Toda mi vida conduce a un libro, escribió el poeta. Pedro Sánchez dice que todo conduce a una votación. “Cataluña tiene un Estatuto que no votó”. Tampoco los españoles le votaron a él y ahí sigue.
Dice Carmen Calvo, la atribulada vice, que “las elecciones no les convienen a los ciudadanos y ciudadanas, porque no estamos hablando de contar votos malamente”. Malamente. Sic. Dice Pablo Iglesias, en su retorno, que “votar es siempre cosa buena”. Votar, no votar. La izquierda está hecha un lío.
Por el flanco derecho, despejada ya la calima estival, las cosas aparecen mucho más claras. Al PP le va bastante bien desde que se le permitió elegir a su presidente, el sucesor de Rajoy. Apenas lleva mes y medio al frente de Génova y Pablo Casado ha conseguido frenar la imparable caída de su partido y hasta amagar una clara remontada. Hay que votar, dice también Casado. Pero no un nuevo referéndum para Cataluña, que el que tiene lo votó el 49 por ciento del censo y sigue vigente. “Los catalanes ya tenemos nuestra Constitución, ya nos parecemos a un Estado”, tronó exultante, en 2006, Pasqual Maragall, el impulsor de aquella consulta.
Cuatro pasos por las nubes
Casado quiere que se vote, pero que voten los españoles en unas elecciones generales. Es lo que prometió Sánchez a su llegada a la Moncloa. Ordenar un poco el patio y emprender luego el camino hacia las urnas. Parece que no. Ahora se muestra decidido a culminar la legislatura flotando entre nubes, a bordo del Puma y el Falcon.
A Casado le votó el 57 por ciento de los compromisarios en unas primarias experimentales que enviaron al ‘rinchi’ a Soraya Sáenz de Santamaría, la ‘niña’ de Rajoy. Y, por cierto, ¿qué es de Soraya?, se preguntan ahora algunos militantes del PP. La mujer con más poder en nuestra reciente democracia se ha evaporado. Quizás el calor. “The lady vanhises”, como en aquella película de Hichtcock. La dama desaparece. Su última aparición pública fue a finales de julio, cuando se reunió en el Congreso con Casado para negociar la incorporación de sus fieles a la nueva directiva. Rechazó sumarse a la Ejecutiva y dejó plantado a su jefe en su primer acto en Barcelona.
Desde entonces, poco se sabe de ella. Casado y Teo García, su fiel escudero, responden con evasivas cuando se les pregunta. “Aquí tiene reservado su sitio”, aseguran. Una vocalía en la dirección parece poca cosa para tan alta dignidad. Una candidatura a la alcaldía quizás suena mejor, con dudas. “Soraya es el marianismo, rezuma a pasado, ya no nos aporta nada”, se comenta en el círculo de los jóvenes leones que auparon a Casado a la presidencia. “Se irá a la empresa privada”, añaden. Ofertas tiene, y no menores, como aquí quedó publicado.
El resentimiento es propio de espíritus mezquinos. Santamaría, quizás, no le perdone nunca a Casado haberle infligido la única gran derrota de su carrera
El PP no tiene claro a quién enviar a combatir con Carmena. Martínez Almeida, el jefe de filas municipal, es un excelente número dos pero quizás no sea buena cabeza de cartel. Sáenz de Santamaría haría buen papel, susurran algunos veteranos. “Tiene nombre, da bien en las encuestas, ofrece seguridad, experiencia de gestión y es mujer”, añaden.
Su eterna y fiera rival, Dolores Cospedal, dirá adiós a su tierra este viernes. La ex secretaria general del PP abandona Castilla la Mancha para emprender un viaje quizás rumbo a Bruselas. La sitúan ya al frente de las listas europeas. Cospedal puede elegir. Sus compromisarios decidieron, en buena medida, la derrota de Santamaría. Ahora campea su victoria al frente de la comisión de Exteriores mientras medita si quitarle el puesto en la Eurocámara a González Pons, que apostó por el equipo perdedor. Fátima Báñez, José Luis Ayllón e Íñigo de la Serna, los recalcitrantes más duros del ‘sorayismo’, resisten por ahora las tentaciones de san Pablo. También están a la espera de que su jefa desvele sus planes.
Hacia una refundación nada nostálgica
El resentimiento es propio de espíritus mezquinos. Santamaría, quizás, no le perdone a Casado haberle infligido la única gran derrota de su carrera. Cuando dio el paso al frente, cuando se lanzó a las primarias, nadie dudaba de su victoria. “Lo controla todo y el asunto del máster hará el resto”, decían sus fieles. Resultó que lo controlaba todo menos a su propio partido y el máster aún se está jugando en los terrenos del Supremo. El final de esa partida poco ayudará ya al futuro político de la exvicepresidenta. La suerte está echada. Y perdió. Es lo que ocurre cuando “se vota malamente”, que diría Calvo.
Están algunos a la espera de su reaparición, como una Gloria Swanson en ‘El crepúsculo de los dioses”, descendiendo pausadamente por la escalera de caracol, ante una paralizada escolta de periodistas estupefactos, y recitando aquello de “les prometo que no volveré a dejarles, porque mi vida es esto, sólo esto”. Poco tiene de Santamaría de Norma Desmond, pero sí incurrió en cierta sobreactuación en las primarias, cuando a golpe de abanico tuneado en bandera de España, proclamó con deje de tonadillera: “Yo soy Soraya, la del PP”.
Apenas desconcierta su silencio. El PP ha emprendido una nueva etapa, rumbo a su refundación en diciembre, en una Convención en la que se impulsarán las bases de su edificio ideológico. Si acaso, en estos días de acelerada rentrée, algún comentario aislado, mera curiosidad. ¿Y qué fue de Soraya? Quizás se haya refugiado en Bandrika, el país imaginario de aquella dama de Hichcock. Quizás, con Cernuda, haya asumido que “fui luz un día. He sido”. Y a otra cosa.
Apoya TU periodismo independiente y crítico
Ayúdanos a contribuir a la Defensa del Estado de Derecho Haz tu aportación