Opinión

Arcadi Espada y los amos del cotarro

El 'perro no come carne perro' se ha convertido en el ‘perro debe acariciar al otro perro si quiere recibir su ración'.

Al presentador de La Sexta Noche le pillaron en su día con el carrito de los helados. Sucedió en septiembre de 2019, cuando tuvo que hacer una conexión en directo desde una manifestación de independentistas en Barcelona.

En el momento en el que Mamen Mendizábal conectó con el lugar de la protesta, se pudo ver a José Yélamo girándose hacia un grupo de chavales, a los que hizo un gesto con la mano. Inmediatamente después, empezaron a berrear. Alguno, con cara de no tomarse muy en serio lo que hacía.

Quien firma estas líneas escribió un artículo en el que señaló la manipulación. Le acusaron de mentir. Todo el grupo de medios de comunicación al que pertenece La Sexta lo negó. Sus portavoces dijeron que, en realidad, el periodista estaba harto de que le increparan por pertenecer a la ‘prensa Española, manipuladora’. Por tanto, hizo un aspaviento antes de empezar a hablar para Más Vale Tarde como modo de rebelarse contra los cabestros. 'Ahora, venga, gritad ahora, que voy a empezar'. La excusa era imposible de creer, pero la mantuvieron hasta el final. 

Ese día, la armada de la casa se lanzó a defender a Yélamo en las redes sociales. Entre ellos, Ana Pastor y un nutrido destacamento de colaboradores ‘ilustres’. Todos, peces más gordos, con más incondicionales y más ingresos anuales.

Algunos medios de comunicación –como El Periódico de Catalunya, entonces dirigido por Enric Hernández, colaborador en su día de La Sexta- se hicieron eco de la versión del periodista, sin haber contado previamente el hecho original. Ese día, fue sencillo deducir que en ese grupo son los amos del cotarro. Tienen una potente armada de canales y radios propios y, además, el apoyo de diversos medios de comunicación.

Dependencias mediáticas

Son varias cabeceras digitales las que se prestan a esta ‘extraña forma de colaboración multimedia' porque consideran que la presencia de sus periodistas en las mesas de debate de la televisión les otorga un ‘plus’ de visibilidad que no se puede desperdiciar. A cambio de eso –se entiende-, entregan su cariño cuando es menester, como, por ejemplo, cuando Yélamo se vio en apuros. O cuando apareció la conversación entre García Ferreras, Mauricio Casals y el ínclito Villarejo.

Arcadi Espada fue de los que criticó el contenido de esa grabación en un artículo que tituló Un burdo rumor. Comentaba algo evidente, y es que García Ferreras no estaba seguro de la veracidad de una información sobre Podemos que reveló OkDiario, pero, aun así, la emitió en su programa. El presentador se curó en salud con una llamada a Pablo Iglesias para que diera su versión. “Un trabajo irreprochable. El procedimiento principal con el que se expanden las falsedades”.

Tiene razón Espada en lo que expone en su columna: con la excusa de ganar clics, oyentes o espectadores, no hay medio actualmente que se esfuerce en comprobar la veracidad de las noticias que replica de sus competidores. A veces, incluso se copia y pega el contenido fake sin citar la fuente original. Quien no reconozca esto, miente. Ferreras en su programa defendió su forma de informar y se hizo el digno. "Nunca hemos dado una información falsa sabiendo que lo es", afirmó en Al Rojo Vivo.

Una semana después de que El Mundo publicara ese texto de Espada, un directivo de Onda Cero llamó al articulista para comunicarle la decisión de la cadena de Atresmedia, que es la de romper el contrato de colaboración que acababan de firmar. Así lo ha revelado el afectado.

Algunos puntos oscuros

Es evidente que cada cual gestiona su empresa como considera oportuno y que nadie tiene la obligación de mantener en nómina a alguien que critica su línea editorial. Pero en esta historia hay varios renglones que resultan preocupantes y que denotan que la profesión periodística se ha convertido en algo… indescriptible. En un ejercicio absurdo en el que las dependencias ya no sólo afectan a las empresas mediáticas con los poderes político y económico, sino también con los peces más gordos del gremio. El perro no come perro se ha convertido en el ‘perro debe acariciar perro si perro quiere su ración’.

Llama la atención que un ejecutivo soberbio corte la cabeza a quien alza la voz porque expresa una opinión distinta sobre un asunto editorial. Eso explica la importancia de ser manso para que siga sonando tu teléfono.

Por otra parte, también cabe poner el foco sobre los conductores de programas radiofónicos cuyos proyectos se ven condicionados por una decisión empresarial de estas características. ¿De veras tienen margen para configurar sus mesas de tertulia o su libertad de acción está condicionada por el criterio de sus superiores? En este último caso, ¿alzan la voz o aceptan por miedo o por conveniencia? Desde luego, estos hechos dan fuerza a las teorías que apuntan a que los partidos políticos tienen voz y voto sobre quienes se sientan en las mesas de debate. Y, lo peor, sobre quienes no deben estar.

También hay una reflexión que debería hacerse en todo el sector y que no se realizará, dado que los editores de prensa españoles han pecado durante los últimos años de una preocupante ceguera a la hora de definir su modelo de negocio. Pero, ¿de veras les conviene la exposición durante varias horas al día en las televisiones de sus columnistas estrella, a sabiendas de que inauguraron hace un tiempo muros de pago?

Porque, ¿qué valor añadido pueden ofrecer a sus lectores si sus articulistas cuentan lo mismo en el periódico que en tres tertulias a las que acuden durante el día?

No hay que olvidar tampoco a los que hacen todo esto por dinero. Es decir, a los contertulios que priorizan su presencia en las mesas de debate sobre la prudencia a la hora de defender sus conductores cuando se meten en un lío. O cuando ‘se ven metidos’, como es el caso de Ferreras en los últimos días. No debe andar muy bien la situación cuando, en vez de optar por el silencio cauteloso, uno se presta a hacer de soldado de una causa que no es suya.

Lo más gracioso es que cualquiera que se niega a cumplir la ley del ‘perro no come carne de perro’ es acusado de falta de compañerismo. “Qué mal preparados salisteis los becarios de aquí”, comentó recientemente el trabajador -y parece ser, heredero- de un grupo mediático de un constructor que fue condenado por corrupción, para el que se ha confinado una partida de 1,2 millones de fondos europeos.

La pregunta que habría que hacer a todos los periodistas es: ¿hace más daño a la profesión la crítica o la complicidad? ¿O el verse abocado a defender a un ‘jefe’ por miedo a las represalias?

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