No va a defender este artículo a Mercadona, ni mucho menos. Supongo que cualquier consumidor crítico se preguntará con preocupación el porqué cada vez que acude a su tienda de confianza ha subido el precio de unos cuantos productos. También hará cuentas y verá que, al final de mes, el dinero le ha rendido menos que hasta hace un tiempo, lo cual provoca que su bienestar y el de su familia se disipen poco a poco, con cada céntimo que aumenten el pan, la leche, la carne, el aceite, el papel higiénico, el azúcar o los huevos.
Entiendo que los supermercados no actúan con la bondad infinita de las almas cándidas en este proceso. En cualquier caso, Juan Roig y sus tiendas no son aquí el quid de la cuestión. De hecho, la clave la habrán podido deducir los ciudadanos avispados, y es que en los países empobrecidos la cesta de la compra no baja de precio. Lo que caracteriza a los lugares en decadencia es que sus habitantes dejan de poder acceder a consumos que pudieron comprar hasta el inicio del declive. Por eso las vacas son flacas.
Podemos no está en condiciones de reconocer que los ciudadanos se han empobrecido en los últimos tiempos porque implicaría confesar varias evidencias. La primera es que el gobierno de la izquierda no garantiza una mayor prosperidad para 'los parias de la tierra', que es lo que prometieron en Podemos cuando, hábilmente, capitalizaron el malestar que generó la crisis económica y lo utilizaron para treparon por las instituciones.
La segunda certeza -la más concreta- es que cualquier intento de controlar los precios por la vía política o por la administrativa siempre deriva en desastre. Bien porque desciende su calidad o su cantidad; o bien porque genera un efecto rebote a medio plazo que lo encarece todo aún más. Siempre que el libre mercado es alterado como consecuencia del afán de protagonismo de un dirigente -más o menos radical-, el ciudadano lo acaba pagando caro. ¿Cómo? Cuando hace la compra o la declaración de la renta.
Mercadona y Juan Roig, señalados
Pablo Iglesias y Ione Belarra han señalado estos días pasados a Juan Roig porque incidir en lo anteriormente expuesto los situaría a los pies de los caballos. Los retrataría ante su electorado como dos dirigentes (dirigente y ex) bastante ineficientes.
Por eso han decidido echar balones fuera. Por eso y porque el populismo que defiende la izquierda radical comparte una cualidad con el diablo, y es la elasticidad: se adapta a todos los ambientes y se cuela por cualquier grieta. Así que, en esta ocasión, han pensado que, como la mayoría de los ciudadanos visita cada día el supermercado, podría ser efectivo situarlos en el centro de la diana.
Así que han vuelto a ofrecer a sus seguidores una explicación dicotómica del mundo. La que se halla detrás de uno de los errores más aberrantes del marxismo, que es el de considerar que la sociedad se divide en opresores y en oprimidos; en aristócratas y siervos, en burgueses y proletarios; y en Juan Roig y los curritos.
Esta dualidad nace de un razonamiento infantil, y es que los de abajo están movidos por la bondad y los que habitan en la cúspide -de fortuna inmerecida-, por lo contrario. También obvia múltiples rasgos de la condición humana, como la ambición y la envidia, que se registran en todos los niveles de una sociedad y que hacen pensar que, entre el blanco y el negro que defiende el marxismo, hay una escala de grises muy amplia, con bajeza en todos sus niveles.
Un truco poco honesto
El caso es que esa forma simplona de describir el ecosistema siempre ha tenido gancho mediático. Iglesias lo sabe y, por eso, desde que el momento en el que se puso delante de los micrófonos de los grandes medios comenzó a señalar a los enemigos del pueblo. A los que situó en la cubierta de 'el tramabús', a los que forman parte de la cloaca mediática que trata de imponer el bien sobre el mal; y a los que gestionan supermercados, que siempre están movidos por objetivos repugnantes y que nadan en piscinas llenas de billetes.
Este discurso siempre cala en las sociedades desencantadas, pero el desgaste de quienes lo defienden suele ser tan rápido como el de un azucarillo en un vaso de agua caliente. Porque los escandalosos suelen ser nefastos a la hora de resolver los problemas, dado que dedican más tiempo a las proclamas que a la gestión. Sus medidas, además, están barnizadas con ideología, así que suelen resultar bastante ineficientes cuando se confrontan con la realidad, en la que las circunstancias pesan más que los versículos de los libros sagrados de las religiones contemporáneas.
No abundará en estas reflexiones ningún tertuliano, dado que la capacidad de las grandes mentes del periodismo patrio no es mucho mayor que las de Ione Belarra de turno; y, a fin de cuentas, hay quien por aparecer cada mañana en un coloquio televisivo o radiofónico se presta a aquello del 'dame pan y llámame tonto'.
Pero quizás esta intentona populista de Nadia Calviño (fue la que abrió la veda en diciembre) y de Podemos se frenaría con un: más allá de que Juan Roig sea culpable o no (opine usted lo que quiera), ¿no creen que sus políticas son penosas e ineficientes cuando su mecanismo para controlar los precios no ha provocado que paguemos menos por la comida?
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