He aquí una historia que sintetiza como pocas la verdadera naturaleza del independentismo catalán. Hace unos días, el pasado jueves 19 de Mayo, comparecieron en la Comisión de Salud del Parlament de Cataluña unos enfermos de ELA, patología singularmente cruel con quienes la padecen, a los que roba su movilidad y autonomía. Fueron a pedir ayudas para poder vivir dignamente en las condiciones tan difíciles a las que les somete su enfermedad. En un momento determinado, la esposa de uno de ellos, Yolanda Delgado, pidió a la diputada de la CUP, Laia Estrada Cañón, que por favor, les hablara en castellano por no dominar ni su marido ni ella misma la lengua catalana. La diputada se negó en redondo a hacerlo, aunque eso sí, se ofreció a repetir en español aquellas frases que no hubieran entendido al finalizar su alocución, como si en vez de con adultos en el pleno ejercicio de su derecho a ser tratados por sus representantes públicos con respeto y deferencia, estuviera tratando con niños de escuela primaria, con el tonito insufrible de superioridad de una maestra sin vocación y sin paciencia.
El enfermo al que la señora Estrada Cañón se negó a hablar en español estaba conectado a una máquina para poder respirar y no se puede mover. No pestañeó ni le tembló la voz cuando lo hizo. La falta de humanidad de la diputada, más de 63.000 euros anuales, es escalofriante.
Es un mecanismo psicológico al que ya estamos acostumbrados: cuánto más tienen que justificar su pertenencia a la tribu, más radicalismo en sus actitudes y en sus acciones
Es curioso que proviniendo de una familia de origen extremeño y debiendo ser el español su lengua familiar, Estrada Cañón se negara a usarla. Pero es un mecanismo psicológico al que ya estamos acostumbrados: cuánto más tienen que justificar su pertenencia a la tribu, más radicalismo en sus actitudes y en sus acciones. Un negarse a sí mismos que los lleva a la larga a la pérdida de su empatía y compasión, que en definición de la RAE es “el sentimiento de tristeza que produce el ver padecer a alguien y que impulsa a aliviar su dolor o sufrimiento, a remediarlo o a evitarlo”. Es evidente que a la vista del enfermo, Estrada Cañón no se sintió triste, ni se vio impulsada a facilitarle un poco la vida hablando en castellano, sino que lo sometió a la humillación de negarle esa mínima cortesía y lo obligó a pasar el apuro consiguiente en público. Estrada demostró que no tiene corazón, aunque de su victimismo y egolatría ya sabíamos desde que se refirió a sí misma como víctima de la represión del Estado ya en el seno materno.
Una fantasía, una idea falsa
Pero la señora Estrada Cañón no es un caso aislado dentro de su formación política, la CUP, ni dentro de las fuerzas procesistas en general. Hablan de la libertad de los catalanes, pero los someten y los reprimen en sus derechos más esenciales. Prescinden de las personas en singular para concentrar su delirio en la noción de un “pueblo” del que solo ellos tienen una idea o fantasía clara, y carecen de toda empatía para con el que no comulga con su religión independentista, al que tratan siempre como un ciudadano de segunda o como “bestias con forma humana”, tal como los definió, nos definió, el anterior Presidente de la Generalitat, Quim Torra, en un deleznable artículo publicado en El Món.
Lo de este jueves no fue más que la manifestación extrema y a las claras de la peligrosa crueldad de estas personas. Sirva como aviso al Gobierno de España, porque vendrán más. Y a la señora Laia Estrada Cañón, diputada por Tarragona en el Parlament de Cataluña solo la formulación de un deseo sincero: Que nadie la trate nunca como ella trató a sus representados.
Apoya TU periodismo independiente y crítico
Ayúdanos a contribuir a la Defensa del Estado de Derecho Haz tu aportación