Fernando Fernán Gómez protagonizó una divertida película de Jaime de Armiñán (Stico) en la que hacía de un catedrático de derecho jubilado y arruinado que da con la solución a su triste problema de subsistencia: recurrirá al Derecho Romano y se venderá como esclavo a uno de sus discípulos de pocos escrúpulos. Digamos que se autodeterminaba y elegía cambiar -si no de género ni de nacionalidad- la ciudadanía por una tolerable esclavitud. Teniendo en cuenta que alguna gente aprecia más la comida y cama aseguradas que la complicada libertad personal, autodeterminarse como esclavo (con una Ley reguladora adecuada del Ministerio de Igualdad) no estaría del todo mal como salida a la romana al desempleo crónico y la crisis de las pensiones (dejo aquí esta idea a Yolanda Díaz e Irene Montero, que sabrán apreciarla). El problema es que está prohibido -¡ay!- por la Constitución y la Declaración Universal de Derechos Humanos.
Está prohibido autodeterminarse como esclavo, opresión que se sigue de que no sea posible renunciar a la ciudadanía de nacimiento, salvo que se opte a otra incompatible con aquella. En efecto, el Estado moderno te obliga a ser ciudadano te guste o no, salvo que una dictadura te declare apátrida, como hicieron los nazis con los judíos que huían de Alemania o intentó Fujimori contra Vargas Llosa. Es verdad que algunos idealistas intentan declararse ciudadanos del mundo y que ciertos insufribles separatistas nuestros juegan a renunciar a la ciudadanía y nacionalidad española, pero nunca pasan de la provocación irritante e hipocritona. Sirva como ejemplo de que el llamado “derecho de autodeterminación” tiene límites naturales y constitucionales, ya se trate de la autodeterminación de género o de la autodeterminación nacional de los separatistas.
Dos autodeterminaciones distintas y un único cuento verdadero
¿Y qué tienen en común la autodeterminación de género queer y la nacional que exigen los separatistas? No solo que los campeones de ambas sean socios políticos hoy en día (Bildu y ERC apoyan incondicionalmente la Ley Trans, y Podemos la autodeterminación): como es habitual hay algo más profundo. Y es el deseo de un poder ilimitado que ronda el totalitarismo, a diferencia del principio liberal clásico del “gobierno limitado”. En efecto, tanto la autodeterminación que permitiría cambiar a voluntad de género sexual como crear nuevas naciones soberanas destrozando otras tienen en común negar las limitaciones a la pura voluntad, sean las de la naturaleza con sus cromosomas (responsables de la opresiva existencia de solo dos sexos biológicos) o las derivadas de los principios de la democracia que no permiten a una parte, la sedicente nación oprimida, decidir por la totalidad en lo que es competencia de todos. Una vez más, la cháchara sobre el derecho a la libre autodeterminación encubre un doble rechazo bastante relacionado: el de la naturaleza humana y el de la democracia liberal como límite a los abusos nacionalistas.
En realidad, el derecho a la autodeterminación no es otra cosa que la pretensión de excluir y segregar a los que no quieran formar parte del pueblo elegido o defienden la naturaleza humana (me refiero a la biológica, por si hay dudas)
La murga sobre las maravillas de la autodeterminación insiste en que significaría un avance de las libertades, una ampliación de su esfera práctica. Pero es algo muy diferente si se examina con sentido crítico (con un poco de filosofía), dejando de lado los prejuicios ideológicos y la venenosa corrección política de la izquierda reaccionaria y nacionalista. En realidad, el derecho a la autodeterminación no es otra cosa que la pretensión de excluir y segregar a los que no quieran formar parte del pueblo elegido o defienden la naturaleza humana (me refiero a la biológica, por si hay dudas). Hay grados, claro está, que van desde el ostracismo o exilio interior impuesto a los vascos y catalanes opuestos a la autodeterminación separatista que quiere privarnos de nuestra nacionalidad y ciudadanía española, a la bestial limpieza étnica que hundió en un mar de sangre a la antigua Yugoslavia (surgida, terrible paradoja, de la autodeterminación de los pueblos eslavos del sur según los principios del presidente Wilson en 1918).
Excluir y perseguir a la disidencia
Veamos ahora qué tiene que ver el separatismo con la autodeterminación de género. También sus defensores afirman que es un avance en derechos porque permite a cualquiera acogerse a la ley para cambiar legalmente de género, aunque el derecho a recibir tratamientos en la sanidad pública para superar la disforia de género tiene ya muchos años. En teoría se trata de una decisión privada y nadie sería ahora excluido, ¿pero esto es completamente seguro? Pues no, también hay una voluntad sibilina de exclusión de los críticos con su extensión indiscriminada a cualquier solicitante adolescente, sin olvidar que la teoría queer disuelve la identidad social de las mujeres en la pura subjetividad y que alienta evidentes conductas homofóbicas (como empujar a adolescentes gays a cambiar de género). En este caso la segregación consiste en acusar de transfobia (sea eso lo que sea) a todos los críticos con la autodeterminación de género y, como ya es usual en la Inquisición woke, de delitos de odio. Afortunadamente, esta delirante Inquisición carece de poder para declarar delito oponerse a sus fechorías y bárbaras supersticiones, pero si no se les para en seco todo se andará.
Como mínimo, los partidarios de la autodeterminación de género criminalizan la crítica en sugerente paralelismo con la pretensión separatista de convertir toda crítica a la autodeterminación en odio al pueblo elegido de turno (autoodio si eres nativo, según el nacionalismo). Además, la acusación de transfobia es especialmente encarnizada con las mujeres; sirve para negar la condición femenina a las mujeres de derechas y, a continuación, a las feministas de izquierda clásica. Vaya, resulta que la autodeterminación de género ¡también sirve para dar y quitar identidad de mujer según criterios ideológicos!
Fundamento nacionalista vasco
Así que la lógica profunda de la autodeterminación de género y nacionalista es la misma. No sirve para ampliar comunidades y hacerlas más democráticas y ricas en derechos personales, sino para excluir de la comunidad, sea de género o nacional, y mejor aún si es de ambas. Toda la lógica secreta de la autodeterminación la despejó un alumno mío de filosofía, buen chaval, pero abducido por el fundamentalismo nacionalista vasco, que un día intentó explicar la autodeterminación con el argumento de que a él no le habían preguntado si quería aprender castellano. Tampoco si querías nacer, le replicó uno de inmediato. Nadie tiene derecho a autodeterminarse contra la determinación previa que establecen la naturaleza y la ciudadanía política, ya lo siento. Y si lo hace, suele ser mediante el disparate o el crimen. O el suicidio.
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