Opinión

La cruz de Isabel La Católica, Nancy Pelosi y la boina bien enroscada

"Aquí se aprecia la intensidad de la campaña propagandística que ha montado el PSOE en las semanas previas a las elecciones autonómicas y municipales; y no con los fondos de la caja fuerte de Ferraz, sino con los del Ejecutivo"

Hay un artista, cuyo nombre ocultaremos, que ejercía su actividad desde un lugar del interior del país. Digamos que no eran ni uno ni dos los que cuestionaban la calidad de su obra, pero lo hacían con la boca pequeña, a escondidas, casi debajo de una manta, para que no les acusaran de lerdos. En las composiciones de 'el creador' había un brochazo azul por aquí, un cubo embadurnado de pintura acrílica por allá, un espejo, una escalera, una sombrilla… Era todo tan conceptual que sólo los intelectuales de gran nivel estaban preparados para captar todos sus matices y apreciar un mensaje en todo aquello, que, a simple vista, parecía el trabajo de un escolar o el desahucio de un trastero.

Uno de sus cuadros se encontraba en el despacho del presidente de una comunidad autónoma y, un buen día, el hijo del artista -que es un ‘artista’ en otros ámbitos- se pasó por allí y le trasladó a su interlocutor: “Pero bueno, ¡si hay aquí un cuadro de mi padre! Tendrá usted un certificado de autenticidad, ¿verdad, señor presidente?”. El político, que había dejado todo en manos de un decorador, no sabía de qué le hablaba aquel muchacho, pero se apresuró a reclamarle explicaciones acerca del sello de autenticidad. “Es que sin el certificado es imposible demostrar el valor de la obra”, exclamó el hijo.

El político se alarmó, así que ordenó que emitieran el citado sello. Costó un ojo de la cara. Los tribunales de cuentas nunca llegan a medir bien el precio de estas estafas y apaños, que surgen de los intentos de tantos y tantos gobernantes de demostrar que, en realidad, no son unos paletos.

El caso es que el artista en cuestión (el padre) organizaba una vez al año una entrega de galardones que alguno apodaba, con sorna, como “los Nobel de secano”. Los premios eran estatuas de oro, tan pesadas que convenía hacer una distinción entre los premiados -exentos de riesgo- y los premiazos, capaces de romper la crisma más dura. El valor de cada pieza era elevado, así como la reputación de los que obtenían los reconocimientos. Consultar cada año el palmarés era descacharrante. Había médicos, deportistas y políticos de primer nivel internacional a los que se intentaba persuadir de asistir a aquella ridícula gala con el valor monetario de la pieza de metal dorado. Los reconocimientos los entregaba el artista, sobrevalorado por el esnobismo de tantos ignorantes y el interés de algunos “nobles”; y por ese espíritu gañán y caricaturesco que lleva una y otra vez a quienes dirigen el cotarro nacional a celebrar la visita de unos y otros a su pueblo, porque así supuestamente lo engrandece.

Un servidor recordaba todo este bochornoso circo -que se desmanteló hace unos años- el otro día después de que un Gobierno de España demostrara que la boina enroscada todavía es una prenda a la moda. Lo hizo al conceder la Real Orden de Isabel La Católica a Nancy Pelosi por el papel que ha desempeñado para romper el techo de cristal con el que se topan las mujeres en distintos ámbitos, dicen. Seguramente habrá quien piense que los del pueblo de al lado morirán de envidia cuando la expresidenta de la Cámara de Representantes de Estados Unidos aparezca por aquí para recoger el galardón y fotografiarse junto a las máximas autoridades del Estado.

Bienvenida, Mrs Pelosi

Desde luego, debieron herir el orgullo de Sánchez -hombre de ego mayúsculo- las palabras de quienes se burlaron de él cuando Moncloa vendió como una “reunión informal”, pero previamente acordada, aquel encuentro de pasillo con Joe Biden, en el que parecía que un anciano despistado preguntaba a un azafato latino dónde estaba el ascensor. Quizás por eso se ha concedido una medalla a la veterana política del Partido Demócrata. Para saldar cuentas pendientes con críticos y sátiros.

Sea como sea, aquí se aprecia la intensidad de la campaña propagandística que ha montado el PSOE en las semanas previas a las elecciones autonómicas y municipales; y no con los fondos de la caja fuerte de Ferraz, sino con los del Ejecutivo. Porque los socialistas transmitirán en plena campaña electoral -Sánchez visitará la Casa Blanca el 12 de mayo- que su alianza con la gran potencia imperial occidental es robusta y que eso convierte a Sánchez en un presidente fuerte, pese a lo que indican las encuestas y la caverna mediática. Mientras los ciudadanos miren a Estados Unidos, se apartará la mirada de Marruecos. De Mohamed VI.

Además, la medalla a Pelosi permitirá a Moncloa volver a difundir el mensaje de que el Gobierno es, ante todo, feminista, de ahí que no escatime esfuerzos en reconocer a las mujeres que rompieron techos de cristal. Entre ellas, la premiada. ¿Que Pedro Sánchez pasó a cuchillo a Susana Díaz y a todos sus acólitos cuando la andaluza aspiró a encabezar el PSOE? Eso ahora no importa. ¿Que el 'tito Berni' y compañía practicaban aficiones que no encajaban muy bien con el ideal del 8-M? No sé de quién me habla.

Ese carácter cateto

Tampoco conviene obviar que premiar al fuerte, al famoso o al potentado suele dar buenos resultados en España, donde tanto se cuida a los caciques y tan bien se les entierra. Esto evidencia que la ignorancia y la tendencia al vasallaje son abundantes por estos lares... y esto explica muchos silencios cómplices. Más de uno se preguntará estos días quién es esa tal Pelosi y, poco después, se alegrará cuando le digan que el Gobierno va a premiar a una política importante americana. A lo mejor, si viene a recoger la insignia, podría traer un cargamento de leche en polvo. O, al menos, saludar con la mano a la concurrencia.

"Americanos, os recibimos con alegría".

A Estados Unidos, por cierto, viajó hace años una delegación de empresarios que encabezaba el presidente al que citaba al principio del artículo. Fueron para impresionar, pero, sobre todo, para impresionarse. Llevaron en el avión a un cortador de jamón profesional y, en un momento, realizó un tirabuzón con el cuchillo para impresionar al vicepresidente y dejarle tan suculento manjar a 10 centímetros de su boca.

Al ver que aquel hombre acercaba el filo del cuchillo a la garganta del todopoderosísimo político, los agentes de seguridad se llevaron la mano a la funda de la pistola, al pensar que podría cometer un magnicidio. El citado presidente comía jamón mientras tanto, quizás pensando en que todos los prodigios artísticos y gastronómicos de los que se había rodeado le generaban demasiados problemas. Pero bueno, había llegado lejos: estaba junto a algunas de las personas más poderosas del planeta.

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