Opinión

El ego periodístico y la compra de Twitter por Elon Musk

Foros de debate como Twitter no son cualquier cosa. En esta red social están presentes algunas fuentes periodísticas y de conocimiento interesantes

No hay día en el que no piense en la película Her, en la que su protagonista, Joaquin Phoenix, se enamora de una asistente virtual con la voz de Scarlett Johansson. Gozar y sufrir por una máquina. Establecer dependencias con un ser ficticio, estructurado en código fuente. Suena a broma pesada. No cuesta imaginar en una situación similar a todos esos periodistas y columnistas que se alegran, se disgustan y se persiguen en las redes sociales por tener la razón o por sentirse reforzados ante sus seguidores. Es una de las manifestaciones de ego puberal más estúpidas que ha visto el mundo.

Foros de debate como Twitter no son cualquier cosa. En esta red social están presentes algunas fuentes periodísticas y de conocimiento interesantes; y de sus debates puede extraerse casi siempre información útil sobre el sentir de determinadas colectividades. Eso no convierte en menos ridículas las dependencias emocionales que establecen algunos ilustres periodistas de la Corte con este medio.

Se empeñan en empequeñecer su firma y su figura y en cada tuit; y dedican un buen tiempo de su día a día la tarea. ¿Por qué? Ni la más remota idea. Quizás por llenar con likes o retuits los vacíos existenciales. Quién sabe. ¿Elegirán también los temas de sus artículos en función de la aceptación / rechazo que -intuyen- pueden tener en sus redes? La respuesta a esta pregunta podría ser demasiado reveladora.

Este patio se ha revuelto últimamente porque el magnate Elon Musk se ha convertido en su principal accionista; y eso ha hecho especular a sus usuarios más insignes sobre los posibles cambios que generará el cambio de dueño en la red social del pájaro azul. Desde el ala izquierda, la presencia de Musk se considera un peligro, en cuanto a que su posible permisividad con los discursos ultras podría intoxicar a la sociedad, opinan (como si los suyos no fueran extremistas). Otros, piensan que con el canadiense al mando la censura se reducirá o, al menos, se aplicará de una forma más imparcial.

En este sentido, citan la expulsión de Donald Trump como ejemplo del sesgo político de Twitter. El cual, por cierto, era evidente. La duda es si su existencia se explicaba en razones ideológicas o económicas. Porque quizás son los propios anunciantes los que decantan la balanza hacia uno y otro lado. Suele pasar.

Los problemas del periodismo con Twitter

El caso es que Musk ha anunciado recientemente su intención de cobrar una cuota mensual a los usuarios que dispongan de un perfil verificado y eso ha generado inquietud en quienes disponen de esa 'insignia', que, en muchos casos, llevan por una cuestión de ego.

Todos esos periodistas que escriben 20 o 30 mensajes diarios han comenzado a disertar sobre cómo afectará este cambio a su actividad tuitera y sobre cómo se posicionarán los mensajes de cada cual en función de si deciden pasar por caja o evitarlo. Como suele ocurrir, fijan la vista en el detalle concreto, pero no en lo más relevante.

Porque sería un buen momento el actual -tras el cambio de dueño de Twitter- para iniciar un debate sobre el efecto que las redes sociales, en particular, y los gigantes tecnológicos, en general, ocasionan sobre la actividad periodística y sobre las empresas de medios de comunicación.

El más evidente lo señaló hace unos meses el director de The New York Times, que advirtió de los riesgos que entraña Twitter para los periodistas. “Genera debates muy tóxicos" y es desaconsejable para realizar “trabajos de campo”, dado que las opiniones extremistas pueden llegar a estar sobre-representadas en su foro.

Por otra parte -apuntó-, el miedo al “castigo social” puede condicionar la línea de los periodistas y articulistas. Hay quien escribe por los likes o contra las críticas de los usuarios más descerebrados. Del mismo modo, hay quien vilipendia a los comentaristas de sus noticias y no tiene en cuenta la sapiencia que impregna a algunos argumentos.

Esto sucede -o puede suceder- en el terreno individual, pero en el empresarial hay un aspecto que debería preocupar a los profesionales del sector. Es el relacionado con las dependencias que han establecido para con estas plataformas, a las que ceden su contenido por sistema con el propósito de que se viralice y atraiga más lectores a sus artículos.

Desde que surgieron Google y las redes sociales, los medios han dedicado una buena parte de sus esfuerzos a nutrir a esta especie de mercados mayoristas de la información

Desde que surgieron Google y las redes sociales, los medios han dedicado una buena parte de sus esfuerzos a nutrir a esta especie de mercados mayoristas de la información, que les derivan audiencia, pero que, a la vez, se quedan con la gran mayoría de la inversión publicitaria. Es evidente que hay multitud de anunciantes que no buscan lo mismo en Facebook y Twitter que en un periódico digital.

Pero quizás si los medios hubieran considerado a estas empresas como competidores en este mercado, y no como aliados indiscutibles, su posición hubiera sido menos débil. Por ejemplo, a la hora de negociar acuerdos con Google para la cesión de sus contenidos para las plataformas de agregación de noticias. En España, la retribución que obtienen los editores es tan baja que resulta ridícula.

La parte débil en este caso es la de los media, que hace varios años perdieron el monopolio de la información y todavía no han encontrado una vía rentable y efectiva para garantizar la viabilidad de sus negocios a futuro. Pero no suele ser una buena idea el establecer dependencias económicas y emocionales con nadie cuando uno flojea. Ni en lo empresarial, ni en lo personal. Este principio, por tanto, sirve tanto para los accionistas de los medios como para los periodistas, que creen que tienen más o menos influencia en función de cuántos usuarios les den o les quiten la razón. Son como niños...

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