Son los más puros, los más radicales, los coherentes, los que vienen a limpiar los establos de Augias de la política catalana, en fin, son las CUP, adalides de las copas menstruales, defensores a muerte de los hijos de la comuna y los okupas. Eso sí, llevándose al bolsillo sueldos que ningún trabajador cobra. Así cualquiera.
Pecunia non olet
Mucho criticar al sistema, mucho ir de alternativos por la vida y mucho poner cara de gánster delante de banqueros tirando de chancleta, pero, al final, todo se reduce a lo mismo que tanto critican: el dinero. Las CUP descubrieron la moqueta oficial y que, sin hacer nada, podían mandar mucho y cobrar más. Artur Mas se apoyó en la formación radical catalana para que su partido siguiera en el machito, pero los niños le salieron respondones. Lo enviaron, según ellos, a la papelera de la historia. Los admiradores de Batasuna y de Arnaldo Otegui vivieron momentos de gloria. Aún están en ello, porque Marta Rovira, la de los muertos, recuerden, se ha apresurado a decirles que, si gana Esquerra, pero el estado no quiere pactar un referéndum, tirarán de nuevo por la vía unilateral. Y dale molino.
Están todos acostumbrados a vivir como marajás, no pegar sello y, encima, liarla parda. Son unas perfectas nulidades en sus vidas laborales y, claro, si les quitas cargo, poltrona y sueldo oficial, se quedan en la más pura y total de las nadas. De ahí que las personas mínimamente informadas se partan la caja cuando escuchan a estos gachupines hablar pestes del gran capital, la oligarquía, la banda del IBEX y demás tópicos que esgrimen como si de un detente bala se tratase. El que no tiene una casa rural es hijo de alto cargo convergente, y así todos. Se han calafateado en el supremacismo pujolista, viviendo a cuerpo de rey gracias a los emolumentos de papá y mamá, y ahora quieren ser ellos el relevo de la nomenklatura convergente. Son sus hijos, y en muchos casos esto no es una figura retórica. Tienen aptitudes para serlo, porque en medio de las mentiras del proceso se encuentran como peces en el agua; saben, parafraseando a Juvenal, que en la Cataluña secesionista no se puede hacer gran cosa si no se sabe mentir.
"Se han calafateado en el supremacismo pujolista, viviendo a cuerpo de rey gracias a los emolumentos de papá y mamá, y ahora quieren ser ellos el relevo de la nomenklatura convergente"
Ahí tienen ustedes a Anna Gabriel, la hasta ahora diputada y portavoz de las CUP, que, al ver que los estatutos de su formación, tan austeros, impedían que repitiese en las listas, se ha buscado la vida en forma de cargo como super asesora del candidato cupaire Carles Riera. Eso la pone en unos cincuenta mil euros anuales, más extras, y sin tener que cotizar el llamado “impuesto revolucionario”, a saber, tener la obligación de dar una parte de tu remuneración al partido. Estos eran los que decían que iban a cobrar solo el salario mínimo. Si se descuidan…
Señalemos que el Parlament de Cataluña es la cámara legislativa que más y mejor paga a sus políticos y cargos de confianza, mucho más incluso que el Congreso de los Diputados.
Y como pasa siempre en estos partidos tan de izquierdas y tan al servicio de la clase obrera, las discusiones son puramente ideológicas. No, no se confundan, no es que Gabriel esté por la defensa del empirocriticismo leninista frente a las tesis de Rosa Luxemburgo, qué va, o que sus rivales defiendan la tesis de que el partido es motor del proletariado en contra de los que afirman que es garante y defensa del mismo. En las CUP, sépanlo los cándidos que aun se fían de esta gente, se discute por dinero e influencia. Como en todos los sitios, vamos.
Tiene la señora Gabriel un grupillo que se denomina Endavant, Adelante en español, y andan a navajazos con sus adversarios dentro de la formación abertzale. Las broncas que se suceden día sí, día también en la sede de la CUP empiezan a ser de aúpa. Claro, están nerviosos. Saben que los comicios del 21-D, que consideran ilegales, impuestos por el fascismo español, fruto del malhadado 155 en contra del mandato popular, en fin, todas las esquizoides paranoias que quieran, los dejará en la papelera de la historia, como a Mas. Se calcula, según los sondeos que coinciden casi todos en esto, que podrían perder hasta la mitad de votos. Es decir, pasarían de los nueve diputados que tienen ahora a cinco. Cinco pelao, como en los exámenes. Como que donde no hay harina, todo es mohína, en lugar de esforzarse en organizar comedores sociales o planificar el asalto al Palacio de Invierno, este baluarte de la revolución se dedica a ver quien consigue quedarse con un sueldo arregladito. Ya les digo, muy revolucionario.
“No son puertas giratorias, es estrategia política”
Eso mismo me contestó con más orgullo que Don Rodrigo en la horca una diputada de las CUP cuando le pregunté si lo de Anna Gabriel no podría interpretarse como puerta giratoria. Sin mover ni un músculo de la cara, que tiene su mérito. Estas gentes que han hecho del sistema que pretenden combatir un medio de vida son absolutamente execrables. Creen que los grandes revolucionarios cobraban un sueldo importante del Estado. Claro. El caso de Durruti, que suelo citarles, les enfada mucho. “Eran otros tiempos”, me dicen con cara de perdonavidas. Contraatacan con Lenin, que es cuando servidor les dice que fueron los servicios secretos Imperiales del Káiser los que sufragaron el viaje del bolchevique desde su exilio en Suiza hasta Rusia. Ahí ya me escupen directamente.
"¿Con que autoridad moral pueden venir a dar lecciones quienes, como Carme Forcadell, presidenta del Parlament puesta en libertad tras el pago de una onerosa fianza, se llevan más de cien mil euros anuales, más extras?"
¿Qué tipo de revolucionarios son estos que, como los Comuns de Ada Colau, se llevan miles y miles de euros al año por tocarse las narices y soltar discursos demagógicos en un país en el que todavía estamos lamiéndonos las heridas de la tremenda crisis económica que hemos sufrido? ¿Con que autoridad moral pueden venir a dar lecciones quienes, como Carme Forcadell, presidenta del Parlament puesta en libertad tras el pago de una onerosa fianza, se llevan más de cien mil euros anuales, más extras, algunos exentos de tributación como los 26.000 que se le destina para gastos? ¿Cómo se atreven a hablar en nombre de un pueblo que está formado por autónomos, trabajadores, profesionales, funcionarios que ven como su nivel de vida se ha visto drásticamente recortado por los sucesivos gobiernos convergentes que ellos han apoyado, parados de larga duración o jóvenes que tienen que marcharse fura para poder tener un puesto de trabajo?
Hay que estar ciego para votar a este personal. Tienen un doble rasero que en modo alguno se acomoda con el espíritu de un auténtico revolucionario. Lo más radical hoy en día en Cataluña es levantarse cada mañana y salir a ganarse el pan honradamente, sin subvenciones ni prebendas, con tu propio esfuerzo y sin perjudicar a nadie. Nuestros revolucionarios son los que dependen solo de una nómina para hacer equilibrios y pagar las facturas o los que han de batirse el cobre con sus clientes intentando lograr un mínimo de facturación que no les obligue a cerrar su pequeña empresa.
Los nacionalistas de toda la vida, los que eran pujolistas y votaban a Herri Batasuna para fastidiar a España, le rieron las gracias a los de las CUP. Eran una izquierda simpática, catalana, de aquí. ¿Acaso David Fernández, uno de los líderes cupaires, no se había abrazado con Artur Mas? ¿Es que no eran de los suyos, hijos de las familias de toda la vida? Aquellas asambleas de las CUP en las que se decidía si apoyaban o no al gobierno de Mas, y que acababan con un número exacto de votos mitad y mitad, ¿no era buena muestra del sentido de país de esos chicos?
Ahora están todos disimulando, pero ese monstruo lo han creado los mismos conservadores catalanes, los de la ceba, los que jamás incluyen en los puestos prominentes de sus listas a nadie con apellidos castellanos o que no se exprese en otra cosa que no sea catalán. Son su creación, una especie de Frankenstein político que pretende hacerse pasar por humano y revolucionario, sin ser ninguna de las dos cosas.
Recuerden: cincuenta mil al año. Ese es el precio al que se cotiza la revolución en Cataluña. Y conste que es de los más baratos.
Miquel Giménez
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