No hay un mayor indicio del comienzo de una Edad Oscura que la quema de bibliotecas o la destrucción de obras de arte. Lo hicieron los bárbaros de Estado Islámico con el Templo de Nabu o los talibán con los budas gigantes... y el mundo los observó con pavor. Lo que sucede es que las religiones contemporáneas también generan sectarios, así que dos de los miembros de la Orden Salafista del Cambio Climático decidieron el pasado viernes arrojar una lata de tomate sobre el cuadro de Los girasoles, de Van Gogh. Lo hicieron ante el pasmo de algunas estrellas bobaliconas –hipócritas siempre- que pensaron que nunca tendrían que enfrentarse a los monstruos que ellas mismas alimentaron.
En tiempos de conflicto moral, siempre medra el antiintelectualismo, que es la herramienta que utilizan los bárbaros más sofisticados para arrasar con todo lo establecido y tratar de imponer su doctrina. En este caso, la climática, que forma parte de todos esos credos irracionales que inventó el progresismo para mantener el pulso tras el fracaso de los sistemas socialistas. Todos ellos, presentados entre buenas intenciones y mensajes solemnes, pero con un mismo estilo, que es el autoritario. La superioridad moral siempre les acompaña.
Así que una joven con el pelo teñido de rosa decide un buen día lanzar el contenido de un bote sobre una obra de arte. Lo hizo en nombre de una organización –JustStopOil- que fue fundada por Aileen Getty, entre otros. ¿Y quién es esta mujer? La nieta de John Paul Getty, el magnate que fundó la Getty Oil Company. Desde que se puso en marcha, esta asociación ha recibido fondos de entidades como el Climate Emergency Found, que está sustentado -entre otros- por grandes fortunas de Hollywood y se dedica a repartir dinero entre activistas contra el calentamiento global.
Cerebros destruidos
Charles Manson escuchaba el White Album de Los Beatles y buscaba mensajes en clave al estilo de los cabalistas más irracionales. Habría que analizar el efecto que tiene sobre la mente de estos vándalos estúpidos el bombardeo de mensajes que reciben a través de su teléfono móvil, en los que se representan los mapas del tiempo en rojo, fuego, y negro, muerte; se advierte de las sequías, de la extinción de los osos polares, las hambrunas en el Cuerno de África o las emisiones de CO2 de los viajes en avión.
Es fácil interpretar cada hecho que acontece en el planeta como una consecuencia del calentamiento global cuando alguien ha sido sometido, durante sus años de formación, a todo tipo de mensajes radicales y catastrofistas.
Es que no hay ningún espacio libre de la doctrina polite. Una simple búsqueda en Netflix permite encontrar varios documentales sobre las emisiones a la atmósfera de la ganadería, la destrucción de los polos, la muerte de las barreras de coral, la formación de masas de plástico en el Atlántico y la conveniencia de cambiar de hábitos para frenar el apocalipsis climático. La nueva ley de educación incluye referencias a este fenómeno en diversos momentos, al igual que a todas las sostenibilidades e igualdades que configuran esta nueva forma de pensar, que está tan alejada de la razón que incluso llega a denostar estudios que evidencien las diferencias biológicas entre un hombre y una mujer.
Hubo unos escritores, hace unos meses, que tuvieron que presentar su libro –Nadie nace en el cuerpo equivocado- tras ser escoltados por la policía porque un grupo de ‘activistas queer’ habían amenazado con quemar la librería donde se iba a celebrar el acto.
La izquierda se ha consagrado a estas causas… y todo su ecosistema mediático y su mitología se ha puesto al servicio de ellas. Los mensajes con los que bombardean a la opinión pública son tan radicales, obscenos y alejados de la realidad que han provocado serios trastornos en una parte de sus feligreses, que piden la censura de canciones por contener mensajes machistas, que exigen modificar la Constitución española para hacerla más ‘inclusiva’ o que no duda en boicotear una obra de Van Gogh o hacer una sentada frente a un Botticelli para reivindicar lo suyo. Son la secta del reverendo Jones, pero con causas que están aceptadas y financiadas por el establishment. Y todo esto no conduce a nada bueno, ni mucho menos.
Nueva Edad Oscura
Al observar estas cosas, cualquiera podría pensar que ha llegado su fin el período de esplendor cultural que brotó en el Renacimiento, y que, con sus altos y bajos, se ha desarrollado hasta la Edad Contemporánea. La sensación es que nos hemos adentrado en una edad oscura en la que la mentira y la burricie han orillado al conocimiento. Todo es líquido, los formatos están moribundos, las ocurrencias cada vez tienen más eco y la propaganda corre a sus anchas por cada una de las autopistas del mundo digital. En especial, por las redes sociales.
Eso ha trastornado el cerebro de quienes se adhieren a estas causas. Hay que ser un completo idiota para cometer un acto vandálico contra una obra de arte para pedir el fin de la utilización de los hidrocarburos. O para lo que sea. Es el mejor ejemplo de los efectos nocivos de la postmodernidad. Del nada vale. Del nada tiene valor ni ningún mito ni creencia deben ser tenidos en cuenta.
En estas circunstancias, es normal que los más memos –que no son pocos- adopten como auténticos dogmas de fe los argumentos más inverosímiles sobre el CO2, las almas que caen en cuerpos equivocados o la ganadería. Son penosos. Les basta un tuit de Joaquin Phoenix o un titular de prensa para asumir como cierto un postulado. No son mucho más sofisticados que los lectores del horóscopo.
¿Quién dijo que la sociedad mediática digital no era una amenaza contra la razón?
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