Daniel Alves da Silva nació en Juazeiro, estado de Bahía, Brasil, el 6 de mayo de 1983. Es uno de los cinco hijos que tuvieron Domingo Alves da Silva, un humilde agricultor, y su esposa Lucía, destinada a pasar a la historia como “doña Lucía”. La de Dani es una familia muy modesta y de escasos recursos que forma parte de la enorme cantidad de personas que han caído en manos del fanatismo religioso encarnado por la secta evangélica, que en Brasil tiene un poder enorme y una influencia política –siempre hacia la extrema derecha– importantísima.
Dani Alves no tuvo una educación esmerada ni mucho menos. Ya de niño su rutina comenzaba a las cinco de la mañana, cuando se levantaba para irse con su padre a trabajar a los campos de Salitre, que estaban a unos 30 kilómetros de su casa. Pero Domingo da Silva compartía con millones de brasileños, además de la devoción religiosa (mucho mayor en la madre, como suele suceder), la pasión por el fútbol, y tuvo tiempo para montar un pequeño equipo, el Palmeiras de Salitre, en el que Dani, con diez años, jugaba de extremo. Ese fue el principio de todo.
El niño no destacaba especialmente por nada, salvo por su talento natural para el balón. No era especialmente serio ni alegre, ni más listo que tonto. Hacía lo que le mandaban y ya está. Bien es cierto que desarrolló un carácter independiente, algo imprevisible y respondón, que no lo abandonaría, pero la verdad es que era un chiquillo del montón, uno más de los que le daba con habilidad a la pelota. Por eso extraña mucho verle en las fotos de hace cinco o seis años, sentado en las augustas aulas de la Harvard Business School, EE UU. Pero no le dio por el conocimiento, no se asusten. Hizo allí un breve curso de administración de empresas destinado al deporte, al espectáculo y a los medios de comunicación, para tener algo que hacer cuando su carrera deportiva terminase. Compañero suyo en aquella extraña “incursión académica” fue el futbolista Kaká, por ejemplo, y antes que él pasaron por allí Gerard Piqué, la actriz Katie Holmes y muchos más. Las “clases” las impartía Anita Elberse y las fotos de los deportistas sentados en los pupitres tienen mucha gracia. En realidad se trataba casi de unas vacaciones “escolares”. Esto fue en 2018.
La carrera de Dani Alves como futbolista es brillante y se parece a la de muchos futbolistas brillantes. Empezó en Brasil, en el Sporte Club de Bahía, donde se hizo profesional en 2001 y donde ganó sus dos primeros campeonatos. Jugaba de lateral, pero era muy versátil y tenía muy desarrollado el olfato para el gol. Luego logró dar el salto a Europa, también como muchos otros, y recaló en el Sevilla donde, entre 2003 y 2008, jugó dos centenares y medio de partidos, marcó 16 goles y logró una copa del Rey y dos copas de la UEFA, entre otros triunfos. Cuando quiso dejar el club para irse al Chelsea tuvo –y causó– muchos problemas, básicamente por las pretensiones económicas del club que entonces presidía José María del Nido.
Su etapa dorada la vivió en el Barcelona, donde jugó ocho temporadas (de 2008 a 2017)… y luego una más, en 2021. Allí sí triunfó y se convirtió en un referente de la defensa del equipo. Era la época de Messi, Suárez y Neymar, y el Barça de Alves lo ganaba prácticamente todo: seis ligas españolas, cuatro copas del Rey más, otras tantas supercopas de España y el trofeo más preciado: dos de las cinco copas de Europa (Champions League) que ha logrado el club. También entre otros galardones. El público adoraba a Dani y la Prensa también. El brasileño parecía uno de esos hamsters que sirven como mascotas: se sube a la rueda, empieza a dar vueltas (en este caso, a jugar al fútbol) y no se cansa nunca, hace eso como nadie. La de Alves con la afición barcelonista fue una relación de amor mutuo y sincero. Tanto que algunos años más tarde, cuando el Barcelona ya se hallaba metido en la ratonera económico-deportivo-arbitral de la que aun hoy no termina de salir, Dani Alves regresó brevemente para echar una mano. Eso fue en la temporada 2021-2022.
Además, y sucesivamente, Dani Alves jugó en algunos de los mejores equipos del mundo: la Juventus de Turín (una temporada), el Paris Saint-Germain (dos) y, finalmente, en el conjunto conocido como Los Pumas de la UNAM, en México, donde ya flojeaba (esto fue en 2022-2023) y del que fue expulsado por lo que ahora veremos.
Por supuesto, Dani Alves fue uno de los puntales de las selecciones nacionales de Brasil, desde la sub-20 a la absoluta. Con ellas jugó 150 partidos, marcó 19 goles (mucho para un defensa) y ganó un mundial sub-20, dos Copas de América y dos Copas Confederaciones. Y, desde luego, el oro en los Juegos Olímpicos de Tokio, los de 2020, que en realidad se celebraron en 2021 por culpa de la famosa pandemia de la covid-19. Puede que esa haya sido su mayor gloria.
Dani Alves ha ganado, con sus diferentes equipos, nada menos que 43 títulos: es el segundo jugador con más triunfos (colectivos) de todos los tiempos, solo por detrás de Lionel Messi. Tiene además numerosas distinciones individuales, logradas entre 2006 y 2019.
Habría podido pasar a la historia del deporte como una leyenda y un ejemplo para los niños. Pero su desmedida afición por las señoras y su poca cabeza, fruto de su escasa formación y de su sensación de ser impune y todopoderoso, lo han convertido en todo lo contrario.
Dani Alves se ha casado dos veces, ha mantenido varias relaciones intermedias y en todos esos casos no ha tenido ningún problema en “cazar al vuelo” lo que pillaba… o lo que se le ofrecía, que era mucho porque no faltan testimonios (por ejemplo el de su segunda esposa, la canaria Joana Sanz) de la frescura con que señoritas de muy diversa laya y condición se ofrecían, con asombrosa desenvoltura, al jugador, incluso delante de ella. Pero es evidente que Alves no ha sido nunca un ejemplo de fidelidad matrimonial.
El 30 de diciembre de 2022, en la discoteca Sutton de Barcelona, Dani Alves se fue al cuarto de baño en compañía de una joven. Lo que pasó allí es difícil de saber, pero la muchacha abandonó el lugar llorando y, al parecer, con una rodilla lastimada. Alves fue denunciado por violación, detenido y encarcelado preventivamente en enero de 2023. En diversos interrogatorios cambió hasta cuatro veces su versión de los hechos. Hay quien dice que la cosa no fue para tanto y que las “feministas radicales” (la abogada de la víctima, por ejemplo) se han propuesto dar un escarmiento ejemplar en la persona de Alves, haya para ello motivos jurídicamente consistentes o no. Hay quien dice todo lo contrario: que Dani Alves, sintiéndose impune por ser quien era y animado por el alcohol, se comportó como un auténtico depredador sexual, un violador en toda regla, y que la joven que entró con él al baño era punto menos que una monja teresiana. La madre del futbolista, la tremenda “doña Lucía”, se ha convertido en una estrella de las redes sociales a base de defender la “inocencia” de su hijo con frases de la Biblia y consignas aprendidas en las sesiones de adoctrinamiento de la secta evangélica.
Condenado a cuatro años de prisión, cuando se escriben estas líneas Dani Alves ha sido puesto en libertad bajo fianza de un millón de euros… que aún no ha logrado reunir. También esto ha provocado discusiones. De nuevo la madre se deshace en súplicas para que se demuestre la inocencia de su hijo y le ayuden a abandonar la prisión, mientras que el presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, ha dicho que eso es injusto, que “el dinero que tiene Alves, el dinero que alguien le pueda prestar, no puede comprar la ofensa que un hombre le hace a una mujer al cometer una violación”. Eso es indiscutible. Pero hay que saber que Alves, como buen seguidor de la secta evangélica, apoyó públicamente la candidatura del ultraderechista Jair Bolsonaro, rival de Lula en las últimas elecciones presidenciales; esto ayuda a explicar que el mismísimo presidente de la República se meta a opinar sobre un caso de violación que ha ocurrido en otro continente, tenga razón o no la tenga, que ese es otro asunto.
La carrera deportiva de Dani Alves ha llegado definitivamente a su fin. Su figura pública está destruida y la culpa no la tiene nadie más que él. No pasará a la historia como una leyenda sino como un ejemplo… de lo que no debe hacerse. Mientras tanto, él sigue rezando en la prisión, emitiendo en redes sociales mensajes de amor y respeto… y dando vueltas a la rueda de la jaula, sin cansarse. Es lo que ha hecho siempre.
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Los hámsters, o hámsteres (palabra de importación alemana), son unos roedores de la familia de los cricetínidos (cricetinae) que se agrupan en una veintena de especies. En su mayoría proceden de Oriente medio y del sureste de EE UU. Parecen ratones pero no son exactamente ratones. Y es muy fácil criarlos en cautividad, lo cual los hace extraordinariamente populares como mascotas.
¿Son listos los hamsters? Seamos sinceros: no, no mucho. Sus obsesiones principales son la acumulación de comida (la guardan en los abazones, unas bolsas interiores que van desde las mejillas hasta los hombros), la destrucción a dentelladas de las jaulas en que los guardamos y… el sexo. Animales nocturnos y diríase discotequeros (si se les deja), entran en celo cada cuatro días, frecuencia muy alta para los mamíferos; pero no tanto como el ser humano, que siempre está en celo.
La conclusión de todo esto es la célebre rueda de plástico en la que el hámster, que es fuerte, tenaz y ya hemos dicho que algo tontito, da vueltas sin parar, a veces durante horas, como si semejante esfuerzo fuese a llevarle a alguna parte. Y no es así, pero eso él no lo sabe. Un poco más de inteligencia, de prudencia y de respeto por los demás (suele llevarse muy mal con sus congéneres, es bastante abusón) no le vendrían mal. Pero esto él tampoco lo sabe: nadie se lo ha dicho.
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