El mundo ha cambiado. Lo siento en el agua. Lo siento en la tierra. Lo huelo en el aire.
Las palabras de Galadriel al comienzo de La comunidad del anillo, la primera de las películas de Peter Jackson inspiradas en la gran obra de Tolkien, podrían ser pronunciadas hoy por cualquier miembro de la tribu de los zahoríes de lo woke. El cine ha cambiado. Lo siento en Amazon. Lo siento en Netflix. Lo huelo en las palomitas veganas con aceite de coco.
Todo comenzó con un hecho real. A partir de un momento de la historia que pocos viven para recordar, las universidades anglosajonas fueron adoptando una serie de costumbres excéntricas por motivos aún más excéntricos. Se recomendó que los aplausos fueran sustituidos por las jazz hands: palmas al frente, dedos separados y un movimiento rápido y continuo de las manos. Los aplausos, al parecer, son agresivos, ruidosos y pueden producir crisis de ansiedad. La clave del asunto era estar siempre pendiente de los trigger warnings. Gestos, palabras, colores, presencias, ausencias. Pequeños dramas que pueden generar grandes traumas. Ésta es la premisa detrás de la cultura de la cancelación, del revisionismo de la historia e incluso de la segregación contemporánea por motivos de raza, sexo (trigger warning: género) o religión.
La cultura woke llegó finalmente al mundo de la cultura, y la cultura es un mundo que como sabemos alberga horrores. En muchos casos las tramas y los personajes empezaron a funcionar como escaparates para las causas de moda y la propaganda. Ya no hacía falta profundidad, coherencia o desarrollo, porque lo esencial era tratar a los espectadores como miembros de diferentes colectivos. No había que apelar a valores universales, problemas compartidos y aspiraciones comunes, sino a ese minúsculo reducto identitario que nos hace a todos homogéneamente distintos.
El Capitán América dio un puñetazo a Hitler, se enfrentó a una banda terrorista anarquista y combatió a un nacionalista fanático al servicio del ejército americano como Nuke
Esto, como todo, tuvo su momento y aún está presente en muchos ámbitos. Hay deportistas que siguen poniéndose de rodillas “contra el racismo” antes de cada partido. La exhibición pública de una virtud simulada a partir de la causa de moda es el principal motor de lo woke. Pero no es bueno entregarse a la visión paranoica e inquisitorial del mundo, y sobre todo no hay que confundir las cosas. Las expresiones de la cultura popular siempre han tenido una intención moralizante, un mensaje. El Capitán América dio un puñetazo a Hitler, se enfrentó a una banda terrorista anarquista y combatió a un nacionalista fanático al servicio del ejército americano como Nuke. Los X-Men intentaban representar de alguna manera a personas que formaban parte de una minoría perseguida o rechazada -judíos, homosexuales-, y lo hacían tanto cuando eran cinco adolescentes americanos de pura cepa como cuando ficharon a un alemán con apariencia de demonio, a un ruso, a un apache o incluso a un canadiense peludo, porque lo importante no era alabar la característica por la que cada uno sufría rechazo, sino hablar sutilmente del rechazo que todos los lectores podían sufrir en algún momento. Peter Parker, en fin, era todos los estudiantes con escasas habilidades sociales en el instituto.
Si la Marvel de los orígenes hubiera comenzado a publicarse hace un par de años tendríamos decenas de columnas, tribunas y tertulias lamentándose por el éxito de una industria entregada al wokismo, al identitarismo y a Soros. Es curioso el fenómeno porque viene a tomar el relevo de los zahoríes del patriarcado, el clasismo o el racismo implícito en algunas de las grandes obras de la cultura popular. Los que antes -ahora también, pero llaman menos la atención- veían símbolos prohibidos en la espada que derrota a un dragón, la corona de un rey noble o la maldad natural de orcos y goblins comienzan a ser sustituidos por quienes ven muestras de una cultura débil y falsa en historias con protagonistas femeninas, diversidad racial o injusticias reales. El péndulo, lo llaman. La reacción. Como si los juicios absurdos fueran fenómenos químicos y no decisiones individuales.
El espíritu de Tolkien al parecer se manifiesta ante todo en los colores, no en la fortaleza, en los defectos o en la claridad moral de sus personajes
El último escenario en esta batalla de lamentos enfrentados está siendo Los anillos de poder, otro producto audiovisual inspirado en el mundo de Tolkien. Pero esta vez el problema no es que haya espadas, monarquía y orcos malvados, sino elfos negros. Y una enana negra. Y hasta un hobbit negro. Y esto no puede ser. Porque el espíritu de Tolkien al parecer se manifiesta ante todo en los colores, no en la fortaleza, en los defectos o en la claridad moral de sus personajes. Galadriel es un personaje femenino fuerte, incansable en la lucha contra el gran enemigo, determinada a vengar a su hermano. Y ante tal provocación, como dice Elon Musk, “Tolkien debe de estar revolviéndose en su tumba”.
El elfo negro es aún más interesante. Un soldado destinado en las tierras del sur, pobladas por hombres cuyos ancestros fueron aliados de Morgoth, y vigilante ante cualquier señal de que el gran mal esté volviendo. El resto de los elfos vuelven a su tierra cuando la ocupación termina, pero Arondir se queda, un poco por amor a una humana y un poco por amor al deber. Es un héroe clásico de western, e incluso podría recordar a un agente destinado en nuestras tierras del norte después de la desaparición de la serpiente y el hacha. Pero es que es negro, un elfo negro, y eso no puede ser, no es creíble.
Los hobbits son hombres blandengues. Atticus era un tibio y Scout pura cuota. Mayella nos viene bien, pero Tom, el hombre injustamente acusado, tiene el problema de que parece un elfo
Porque lo único que importa es el péndulo. Queremos a Saruman, el mago basado (probablemente ruso) que mejora a su pueblo y crea industria. Los hobbits son hombres blandengues. Atticus era un tibio y Scout pura cuota. Mayella nos viene bien, pero Tom, el hombre injustamente acusado, tiene el problema de que parece un elfo, y en Estados Unidos no existe ningún problema con los elfos. Matt Murdock es un abogado que ayuda a los pobres, probablemente socialista, y Steve Rogers una herramienta de Washington al servicio del globalismo y de Soros.
La turra woke comienza poco a poco a ser sustituida por la turra anti woke, como si cualquier producto cultural formase parte de lo uno o de lo otro, pero a veces las cosas son más simples. Los anillos de poder es una serie preciosa sobre el bien y el mal, el compromiso, la lealtad, la amistad y el deber. Por suerte, el péndulo sólo afecta a quienes eligen atarse a él.
Apoya TU periodismo independiente y crítico
Ayúdanos a contribuir a la Defensa del Estado de Derecho Haz tu aportación