Opinión

Cristina Kirchner y otros riesgos más cercanos a la puerta de casa

Hay quien llega a exhibir la fotografía de una navaja en formato cartel antes de unas elecciones. Y hay quien, a punto de ser juzgada, aprovecha que le han intentado aniquilar para tratar de salir airosa de todas las tropelías de las que le acusan

A Cristina Fernández de Kirchner le apuntaron con un revólver para tratar de cometer un atentado que algunos matizaron asignándole la etiqueta de 'supuesto'. Los peritos abrieron el teléfono del pistolero unas horas después para tratar de averiguar sus motivaciones, pero lo hicieron con tan mala suerte de que borraron todo el contenido del terminal. El pasado lunes, el diario Clarín informaba sobre la intención del presidente argentino, Alberto Fernández, de abrir el debate sobre la posibilidad de elaborar una “ley contra el odio”.

Es difícil encontrar un derecho más necesario e inalienable que el de odiar. Aborrecer implica posicionarse y construir en la dirección contraria. El odio es la sustancia que emana del tubo de escape de cada individuo, el que Freud consideraba necesario para evitar caer en la neurosis más insoportable. Quien no rechaza una parte del mundo con profundidad es, como mínimo, alguien melifluo, y, por lo general, un fariseo.

Puede entenderse que los códigos penales de cada país castiguen ciertas manifestaciones -que deberían ser muy pocas- de odio, pero sobra decir que la iniciativa legislativa peronista -que unos quieren y otros niegan- no persigue esto, sino acorralar a los opositores, entre los que ahora también se encuentra Javier Milei. La estrategia forma parte del abecé de los populistas autoritarios que están detrás del desgaste de varias democracias en todo el mundo.

El procedimiento lo utilizó Hugo Chávez con primorosa habilidad en Venezuela: primero se aprovechó del lícito malestar popular para crecer. Después, consiguió el poder; a continuación, redactó una nueva Constitución (que a la postre se saltó) y anuló el poder judicial. En paralelo, secuestró la Administración mediante el ascenso de amigos o partidarios.

Como la voracidad de los autócratas no conoce límites, el siguiente paso en estos casos (el de Venezuela es sólo uno de ellos, uno de los más evidentes quizás) consiste en amordazar a la prensa crítica y a los opositores. Eso puede implicar la construcción de un parlamento paralelo al legítimo -como en Venezuela-o el aprovechamiento de alguna circunstancia concreta para legislar en caliente “contra el odio” o contra los desestabilizadores. O contra los contrarios a la democracia. El proceso es similar en todos los casos porque, como decía aquel militar en Tirano Banderas, la única forma efectiva de hacer la guerra es como lucharon los romanos contra los cartagineses. ¿Para qué inventar la pólvora si ya se sabe cómo funciona? Que se lo pregunten a Erdogan. O a los peronistas.

También sucede en España

Conviene tener en cuenta todo esto y apuntarlo en un lugar de acceso frecuente para no errar a la hora de analizar los hechos que ocurren en el entorno más cercano. Quizás no haga falta para descodificar los más evidentes, como son la renovación del Consejo General del Poder Judicial o los indultos políticos o ideológicos. Pero viene bien para entender el significado de otros episodios, menos escandalosos, pero igual de lesivos y costosos.

Porque podría correrse el riesgo de concluir que el 'Tengo una pregunta para usted' que se organizó con toda pompa Moncloa hace unos días pretende poner en contacto al presidente con los ciudadanos de a pie. Nada más lejos de la realidad. Es pura propaganda por parte de un presidente que se observa herido en las encuestas y que pretende remontar con guiños al pueblo...

¿Ha descubierto Pedro Sánchez en sus vacaciones una vocación para el diálogo? Cuesta creerlo en quien cambió la posición histórica de España con respecto al Sáhara Occidental por sus santos bemoles, sin informar a la oposición ni a los ciudadanos. ¿Alguien recuerda aquel vídeo de Hugo Chávez vendiendo neveras baratas en televisión? Citar a cincuenta ciudadanos en Moncloa para que lean su carta a los Reyes Magos no es muy diferente.

Todo es propaganda. Todo es igual de impostado y populista; y todo se fundamenta en dos máximas: la primera es que siempre hay que luchar contra los cartagineses como lo hicieron los romanos; y la segunda es que el individuo, en masa, suele comportarse de la forma más estúpida posible. Así que siempre hay unos cuantos que pican el anzuelo, por tanto, ninguna acción cae en saco roto. Escribió Jorge Javier Vázquez esta semana que votará a Pedro Sánchez "por guapo". ¿Qué mejor ejemplo de la estulticia de la masa y de los convenidos?

Por todo esto, conviene siempre tener a mano el 'manual del populista autoritario' para que sus huestes, a partir de pequeñas acciones, diarias y machaconas, no se cuelen hasta el dormitorio de cada casa. Es a lo que aspiran.

Populismo antidemocrático

No es casualidad que los mismos -o parecidos- que al otro lado del Atlántico pretenden ahora eliminar “el odio” de la sociedad hayan propuesto, en España, regular la libertad de expresión mediante una normativa. La última que se ha planteado tiene que ver con los secretos oficiales. No es la única. Carmen Calvo, en su día, cuando se organizó aquella bochornosa campaña contra las fake news, lo dijo claramente.

Eso sí, tampoco hace falta legislar para configurar una armada mediática que sea favorable a los intereses del Gobierno populista. A veces, basta con colocar a Miguel Barroso y compañía. En Prisa o donde sea. O incrementar en 90 millones de euros en dos años el gasto en publicidad institucional. Ya lo dijo Pablo Iglesias: "dame el telediario" y alcanzaré el cielo.

En ocasiones, tampoco hace falta ser populista para provocar el deterioro de una democracia. Incluso los presuntos tecnócratas lo pueden lograr. Tan sólo hace falta adherirse a determinadas entidades supranacionales -políticas, económicas y militares- cuyos miembros no llevan vestimenta 'verde-oliva' ni 'tricolor', pero generan normativa y conflictos sin excesivos miramientos, pese a que ello sea contrario a la voluntad de los ciudadanos. Un buen día, cualquiera se puede despistar y, al recobrar el conocimiento, comprobar que con sus impuestos se está financiando una guerra en un lugar que no conocía y, para colmo, le adelantan que en invierno quizás no tenga calefacción como consecuencia de esa batalla.

Quien tiene afán de aglutinar poder o no quiere que las urnas entorpezcan sus planes, no necesita del consenso democrático. Tarde o temprano, inventa la estrategia necesaria para alcanzar sus objetivos. Hay quien llega a exhibir la fotografía de una navaja en formato cartel antes de unas elecciones. Y hay quien, a punto de ser juzgada, aprovecha que le han (presuntamente) intentado aniquilar para tratar de salir airosa de todas las tropelías de las que le acusan. Que son muchas. Y que provocaron un daño enorme en un gran país.

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