Es mucho mejor que los asesinos estén en las instituciones que en cualquier organización armada, así que, en 2006, ese gordo infame con complejo de Napoleón, llamado Salvatore Riina, debió obtener el perdón de todos sus pecados durante el juicio por el asesinato del periodista Mauro de Mauro. Entonces, el mafioso -que también ordenó los atentados contra el juez Falcone y el magistrado Borsellino- cumplía cadena perpetua por sus múltiples tropelías. Murió en la cárcel, sin que nadie en su país cayera en la cuenta de lo democrático que hubiera sido el conceder la libertad a la cúpula de la Costa Nostra para que sus matones pudieran presentarse a las elecciones.
Italia hubiera dado un ejemplo al mundo sobre cómo la vía institucional sirve para suturar las heridas abiertas y mejorar la convivencia de un país. Los chicos de Riina podrían haberse sentado en los asientos del Pleno municipal de Palermo e incluso el don, Totò, podría haber negociado los términos de la reforma laboral o de la ley de la memoria que serviría para enseñar en los colegios que la mafia no se dedicaba al crimen organizado, sino a dar trabajo a los jóvenes de los barrios desfavorecidos y a impulsar la lucha obrera en sindicatos de sectores estratégicos.
Sería justo que en los manuales de secundaria también se subrayara que colaboró en la lucha contra el fascismo durante la Segunda Guerra Mundial, en la que prestó apoyo a los aliados. "La mafia, como bastión siciliano contra el autoritarismo" sería un buen título para un capítulo que abogara por la reconciliación de 'las italias'.
Caciques de consistorio, 'torquemadas' de calle
Quizás habría un momento en el que aquellos que buscan sacar rédito político de la lucha contra la Cosa Nostra plantearan una pregunta impertinente: ¿Y si en realidad han dejado de matar porque han descubierto que la política es más rentable que la actividad criminal? ¿Y si ya no les hacen falta las pistolas porque a través de las instituciones se han convertido en una especie de caciques de consistorio, torquemadas de calle y dueños de la paz?
Sin duda, se haría necesario en esas circunstancias que algún demócrata ejemplar saliera a la palestra para denunciar al insolente y expresar que el mérito de la paz es, en realidad, de quienes dejaron de matar, extorsionar, apalizar, secuestrar, torturar y robar; y no de quienes nunca lo hicieron. ¡Qué cosas dice usted!
Si Italia hubiera aprovechado su oportunidad para la reconciliación y la normalización del 'conflicto político siciliano', hoy sería habitual ver al equivalente de Sonny Corleone o de Clemenza en una lista electoral. Habría a quien le resultaría extraño que se sentara en un escaño un matón hortera, con un estilo similar al de Paulie Gualtieri o Silvio Dante en Los Soprano, pero también fue extraño para un habitante de la España interior el meter un sobre en una urna a finales de los 70; o comprobar el desfile de mujeres enlutadas de camino al centro de votación en 1933, por primera vez en este país. Todo lo nuevo tiene un punto extraño al principio. Después, uno se acostumbra y la sociedad evoluciona y se vuelve más moderna y tolerante.
¿Qué es mejor? ¿Matar desde una organización criminal o aceptar que quienes pertenecieron a ella lleguen a la política y puedan pugnar por lo suyo con mayorías parlamentarias y diálogo?
Italia podía ser hoy un país más democrático y participativo, como lo es la Colombia de Gustavo Petro. Allí quiso Pablo Escobar hacer una larga carrera política, no le dejaron y... claro, se vio obligado a ejercer la violencia para confrontar el autoritarismo estatal. Si hubiera llegado a presidente, no le hubiera hecho falta poner una bomba en un avión de Avianca ni sembrar el pánico en el país. A lo mejor, con Escobar al frente de Colombia, el narcotráfico se hubiera legitimado y la represión contra sus enemigos se hubiera vuelto oficial. Pero, ¿qué es mejor? ¿Matar desde una organización criminal o aceptar que quienes pertenecieron a ella lleguen a la política y puedan pugnar por lo suyo con mayorías parlamentarias y diálogo?
Etarras en las instituciones
Así que hay algún descarriado que estos días ha censurado que 44 condenados por pertenencia o colaboración con ETA se presenten a las elecciones del 28 de mayo en las listas de EH Bildu. Entre ellos, por ejemplo, Begoña Uzkudun Etxenagusia, número 3 en la lista para la alcaldía de Régil y condenada en 1989 a 18 años de prisión por el asesinato de José Larrañaga Arenas en 1984. O Agustín Muiños Dias Tinin, número 6 en la lista a la alcaldía de Legutiano, en Álava, y castigado en 1985 con 29 años de cárcel por el asesinato en 1983 de José Antonio Julián Bayano, como recordó el otro día la asociación de víctimas Covite.
Al igual que los chicos que colaboraban con Salvatore Riina, ETA aniquiló a periodistas como José María Portell Manso; o a empresarios que no cedieron ante su chantaje. Incluso a gente que pasaba por allí, como en el Hipercor de Barcelona; o como en el caso de Julián Galarza, que el 10 de febrero de 1976 salía de un bar de tomar un vino con un amigo y fue aniquilado de un disparo a bocajarro. También asesinó a jueces, a miembros de las fuerzas de seguridad del Estado, a políticos... y a quien se cruzó en su camino o atentó contra sus intereses. Todos ellos, inocentes. Todos ellos, víctimas.
Los pacifistas, muy demócratas, nunca censurarían al contrario. ¡Qué dice usted!
Los mejores demócratas de este país aplaudieron la 'vía hacia la paz' de Otegi porque pensaron que se había desligado de los violentos. EH Bildu llegó a las instituciones y en los municipios vascos -argumentan- se alcanzó al fin la calma y la concordia. Allí nunca se censuran las opiniones del contrario ni se atenta contra la libertad de expresión. Es cierto que se ha producido algún incidente cuando algún constitucionalista ha tratado de organizar un acto político, según los pacifistas, para desestabilizar y alterar el orden democrático alcanzado con tanto esfuerzo. Pero, por lo general, la situación es envidiable desde que los unos accedieron a dejar de matar -voluntariamente además- a quienes los reprimían. ¿Que los constitucionalistas todavía tienen que expresarse con sordina o callar en muchos puntos de aquel territorio? Eso es una leyenda urbana. Los pacifistas, muy demócratas, nunca censurarían al contrario. ¡Qué dice usted!
En estas elecciones se presenta una oportunidad histórica, y es la de integrar en la política a quienes tienen delitos de sangre. Es el camino hacia la completa normalización, que podría culminar cuando el PSOE acceda a negociar el Gobierno vasco con alguno de estos ciudadanos rehabilitados. Es una lástima que Giorgia Meloni no haya accedido a integrar en su gabinete a los sabuesos de la mafia, al igual que han hecho en la izquierda abertzale con sus gudaris. Hubiera ayudado a cerrar viejas heridas. Como aquí en España, donde somos unos demócratas ejemplares y donde todas estas tropelías fueron promovidas y son aplaudidas por sinvergüenzas políticos y mediáticos de campeonato.
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