Anunció Dabiz Muñoz que subiría el precio del menú de su restaurante (DiverXO) y ha faltado tiempo para que afloren de entre las sombras quienes consideran que cada cual no puede gastar su dinero en lo que le venga en gana. Es la misma moralina de siempre, que es pastosa e insoportable; y es la que defiende que, dado que en el mundo hay personas que sufren, el resto no se lo pueden pasar bien.
Es el pensamiento de las señores de aldea que observan con desconfianza a la viuda que renuncia al luto antes de tiempo; o el de aquellos que se sientan cada Nochevieja delante del televisor para criticar a la novia del cocinero, Cristina Pedroche, por el vestido que porta. Es amargor puro y es un intento de reprimir la alegría con una ética avinagrada. Que es totalmente inservible.
Porque, sí, es la de ese socialismo rancio -o esa ideología de señora beata, organizadora de Rastrillo solidario- cuyo concepto de igualdad de oportunidades consiste en equiparar a todos en la mediocridad. La izquierda estatista nunca observa con orgullo las torres que se cimentan y crecen sin la ayuda del Estado. Al revés: desconfía y, si puede ser, las rebana.
Llora por los pobres sin ser capaz de impulsar la actividad económica que aliviaría sus penurias mientras hace lo contrario a lo que pregona. ¿Qué inversor en su sano juicio querría gastar su dinero en el país de las cuotas idiomáticas a Netflix y las críticas a los empresarios por fijar un precio determinado para sus productos?
La inflación es peor que Dabiz Muñoz
Habría que recordar a todos esos moralistas que a los desfavorecidos no les perjudica la subida del precio del menú de un restaurante de alta gama, sino el de la cesta de la compra o el de la electricidad. El de los productos básicos e irrenunciables, que son aquellos que restan poder adquisitivo a los ciudadanos. Parece una perogrullada, pero es que cuando los malintencionados ponen el foco en el detalle -un menú degustación- y desvían la atención del problema principal, es necesario recapitular para que no se impongan las falacias y la ideología más chabacana y demagoga.
Porque el 5,6% de inflación de noviembre provoca que quienes se encuentran en el vagón de cola de la sociedad y corren a pleno pulmón cada día para no desengancharse se queden atrás. Y la equiparación de las pensiones al IPC -que evita que las más bajas se conviertan en miserables- obliga a hacer un gasto público adicional. Y si la recaudación del Estado no es suficiente, engordará la deuda o aumentarán los impuestos, lo que hará al país menos soberano y dificultará la generación de riqueza.
Que a las pocas horas de conocerse ese dato se haya abierto un debate sobre el precio de un restaurante dice todo sobre la enfermedad que afecta a este país -ciego, soberbio y empobrecido- y sobre la ignorancia de tantos y tantos a los que se considera 'eminencias' en lo moral. Por otra parte, convendría recordar que el mercado del lujo siempre ha sido así. También el del arte. A alguno y alguna le explotaría la cabeza si se enterara para quién trabajaron Tiziano, Tintoretto, Caravaggio, Boticelli, Velázquez, Goya... No, no pintaban para el pueblo ni para los pobres...
Alejados de la realidad
Siempre ha habido bienes inaccesibles para el común de los mortales; y dudo mucho que su lejanía haya preocupado tradicionalmente a los pobres, siempre más preocupados por sobrevivir a los rigores del día a día que por no poder gastar 360 euros en DiverXO. O en el restaurante en Washington de José Andrés, con menú a 295 dólares. Curioso que el filántropo también ejerza de empresario.
Dabiz Muñoz puede y debe cobrar 360 euros a sus comensales si considera que su salón se va a llenar todas las noches durante los próximos meses; y haría mal en no incrementar el precio todavía más si su intuición apunta a que sus clientes van a pagar ese precio. También puede fracasar en su intento y volver a pedir 250 euros por el desfile de platos -como hasta ahora-. Afortunadamente, la ideología del mercado es mucho más honesta que la de aquellos críticos con escaño que, por cierto, pueden pagarse bolsos, casas, barcos y putas cuyo acceso está vetado para los pobres del mundo. De eso no hablarán, claro.
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