El periodismo sanchista apuesta por la “agenda exterior” para modificar la tendencia electoral. Pedro Sánchez explota al máximo la diplomacia de las fotografías, pero pasa por alto que, aunque no le convenga, debe retratarse en cada ocasión. En Bruselas, comprometiéndose con polémicas decisiones pendientes, y en la entrevista con Xi Jinping, pronunciándose sobre un plan de paz chino diseñado para dividir a la Unión Europea y ayudar a Putin. Utilizar la política exterior como munición electoral del PSOE perjudica a los españoles, y será inútil.
En la Cumbre Iberoamericana de Santo Domingo del pasado fin de semana, Sánchez se retrató al alinear al Gobierno español con el movimiento bolivariano y dar la espalda a los demócratas que resisten en todos los países del área. Comprometió la imagen de España, y no para bien. La tensión entre populismos y democracias liberales es hoy máxima en Iberoamérica. En Chile y Perú, las instituciones democráticas han resistido las acometidas del castro-chavismo. Bolivia, en una deriva económica caótica similar al desastre argentino, se está precipitando hacia un régimen similar a la de Venezuela.
En Colombia y México, la radicalización de Gustavo Petro y López Obrador ha desencadenado una resistencia democrática visible en medios de comunicación e instituciones de esos países. El apoyo de ambos presidentes al golpe de Estado en Perú, y su descarada injerencia en el país andino -reproducida durante la Cumbre- ha desenmascarado sus intenciones bolivarianas. El peronismo kirchnerista sufre un hundimiento imparable que se comprobará en las elecciones de octubre. Desgraciadamente, las dictaduras de Cuba, Nicaragua y Venezuela parecen asentadas y salen reforzadas de la cita de Santo Domingo.
Frente a la alianza del gobierno de Sánchez con estos regímenes autoritarios, acierta absolutamente Alberto Núñez Feijóo al exigirle una defensa de la democracia en una Cumbre instrumentalizada por el castro-chavismo
En este contexto de cambios, nada hace más daño a la imagen de España entre los demócratas iberoamericanos que la alianza del Gobierno de coalición con aquellos que amenazan sus democracias y les empobrecen. Pocos días antes de la Cumbre se celebró en Buenos Aires un encuentro del castrista Grupo de Puebla para apoyar a la vicepresidenta argentina Cristina Kirchner, condenada por robo masivo al Estado. En la mesa presidencial estaban representados todos los partidos de la coalición que gobierna en España. Por el PSOE, Rodríguez Zapatero; en representación del Partido Comunista de España -y Sumar-, su secretario general Enrique Santiago; de Unidas Podemos, el diputado y miembro de la mesa del Congreso Gerardo Pisarello. Les acompañaba el exjuez Baltasar Garzón en calidad de autor de un panfleto en el que se ataca a la Justicia argentina que condenó a Kirchner con toneladas de pruebas, como demuestra la sentencia.
Frente a la alianza del gobierno de Sánchez con estos regímenes autoritarios, acierta absolutamente Alberto Núñez Feijóo al exigirle una defensa de la democracia en una Cumbre instrumentalizada por el castro-chavismo. Ningún demócrata podría considerar una falta de respeto preguntar a los dictadores nicaragüenses por el paradero del obispo Rolando Álvarez “desaparecido”. Ni interesarse por los torturados en la dictadura venezolana, con el dictador Nicolás Maduro procesado por la Corte Penal Internacional.
El silencio del presidente español sí fue una forma de “rendir pleitesía a autócratas”, como denunció el líder de la oposición. Algunas intervenciones le pusieron en evidencia. El presidente paraguayo Mario Abdo Benítez denunció en la Cumbre a las dictaduras presentes: “El estado de derecho, los derechos humanos, la libertad, son bienes de la democracia, no tienen que ver con la derecha o la izquierda”. El presidente chileno Gabriel Boric, a pesar de depender de una coalición con comunistas pro-castristas, proclamó contra la dictadura de Nicaragua “no es aceptable de nuestra parte callar”. No mentían. El dictador cubano Díaz-Canel y el canciller de Daniel Ortega les exigieron respeto, como Sánchez a Núñez Feijóo.
La estrella fue Gustavo Petro, portavoz de los bolivarianos. Ni Fidel Castro habría sido tan apasionado y charlatán como este exterrorista colombiano, amigo de los independentistas catalanes
En Santo Domingo, la estrella fue Gustavo Petro, portavoz de los bolivarianos. Ni Fidel Castro habría sido tan apasionado y charlatán como este exterrorista colombiano que apoya abiertamente a los independentistas catalanes, contra España. Insultó a los demócratas peruanos reclamando la libertad del golpista Pedro Castillo y -¡qué cinismo!- calificando a la Justicia peruana como golpista. Ya había ofendido antes a los chilenos, a los que definió como seguidores de Pinochet por rechazar masivamente en referéndum una Constitución chavista.
Ante tanto disparate antidemocrático, Sánchez, escondido tras el Rey Felipe VI, mantuvo durante toda la Cumbre su sonrisa fotográfica. Se aquietó ante los dictadores presentes y su Ministro de Exteriores, José Manuel Albares, definió como falta de respeto denunciar dictaduras, como hicieron otros presidentes. El respeto que no exigió al presidente de México López Obrador por humillar de nuevo al Jefe del Estado al enviar intencionadamente a la Cumbre a un funcionario de cuarta, y no a su Canciller. Llueve sobre mojado. El líder mexicano se ha acostumbrado a insultar a España y a las empresas españolas, a las que acusa de “saqueo”, sin respuesta adecuada de Sánchez.
En la Cumbre se evidenció de nuevo la imposibilidad del sanchismo para practicar una política exterior de Estado. Como en la política interior, sometido a socios populistas y secesionistas, Sánchez ha perdido toda capacidad de liderazgo. El PSOE es ya parte del movimiento político que representa en Europa la opción de la vía autoritaria de la extrema izquierda. La misma que lidera en Francia Mélenchon, que ha unido sus votos a los de la derechista Le Pen para intentar derribar a Macron en una moción de censura.
Ninguna sorpresa. El sanchismo ya no representa la incógnita de un cisne negro, sino la certeza de un rinoceronte gris. Es decir, “una amenaza conocida que se prefiere no ver”. Nadie podrá alegar que no sabía.
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