Opinión

Irene Montero y la monstruosidad de una ministra

Cada vez que la mujer de Pablo Iglesias abre la boca, en Vox se frotan las manos, dado que les hace ganar votos.

Una de las conversaciones más impactantes que ha mantenido en los últimos meses fue con Enrique Zambrano, el abogado de Francesco Arcuri. El hombre se preguntaba -hastiado- el porqué un Consejo de Ministros donde había varios jueces podía avalar el indulto de Juana Rivas, “pese a todo lo que se sabe... y a lo que no se sabe” sobre el caso. A las pocas semanas, trascendió algo de lo que el gran público no era consciente. Arcuri y su letrado se habían empeñado en ocultar durante mucho tiempo. Me refiero al proceso abierto por el presunto abuso sexual de uno de sus hijos cuando se encontraba con su madre.

Unos meses antes de que trascendieran estos hechos, Rocío Carrasco apareció en Telecinco para confesar -así se definió- el maltrato que sufrió durante varios años, que ningún juez apreció, dado que sus denuncias al respecto fueron archivadas. Entre lágrima y lágrima, Carlota Corredera y su tropa trataban de convencer a la audiencia de que la hija de Rocío Jurado decía la verdad. ¿Se imaginan ser ese hombre inocente al que criminalizan entre todas, en un plató de televisión, cada hora, cada día?

Las mentes más perturbadas consideran que las lágrimas contienen fragmentos de verdad, como si fueran su ingrediente secreto y venerable. Por eso, una de las estrategias que mejor aplican los cuentistas es la del berrinche. Cuando se ven entre la espada y la pared, lloran. De ahí que Rivas y Rociíto no escatimaran en llantos. La primera aparecía ante las cámaras con los brazos estirados mientras hacía pucheros y daba las gracias a sus defensoras. La segunda, estuvo a punto de ahogarse en el plató de Mediaset. En los dos casos, fueron defendidas por Irene Montero. Ministra del Gobierno. Ella y las feministas menos cuerdas bebieron aquel brebaje, que creían la pócima de Fierabrás (…) y “comenzaron a desaguar por entrambos canales”, provocando que empezasen a encontrarse recuperadas y con mejor cuerpo.

Irene Montero... peligro

Montero ha repetido la misma actitud recientemente después de que el Ejecutivo decidiera el indulto parcial de María Sevilla, una mujer condenada por secuestrar a su hijo que era la presidenta de una asociación llamada Infancia Libre. Suena a broma pesada. Después de que trascendiera la decisión de perdonarla -una vez más, arbitraria-, Montero expresó su satisfacción e hizo un llamamiento para “proteger de forma efectiva a las madres protectoras”.

El padre del crío secuestrado -al que supongo que la ministra no considera víctima, dado que es un hombre- se grabó un vídeo tras ser consciente de la opinión de la ministra en el que leyó algunas de las declaraciones que incluye la testifical de su hijo. “Me da miedo mi madre (...) con ella, vivía como en una cárcel, sin amigos y sin estudiar" / "Me da miedo que mi madre me quite a mi hermana de mi lado". Unas horas después, el hombre hacía pública su decisión de denunciar a Montero.

Al reverendo Jones también le rieron las gracias durante unos cuantos años. Sus discursos contra el racismo y las desigualdades económicas de los negros norteamericanos le hicieron famoso, hasta el punto que llegó a ser recibido por algunas de las máximas autoridades de Estados Unidos. Era un religioso radical, pero defendía las causas justas, pensaban. Un Padre Ángel. O una Irene Montero. Un buen día, Jones viajó hasta Guyana y ordenó el suicidio de los 912 seguidores que le acompañaban.

Las mentes más perturbadas consideran que las lágrimas contienen fragmentos de verdad, como si fueran su ingrediente secreto y venerable. De ahí que Rivas y Rociíto no escatimen en llantos.

Habría que ser más precavido con quienes consideran que su idea de justicia social u objetivo espiritual están por encima del Estado de derecho. No dudo que el catecismo chafardero de Montero y sus prosélitas tan sólo es seguido por una minoría. De hecho, diría que cada vez que la mujer de Pablo Iglesias abre la boca, en Vox se frotan las manos, dado que les hace ganar votos.

El problema es que ese grupo -pese a que es escaso- tiene una enorme capacidad para hacer daño a la sociedad. No sólo con los juicios sumarísimos a los que someten a hombres inocentes a los que criminalizan tan sólo por lucir un pene entre las piernas. También porque su activismo dentro de las instituciones provoca que el Consejo de Ministros distribuya indultos parciales entre mujeres que han secuestrado a sus hijos.

¿Por qué? Porque la cualidad biológica femenina les hace ser consideradas como víctimas dentro del Ministerio de Igualdad. Por eso, cualquier decisión judicial que se produzca contra ellas será considerada como injusta e ilegítima, dado que entre los hechos objetivos que los jueces utilizan para tomar sus decisiones todavía -y digo todavía- no se tiene en cuenta el contexto heteropatriarcal en el que todo sucede.

Es el que justifica que una Juana Rivas o una María Sevilla, al sentirse desprotegidas y desprovistas de dignidad en un entorno machista, tomen la determinación de secuestrar a sus hijos. Para Irene Montero y su patulea de aprovechadas, una mujer delinque en reacción a algo. Por tanto, no es una delincuente, sino una inocente a la que la sociedad no le dejó más remedio que actuar contra las leyes.

La izquierda siempre tiene razón

Habrá quien se pregunte: ¿de verdad la izquierda obtiene réditos electorales con este feminismo absurdo, que tanto daño hace a los hombres, pero sobre todo a las mujeres? La respuesta es: sin duda. Porque la superioridad moral que emana del discurso de Montero la extrapolan estos partidos a los diferentes ámbitos. Por eso, no tienen problema en declarar la 'alerta antifascista' cuando pierden unas elecciones, en reventar un mitin en el País Vasco o en Vallecas; en quemar el mobiliario urbano cuando los jueces fallan en su contra... o en filtrar a El País'una serie de archivos de sonido que tratan de destrozar a la oposición cuando corren el riesgo de perder el poder.

El cumplimiento de las normas del Estado de derecho es algo muy relativo para esta izquierda. Porque, como los fundamentalistas católicos medievales, consideran que hay algo superior, esencial y sobrenatural que justifica delinquir. Para estos sectarios, es más importante su catecismo ideológico que la Constitución. Por eso, no escatiman en ataques a la oposición. Y los grandes opositores de Montero -según su consideración- son los hombres. Por el hecho de serlo. El 50% de la población.

Ya lo decía Cristina Fallarás: “los hombres nos matan”. También usted y yo, que no hemos hecho nada. Hay que andarse con ojo con esta banda peligrosa.

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