Sucedió en aquel atribulado septiembre de 2010, en el que los mineros de la cuenca de El Bierzo organizaron su segunda Marcha negra y recorrieron a pie el camino que separa Ponferrada de León. Fueron días de ampollas en los pies, huelgas de hambre, cortes de ferrocarril, bazucas improvisados y barricadas de neumáticos que ardían a media mañana. Europa había arrinconado todavía más al carbón y la gente de aquellas comarcas se revolvió para expresar su impotencia y su incertidumbre.
Recuerdo un viaje en coche que realicé con mi compañera y amiga Carmen Bayón desde León hasta Tremor de Arriba, donde un grupo de diez mineros iba a salir del Pozo Casares tras casi un mes de encierro reivindicativo. En el pueblo no vivían más de quinientas personas, encajonadas en un valle al que se accedía tras varios kilómetros de carretera sinuosa, de las que incitan a tocar el claxon antes de cada curva y de las que tan lejos quedan de los despachos de los burócratas de Bruselas. Ese día, lo primero que hicimos fue parar en el bar de Igüeña, el municipio de cabecera. Allí, apoyado en la barra, con su camisa de cuadros abierta y dos o tres vinos entre pecho y espalda, estaba su antiguo alcalde, quien tras cerciorarse de nuestro interés por los mineros encerrados, dijo algo así como: “Aquí nada es lo que parece. A los que están encerrados los reclutaron el empresario y su hijo. Tuvieron mala suerte porque entre todos los polacos -que aceptaron sin rechistar- se metió un negro que no tenía papeles y tuvieron que sacarle por la noche y sustituirle por uno que 'estaba legal'”. El hombre se llamaba Laudino García. Ya murió.
Sobre el papel, aquello era una protesta sindical. En realidad, los empresarios también la impulsaban, ante el temor de que las leyes bruselenses les hicieran perder todo su negoci. Uno de ellos era Manuel Lamelas y, el otro, Victorino Alonso. A este último le había denunciado su exmujer unos años antes por no pagar la pensión a sus dos hijas y en el juzgado se declaró insolvente. Confesó que sólo poseía una moto vieja.
En aquellos días, el SOMA FIA-UGT celebró al noreste de allí la fiesta de Rodiezmo, a la que no acudió Rodríguez Zapatero, pero a la que sí fue José Ángel Fernández-Villa, capo sindical de la minería de la zona y quien fuera condenado por chorizo. En su discurso, volvió a apelar a la acción de las clases trabajadoras, conformadas por aquellos que todavía hoy se preguntan si los fondos MINER, de reconversión económica de las cuencas, se malgastaron y se emplearon para comprar favores, votos y silencios, dado que por allí siguen con una mano delante y la otra, detrás.
Comarcas enteras abandonadas
Habrá quien se pregunte por esas zonas acerca de los beneficios que les ha traído la descarbonización de la economía, dado que ni el aire puro ni la fe en el Espíritu Santo son suficientes para llenar el estómago. El integrismo energético de representantes públicos como Teresa Ribera provoca que la sombra de desesperanza que se cierne sobre tantas y tantas zonas de la 'España vacía' no levante, lo que hace que los autobuses ALSA, los que en su día movieran a miles de empleados de las cuencas, ahora completen los trayectos hasta Madrid abarrotados. A falta de trabajo en casa, hay quienes buscan esperanza en la capital.
Todo este asunto es de una crueldad proverbial. Marchan los jóvenes, se quedan los jubilados. Su energía se marcha en grandes maletas con ruedas mientras la estación de autobuses queda en silencio y sus padres enfilan el camino a sus casas los domingos por la tarde, entre locales vacíos y fábricas cerradas. Hay un momento de la película As bestas que resume una buena parte del problema. Su protagonista, el francés, es un soñador que se estableció en la aldea orensana de Santolalla porque, en su juventud, durante un viaje iniciático, paró por allí y quedó prendado de su cielo y sus montañas. Así que decidió montar un negocio rural allí y, evidentemente, rechazar la oferta de una compañía eléctrica para instalar en los montes unos cuantos aerogeneradores.
Durante una conversación tabernaria, intenta convencer a un vecino, nacido allí, de que su postura es la correcta, dado que la empresa energética ofrecía una pequeña recompensa a cada vecino y, a cambio, estropearía el paisaje con varios molinos contemporáneos. El otro, respondía algo así: “Mira, ¿tú qué sabrás? Aquí no tenemos nada. Trabajamos con animales y olemos a mierda. Las mujeres ni nos miran. ¿Ves aquí alguna mujer? Con eso que me van a dar yo me cojo un taxi en Orense y me voy de aquí. Porque, si no, ¿cuál es mi futuro? ¿Morir entre vacas?”.
Hay que ser muy inocente para pensar que las compañías eléctricas no han aprovechado la miseria de las comarcas para incrementar su negocio de energías renovables; al que, por cierto, les ha empujado un proyecto de economía verde que se ha realizado a espaldas de la realidad
Hay que ser muy inocente para pensar que las compañías eléctricas no han aprovechado la miseria de las comarcas para incrementar su negocio de energías renovables; al que, por cierto, les ha empujado un proyecto de economía verde que se ha realizado a espaldas de la realidad, con el componente irracional y escasamente práctico que caracteriza a las ideologías. Llama la atención que el ministerio de la fundamentalista Ribera lleve la coletilla de “reto demográfico” cuando es precisamente su estrategia económica la que ha convertido la subsistencia en un reto en algunas zonas de España.
Nucleares, sí
Esta polémica puede extenderse a la energía nuclear, tan denostada por las influyentes organizaciones ecologistas, pero tan valorada en los pueblos en los que genera trabajo. Hubo una mañana de invierno, en 2009, en la que algunos grupos 'verdes' se manifestaron contra la instalación de un cementerio de residuos nucleares en Villalón de Campos, una localidad situada a medio camino entre Valladolid y León. Es decir, en esa ruta donde se pasa por Medina de Rioseco, Mayorga y Sahagún que el paso de los años ha ido vaciando de casi todo. El Canal de Castilla llegó demasiado tarde, dado que la invención del ferrocarril le restó casi todo su potencial económico. Y las vías de alta velocidad no tienen parada en la zona. Traen y llevan a lo lejos, pero no dejan nada allí.
Mientras las pancartas de los ecologistas advertían de los peligros de la radiactividad, los vecinos que se hallaban en uno de los bares del pueblo en aquella gélida mañana se mostraban esperanzados con que el Gobierno eligiera aquel lugar para construir el almacén, dado que eso seguramente generaría puestos de trabajo. ¿Qué mejor forma de resumir el problema? Si lo renovable no da de comer en esas zonas, habrá que buscar alternativas y pensar que quienes dijeron que con molinos y placas solares se llenan los platos no dijeron la verdad.
Así que un portavoz del BNG, Néstor Rego, afirmó esta semana lo siguiente: "Si Madrid quiere energía que coloque los molinos en la Castellana. Estamos hartos de ser una colonia para que otros se aprovechen de nuestros recursos. Y el viento es uno de nuestros recursos". Sobra decir que el mensaje es demagogo y recurre al odio contra la capital porque quien lo pronunció es consciente de que es rentable en términos electorales. Pero de esa frase se deduce el malestar, la rabia de millones de españoles que viven en zonas poco prósperas (desde La Raya hasta Béjar; desde Algeciras hasta Langreo) y a quienes se vendió la energía verde como una de las soluciones a sus problemas, en una de las mentiras más flagrantes que se han pronunciado en esta era actual.
Evidentemente, los dos partidos del Gobierno no han respondido a Rego. Porque saben que su crítica es certera en ese sentido; y porque tienen claro que aquello de la 'España vaciada' es un mero eslogan electoral. Puro marketing vacío de contenido. A esa España no están dispuestos a escucharla. Eso alteraría sus planes y esa agenda tan irracional que se impondrá en los próximos años y que ya genera más perjuicios que beneficios en la población.
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