia en los términos referidos por Ortega y Gasset a propósito del “error Berenguer” y ahora reiterados por “el error Sánchez”, conviene reparar en no hay sistema por perfecto que sea que resista con un felón sin escrúpulos como el “Ufano de la Moncloa” al frente.

Sánchez actúa como con Ayuso a la que puso en estado de sitio con el Covid. Así, luego de enredarla con falsas esperanzas y promesas vanas, la presidenta madrileña se topó con que aquel que acudió a la Puerta del Sol con aparente afán de armonía, como la visita de médico que Sánchez hizo el viernes a Mazón, instrumentalizaba después la pandemia para asaltar la autonomía

Con Mazón, al margen de que éste tenga que dar muchas explicaciones, Sánchez actúa como con Ayuso a la que puso en estado de sitio con el Covid. Así, luego de enredarla con falsas esperanzas y promesas vanas, la presidenta madrileña se topó con que aquel que acudió a la Puerta del Sol con aparente afán de armonía, como la visita de médico que Sánchez hizo el viernes a Mazón, instrumentalizaba después la pandemia para asaltar la autonomía. Al fin y al cabo, Sánchez sólo sabe gobernar de manera autoritaria luciéndose fuerte con los que cree débiles y débiles con los que cree fuertes.

En lugar de ponerse a las cosas, esta casta de descastados disipa los presupuestos en agendas ideológicas ajenas a las necesidades de la gente, más allá de intentar aprehender su voto. Cacarean sobre un cambio climático consustancial a la historia de la humanidad desde el Diluvio Universal, pero sin aprender la lección y tener dispuesta el arca de Noé. En vez de construir infraestructuras, derruye las existentes y trata de conjurar los efectos de la naturaleza como los brujos de la tribu a base de informes y discursos insolventes del que viven aprovechados encantados de conocerse entre sí, pero ineptos a la hora de elaborar proyectos que palien lo previsible en su contumacia. De no ser por los pantanos de la dictadura de Franco y por la reconfiguración del cauce del Turia tras la crecida de 1957, Valencia sería hoy, permítase la hipérbole dictada por la indignación, una Venecia totalmente sumergida.

Los frutos podridos de la corrupción

Al confluir el barro que sepulta las calles de Valencia y el fango de la corrupción monclovita, esto es, las cosas dejan de ser lo que eran y la corrupción se adueña del sistema, lo peor que puede suceder es que, según advierte el gran intelectual mexicano Gabriel Zaid en El poder corrompe, cunda el pesimismo perpetuando la corrupción. No es cosa que se oficialice la misma al no poderse erradicar. Que todo sea susceptible de corromperse no puede conducir a resignarse y a bajar la guardia al igual que el hecho de que no desaparezcan los robos y crímenes no significa que se supriman tales delitos del código penal. Los frutos podridos de la corrupción pueden germinar en semillas de regeneración como en los vegetales.

Ahora bien, cuando el poder fantasea con querer liquidar la corrupción, acaba en fracaso, no porque sea invencible, sino porque nadie puede ser su propio cirujano y corrompe su sentido de la realidad. De ahí que los anuncios regeneradores del Gobierno busquen más amparar la corrupción que perseguirla. En consecuencia, el remedio a la corrupción del poder debe situarse extramuros de este con fiscalizadores independientes sujetos a sus representados. Justo al revés de un Sánchez que reduce la corrupción a la del adversario. Cuando la democracia española hace agua, se constata, como en el verso de Antonio Machado, “qué difícil es/cuando todo baja/no bajar también”.

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