La definición más extraordinaria de los hipócritas quizás la dio el filósofo y místico sueco Emanuel Swedenborg en su obra Del cielo y el infierno. “Hablan como los ángeles sobre asuntos del Señor, del cielo, del amor, de la vida celestial, y también obran el bien a fin de parecer ser tales como hablan; pero piensan de otra manera, nada creen, ni quieren el bien a no ser para ellos mismos. Si hacen el bien es por interés propio, si es en interés de otros es a fin de ser observados”. Cuesta mucho no pensar en Emiliano García-Page al leer estas palabras.
El citado teólogo aseguraba que los hipócritas aspiraban al Cielo y que, de hecho, nada más morir se encaminaban hacia sus puertas. Sin embargo, a medida que se acercaban sentían una angustia insoportable que les impedía continuar, así que, al final, resignados, acababan chamuscados en el infierno. Es una lástima que en las filas socialistas no haya ningún barón con la dignidad suficiente como para rectificar de una forma similar a la de esas almas errantes y asumir que todos y cada uno de ellos, salvo que demuestren lo contrario, son cómplices de los ataques de Pedro Sánchez contra el Estado de derecho. Porque el que consiente -aunque lo niegue- forma parte del tinglado.
A estas alturas hay que ser muy crédulo para pensar que el discurso de García-Page contra la reforma del Código Penal -sedición y malversación- es algo más que palabrería interesada. Quizás en los primeros años del sanchismo todavía era posible llegar a concebir que estas voces críticas estaban dispuestas a convertirse en contrapesos reales dentro del partido e incluso a abandonarlo en caso de que el rumbo marcado por Moncloa contraviniera sus ideales. Nada más lejos de la realidad. Al final, los lamentos no están acompañados por acciones subversivas efectivas, lo que deja a sus emisores como unos auténticos bocazas. O hipócritas. ¿Acaso algún diputado castellanomanchego se saltó el jueves la disciplina de voto en lo relativo a la sedición y la malversación?
El PSOE del párroco y del Toro de la Vega
Detrás de estas bravuconadas y falsas escaramuzas se encuentra una realidad, y es que el PSOE tiene más de partido institucional que de socialista. Es la formación política que se arrogó la legitimidad del sistema de 1978 y la que ha demostrado durante las últimas décadas una sorprendente capacidad camaleónica para ofrecer a cada uno de sus tipos de votante el menú ideológico que desean, según donde vivan.
Así que mientras el PSC se acuesta con los independentistas y se levanta con la melena alborotada, el antiguo alcalde de Tordesillas defendía el Toro de la Vega; el de un pueblo de Cuenca es penitente en la procesión del Viernes Santo y Odón Elorza aboga por el acercamiento de los presos etarras. Mientras tanto, personajes como Alfonso Guerra agrandan cada año su monumento a la impostura mientras engordan filas de críticos que, en realidad, ladran, pero ni consiguen frenar las tropelías ni hacen ademán de detenerlas. La lógica es aplastante: incorporarse cuando uno está tumbado en una hamaca cuesta. El trasero se hunde entre la tela.
Entonces, cualquiera puede hacerse una pregunta pertinente: si usted no está de acuerdo con nada, ¿qué rayos hace en el PSOE? En la respuesta está nuestra enfermedad, que es la de los partidos, que son organizaciones omnímodas e invasivas que pagan y consiguen sueldos a los correligionarios; y les garantizan una existencia más cómoda que casi cualquier otra actividad. García-Page no dará un portazo porque fuera del PSOE no es nada, pero tampoco le castigarán en el corto plazo porque es útil para el partido en su territorio, donde se entiende que el votante tiene un perfil más conservador. Por eso, el camaleón debe adoptar un tono de piel rosado... o casi neutro.
Hipócritas y aduladores
Escribió Séneca en sus Diálogos que de igual forma que unos ciudadanos preparaban sus músculos para la batalla o para el atletismo, los servidores de lo público cultivaban su espíritu para “hacerse útiles para sus conciudadanos”. Ahora bien, el filósofo plasmó aquello pensando en los hombres nobles (o eso parecía) y no en los hipócritas y los aduladores. Por eso, añadió: “Lo que habrás de hacer, si topas con un tiempo desapacible en la política, es asignarte más para tu ocio y tus letras, y poner rumbo al puerto de inmediato, no de otra forma que en una singladura peligrosa, y no esperar a que las circunstancias te suelten, sino separarte tú mismo de ellas”.
En el país en el que Sánchez y los suyos han emprendido un sorprendente proceso de colonización de las instituciones y de una parte del sector privado, no parece que haya muchos socialistas dispuestos a "poner rumbo a puerto" ante la llegada de la tormenta. Porque saben que el 'seguidismo' interesado..., el pulsar el botón del sí..., el levantar el puño derecho... o el aplaudir en el mitin en el que se defiende la reducción de penas para los malversadores... es rentable. Cuanto más grande es el partido, más sillones hay vacantes; y mientras la España de a pie de calle y los independientes observan el horizonte con preocupación, quienes pertenezcan al aparato siempre tendrán un escaño remunerado, un puesto en un Consejo de Administración, una silla en una tertulia o un carguito en una fundación.
Por eso, el día que García-Page o Javier Lambán rompan su carné de militante, podrá tomarse en serio su discurso. Mientras tanto, conviene mantener la sospecha de que sus palabras son en realidad un eslogan electoral del PSOE, que juega a la puta y la Ramoneta para no perder las elecciones. Que lo mismo se fotografía con el Padre Ángel que acude a la misa del Corpus, aplaude a un torero o acerca a un preso etarra. Es el partido de la hipocresía -como se ha demostrado este jueves- y el que nos arrastra poco a poco hacia el infierno de la democracia bananera.
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