Era una fría víspera de Navidad. La noche se había apoderado de la ciudad, extendiendo un manto húmedo y desapacible. Ebenezer Pujol, gruñendo, intentaba conciliar el sueño. Se revolvió una y otra vez entre las frías sábanas hasta que, por fin, cerró los ojos. Y, justo entonces…
Un tremendo ruido de cadenas le hizo dar un salto. Ebenezer Pujol se despertó sobresaltado, y dio un grito de pavor al ver la espectral figura que lo miraba severamente. Portaba un maletín capaz de albergar incontables comisiones. “¿Quién eres? ¿No serás de la UDEF?”, dijo Pujol. “No”, respondió con voz gélida aquella silueta horrible, cargada con cadenas fabricadas con miles de misales. “Soy el fantasma de la Convergencia pasada, y he venido para recordarte lo que fuiste”. “Llámame President”, respondió altanero Pujol. “Acompáñame y recuerda cómo eran las navidades de antaño, cuando mandabas en Palau y nadie sabía quién era Jordi Cañas”.
Cogiéndolo por la punta del camisón de felpa que llevaba, el espanto lo arrastró hacia una niebla espesa cual comparecencia de Sanchís en el Parlament que, una vez disipada, dejó al viejo estupefacto. “¡Mira, mira, si es navidad en mi casa! ¡Ahí está la Marta, y mi hijos, y Prenafeta! ¡Oh, que felices éramos entonces, sin Ciudadanos y sin Alejandro Fernández!” “Así es – dijo con severidad aquella alma en pena - pero consentiste que les quitaran solo el tres por ciento del bocata a sus compañeros. Donde esté una buena DUI para quedarte con todos los bocadillos, que se quiten las minucias”.
Pujol, que miraba arrobado a sus hijos poner una estelada en el Belén, notó como una fuerza sobrehumana tiraba de nuevo de su camisón hacia la neblina. “¡No, no, déjame que disfrute un poco más de aquella paz que tenía, antes de lo de la deixa”. Pero la visión se había evaporado para dar paso a otra figura no menos terrible e intimidatoria, una sobrenatural presencia regordeta con un pasamontañas por el que asomaban gafas de miope. En una mano portaba una piedra y en la otra una foto de Puigdemont.
Serenándose, cogió el teléfono. “Puigdemont, soy el president. Dejaros de hostias y pactar con el PSC ahora mismo, no preguntes”
“Ebenezer Pujol, soy el fantasma de la Convergencia de ahora y he venido a mostrarte la realidad del partido que fundaste”. “Si, home, i una merda, tu eres el Torra”, le espetó desafiante el anciano. “Eso da igual, oh, mortal, cógeme de la mano y apreteu, apreteu”. Un viento súbito cargado de voces lastimeras – eran Lluís Llach y los coros de Lledoners - los arropó, llevándolos por encima de casas y calles. “Me parece que te has equivocado, porque me has llevado a la noche de Sant Joan, mira, mira cuantas hogueras”.
“De eso nada, las hogueras son las que provocan quemando contenedores los CDR, el Tsunami, los Llíris de Foc, bueno, los que sean, porque yo me pierdo”. Ebenezer Pujol miró atónito como ardía media ciudad, como saboteaban vías de tren, aeropuertos, carreteras, como tiraban excrementos a periodistas. “¿Qué piensas, Ebenezer” dijo el aparecido, a lo que Pujol respondió “Home, siempre que lo hagan con periodistas españoles o la policía nacional, que quieres que te diga. Por cierto, ¿ese de ahí no es hijo tuyo, el que está insultando a un Mosso? Escolta, Quim, eso sí que no, ¿eh? Als nostres, ni tocarlos”. El ser incorpóreo, como incorpóreo era también su Gobierno, se fue disolviendo lentamente mientras su voz decía “Acuérdate, oh Ebenezer Pujol, lo peor está todavía por venir”, dando paso a una nueva aparición más terrorífica, si cabe, que las anteriores.
Una figura alta, enlutada, de rostro invisible tras una capucha, dejó a Ebenezer Pujol petrificado. “Soy el fantasma de la Convergencia futura y he venido para enseñarte lo que os depara lo que ha de venir. ¡Mira y horrorízate, Ebenezer Pujol”, y con una mano huesuda señaló una lápida que apareció por ensalmo. “Sin gafas no veo nada. A ver que pone. Aquí yace Convergencia, muerta por culpa de Puigdemont, Torra, Mas y Esquerra, que acabó de enterrarla”. Pujol se echó hacia atrás con el rostro demudado por el pánico. “¡No, eso sí que no, enterrados por Esquerra jamás!”. La silueta de negro rio sardónicamente. “Eso no es todo. Mira quien está de President”. Entre humos sulfurosos apareció Miquel Iceta bailando “Mami que será lo que tiene el negro” en el despacho de la Casa dels Canonges. “Esquerra acabó pactando con el PSC y los Comuns e Iceta acabó por engañarlos a todos. Adiós, Ebenezer Pujol”.
El anciano patriarca se despertó entre sudores fríos. Todo había sido un mal sueño debido a la copita de Ratafía de la noche anterior. Serenándose, cogió el teléfono. “Puigdemont, soy el president. Dejaros de hostias y pactar con el PSC ahora mismo, no preguntes”. Y así fue, niñas y niños, como socialistas y neoconvergentes se pusieron de acuerdo en más de cuarenta municipios o en la Diputación de Barcelona. Y colorín, colorado, este vivir del cuento no se ha acabado. Felices fiestas a todos, menos a algunos.
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