En nuestro mundo, especialmente en el que hemos dado en llamar occidental, el desarrollo de la cultura y de la tecnología no siempre han corrido parejos, más bien al contrario, pero sus innegables diferencias, hasta ahora, se habían ido acompasando con el discurrir del tiempo. Poco a poco, con dificultades, en algunos casos incluso extraordinarias, ambos procesos se acompasaban y el resultado global era un notable progreso que afectaba a toda la sociedad en su conjunto.
En la Edad Media es evidente que el progreso cultural, bien es verdad que reducido a unas clases elitistas de la población, avanzó mucho más que el tecnológico, que apenas lo hizo. Por el contrario, en los siglos XVIII y XIX, fue la tecnología la que avanzó con rapidez en lo que llamamos mundo occidental, y se consiguió un emparejamiento que se tradujo en un avance extraordinario para el bienestar de toda la sociedad en su conjunto.
Sin embargo, en el siglo pasado, y muy especialmente en el presente, el rapidísimo avance de la tecnología, que no se compensa con un progreso cultural mínimamente parecido a nivel social, parece marcar una tendencia enormemente preocupante. Es evidente que la velocidad de evolución de ambas, cultura y tecnología, es totalmente diferente y todo hace pensar que, lejos de igualarse, en el futuro esa diferencia va a continuar aumentando.
La tecnología actual, sobre todo en el mundo de la información y de la comunicación, ha llegado prácticamente a todo el mundo, consiguiendo un ‘indigestión informativa’ que ha llevado a muchos a creerse capacitados para opinar y decidir sobre casi todo, en un auténtico alarde de soberbia y supina ignorancia, dando origen a populismos de todo signo.
Se puede aspirar a conseguir el poder con mensajes hábilmente demagógicos
Con el uso popularizado de las nuevas tecnologías digitales se puede aspirar a conseguir el poder, mediante la adecuada utilización de las mismas, con mensajes hábilmente demagógicos dirigidos a un público que está escasamente preparado para el uso de un móvil y poco más. De poco valen en esas circunstancias los programas y discursos de los lideres de los partidos políticos tradicionales, que pocos leen o escuchan, ante la habilidad dialéctica, falaz y demagógica de un líder, aparentemente nuevo, en su búsqueda obsesiva del poder.
El gobierno del pueblo ha sido y es un fracaso si no se consigue finalmente que dicho gobierno recaiga en aquellos que están más capacitados para ejercerlo en beneficio de todos. Intentar revivir ideologías caducas, fracasadas históricamente, al amparo de un espectacular desarrollo tecnológico, es una triste muestra del peligro que encierra un tremendo desfase en lo cultural como el que está sufriendo la sociedad occidental.
O culturalmente aprendemos a hacer un uso adecuado y positivo del imparable desarrollo tecnológico o nuestra sociedad será sojuzgada y dominada por una pseudocultura que no sólo afectará a nuestro progreso material, sino que nuestra debilidad cultural dejará una puerta abierta para que nos colonicen otras culturas, desperdiciando siglos de extraordinario desarrollo cultural que tanto han supuesto para nuestro progreso en todos los órdenes.
Apoya TU periodismo independiente y crítico
Ayúdanos a contribuir a la Defensa del Estado de Derecho Haz tu aportación