El rompecabezas en el que estamos metidos no es ni para pacificar Cataluña, ni para un gobierno progresista, ni para conseguir avances democráticos, ni siquiera para que la vida política transcurra conforme al sentir de la mayoría de los ciudadanos. El lío que amenaza con arrasar la convivencia y destrozar la Constitución tiene un solo objetivo. Salvar al capitán Sánchez.
Esta mezcla de filibusterismo parlamentario y de burla a la legislación vigente no es otra cosa que un remedo de estalinismo y peronismo construido en base a que un jefe de un partido debe ser protegido, porque sin su voz y su presencia nada tendría sentido. Hemos alcanzado un nivel de desvarío autoritario en el que no importa lo que haya que saltarse, borrarse o manipularse con tal de que el Presidente, siempre con mayúsculas, siga al mando. Si alguien tuviera la osadía de preguntarle para qué puede servirle la banda de Puigdemont, que le ha humillado hasta los límites de la vergüenza, no cabría otra respuesta que la de ganar tiempo y prorrogar el uso del poder hasta que alcance una improbable ocasión de recuperarse.
La invención de las líneas rojas que supuestamente no podrían traspasarse es un camelo de cinismo, proverbial en el personaje. La vida política española está instalada sobre una línea roja en la que bailan los que llevan el bote con la pintura. Ni líneas rojas ni zarandajas, lo que importa es el punto y ese punto no está dispuesto a dejarse borrar; manchará todo el campo de marrón mierdoso, confundirá a los espectadores arrebatándoles su capacidad para mirar y estremecerse, pero Él seguirá manteniendo enhiesto el lema de su resistencia: nada me apartará del poder mientras haya una posibilidad de permanecer. Yo soy el poder y todo lo que me rodea, por muy aciago que sea, puede servirme; el partido es mío, los aliados me lo deben todo, los adversarios me temen porque los desestabilizo, los jueces pían pero como son viejos no soportarán mi presión.
Antes de echarlos a todos ellos fuera de la sociedad civil hay que estigmatizarlos en una guerra, sucia donde las haya, en la que ejerce un papel primordial el monocultivo de la batalla mediática
Su sentimiento de fuerza es tal que no sólo puede convertir a su partido en un espantapájaros cuya misión consiste en asustar a quien se acerque a su huerto, sino que es capaz de amontonar a sus adversarios bajo un término robado a los franceses en su lucha contra Le Pen y los negacionistas, la “fachosfera”. Antes de echarlos a todos ellos fuera de la sociedad civil hay que estigmatizarlos en una guerra, sucia donde las haya, en la que ejerce un papel primordial el monocultivo de la batalla mediática. No hay reflexión capaz de alcanzar la envergadura de la adhesión incondicional de los lebreles; siempre detrás de la pieza que deben ningunear, acosar o ridiculizar.
No es casual que sea en Cataluña y entre la inteligencia subsidiada por su silencio durante el erial pujoliano donde se encuentren los más ansiosos falderos del gobierno. Tienen la experiencia que otorga el hábito; si no viven de las instituciones ramonean en sus entornos. Resulta incongruente que se irriten ante la cerrazón de Puigdemont por salvar su culo y no perciban que el asilado en Waterloo no hace otra cosa que “un Sánchez”, o lo que es lo mismo: tratar por los medios más chapuceros de salvar su egregio trasero aunque sea a costa de sodomizar a la banda de seguidores inconfesos y mártires de su causa. ¿Dónde estará la línea roja de la conciencia de estos plumillas y tertulianos dispuestos a encontrar siempre razones profundas para comportarse como canallas del relato? Hay que saber encontrar los motivos del jefe para demostrar nuestra adhesión.
En el fondo, gane el que gane siempre saldrán ellos en el bando de los vencedores; les viene de casta
La única pregunta de estos días siniestros se reduce, al menos para ellos, en saber cómo lo explican ahora que se borraron las líneas rojas que arbitrariamente se habían puesto. Antes, las fuentes oficiales de la presidencia del gobierno se denominaban “de la Moncloa”, pero ahora se han surtido de tantos voluntarios entusiastas que el poder del discurso, sin dejar de ser monótono y lacayuno, adquiere visos de bordado para mesa camilla. Ya no hablan de “independentistas” sino de la “derecha independentista” para diferenciarla de los demás, que son los suyos. Si el terrorismo se ha dividido como las aguas del Jordán, gracias a este moisés posmoderno, entre los que respetan los derechos humanos y los que no, el independentismo está en trance de ir por el mismo camino. Hay dos amnistías, la inconstitucional y la integral que lleva incluida un regalo histórico, la impunidad absoluta. La intención venía de lejos pero ahora ha tomado carta de naturaleza gracias al respaldo de la única institución con mando en plaza, la presidencia del Gobierno. En el fondo, gane el que gane siempre saldrán ellos en el bando de los vencedores; les viene de casta. ¿Alguien ha preguntado si Salvador Illa, aquel tipo que ganó las elecciones en Cataluña, está vivo, enfermo o retirado? Callado parece un militante modelo. O callas o te acosan.
Que una nulidad política como Miriam Nogueras, salida del armario del pujolismo corrupto y sin complejos de los restos del naufragio, se convierta en figura del parlamentarismo español es casi una ofensa a la inteligencia. Pero ahí la tienen ciscándose en la espuma grisácea del Congreso de los diputados. Si Francina Armengol ha alcanzado la presidencia, por qué ella no puede hacer pedorretas sobre la justicia prevaricadora sin que nadie se llame a espanto.
No exageremos. Puigdemont -el quinto partido de la Cataluña catalana que vota- no tiene el destino de Sánchez en sus manos. Lo único que tiene y lo ha utilizado es su capacidad para dejar en ridículo a un perillán. El juego nada sutil entre un buscavidas y un paleto, que siempre termina en tablas. Como en las partidas de póker entre tramposos, el que no tiene más que dar dice “nos hemos plantado”. Aún le quedan argucias para no levantarse de la mesa. Jugar con las leyes abusando de los juristas; esperar un tropiezo del enemigo en Galicia; prorrogar los presupuestos del año anterior; asustar a los compadres en las europeas del verano, acelerar medidas populistas con descaro peronista… Y mucha charanga mediática. Es el momento de las ocurrencias; se compra lo que aparezca en el mercado siempre que favorezca una idea motriz: todo menos ir a elecciones. Por ley no podrán convocarse antes de junio, pero eso deja un margen demasiado estrecho. Tiene que resistir y pelear contra la evidencia de que esto se acaba. Es cuestión de tiempo y él está en condiciones de administrarlo. Es el jefe de una banda sumisa que se lo debe todo. Todo.
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