No hay nada peor que sufrir una desgracia y que tu dolor sea interesante para los medios de comunicación. La atención recibida puede resultar halagadora en un principio, pero no hay que confundirse: nada es lo que parece. Las muestras de apoyo no son sinceras, sino que forman parte del espectáculo.
Un trabajador del servicio de limpieza de Madrid murió hace una semana mientras barría las calles al sol. El señor tenía 62 años y había sido contratado por Urbaser durante un mes, después de que le despidieran de una cadena de supermercados. Era natural de un pueblo de Extremadura y vivía en el barrio humilde de Orcasitas, según contó El País. Formaba parte de esa mayoría silenciosa a la que ni la prensa ni los partidos políticos prestan atención, salvo cuando pueden sacar tajada de su situación.
Esos ciudadanos -cuyas miserias explota la prensa- escuchan con escepticismo la palabra 'recuperación' porque son conscientes de que esa caravana suele pasar de largo sobre el lugar en el que habitan. La función a la que asisten se representa en dos escenarios: el del desempleo, que preocupa y abruma; y el del empleo, que en muchas ocasiones conduce a la desdicha por las condiciones en las que se desarrolla o por la penosa remuneración. El paro angustia, pero también lo hace la precariedad. No es fácil evitar la desesperanza en estos casos.
Las cámaras de televisión no suelen enfocar a estos individuos. Por eso, cuando esto ocurre hay quien se considera bien atendido, al fin. Es una falsa impresión. A los medios y a las Mónica García de turno no les interesa ayudar. Tan sólo ganar votos o rellenar una escaleta.
En este caso, un señor barría la calle a 40 grados, en un sábado de julio... y falleció como consecuencia de un golpe de calor. Seguramente, lo haría tras calcular cientos de veces en su cabeza los años que le faltaban para poder jubilarse. A esa edad, quizás es más frecuente motivarse en las jornadas de trabajo al sol con el pensamiento puesto en el 'retiro' que hacerlo como el protagonista de El ladrón de bicicletas. Es decir, recurriendo a El cuento de la lechera.
Cuatro días después del deceso, la portada de periódico más leído de España -El País- contenía varias referencias a este suceso. El diario de Prisa situaba estas informaciones -en su portada- al lado de otras que advertían de los riesgos del cambio climático. A la izquierda de su portada, aparecía una fotografía del fallecido junto al siguiente titular: “El barrendero fallecido en Madrid tenía un contrato de un mes y había cambiado el turno con un compañero”. Al lado de esta noticia, aparecía otra que se anunciaba de la siguiente forma: “Julio Díaz: 'Hay una temperatura umbral a partir de la cual aumenta la mortalidad en cada provincia'. Debajo, había un artículo de opinión: “Nos movemos como iguanas en la ciudad terrario”. Es una forma sutil de asociar ambos temas. El calentamiento global nos mata (¿cuántas noticias se han hecho estos días de las muertes por la ola de calor?).
El cambio climático, excusa para todo
A la generosa y pueril cobertura mediática que se ha realizado durante esta semana sobre el pobre barrendero se une la penosa actuación política. Porque no ha habido ningún portavoz de la izquierda madrileña que no haya expresado estos días sus condolencias por el 'fallecimiento de moda'. Esos mensajes no surgen por el profundo pesar de quienes los escriben, sino por sus intereses partidistas.
Incluso Yolanda Díaz se pronunciaba en sus redes sociales al respecto: “Quiero enviar mis condolencias a la familia y los seres queridos del trabajador de la limpieza fallecido por un golpe de calor en Madrid. La crisis climática, cada vez más, es incompatible con la vida. Nos toca hacer cambios profundos para protegernos y proteger el planeta”, apuntaba. Otra más que asociaba la muerte de un trabajador al cambio climático. Sólo un apunte: la inspección laboral puede actuar de oficio. Se detalla en la web del ministerio de Díaz.
Acorralado por las críticas de la izquierda política y mediática, el alcalde de Madrid, José Luis Martínez Almeida, confesó hace unos días su desconocimiento sobre las quejas de los operarios del servicio de limpieza acerca de su indumentaria, que, según lamentan, dificulta muy mucho la labor cuando el sol aprieta. No debe tener este alcalde, tan dado a las boutades, el don de la observación a pleno rendimiento.
Como era de esperar, el Ayuntamiento volvía a hacer el ridículo -con Martínez Almeida a la cabeza- al apoyar la enésima medida populista, que es la de cambiar el nombre de un parque para que a partir de ahora lleve el del fallecido. Unos meses atrás, el alcalde lo propuso que se bautizara a una rotonda con el nombre de Zelenski, en el patético contexto de renombrar calles e infraestructuras por filias y fobias -y necesidades- políticas.
La guinda del pastel la puso Javier Ortega-Smith (Vox), quien afirmó que darle a un parque el nombre de un trabajador fallecido podría ser discriminatorio para el resto de víctimas de la ola de calor y de accidentes laborales. ¿Querían caldo populista? Dos tazas.
Lo dicho, puede parecer lo contrario, pero no hay nada peor que morirse y que no te dejen descansar en paz porque tus restos son rentables para políticos, periodistas y demás elementos nocivos. Si el fallecido no hubiese trabajado en Madrid -porque todo esto es por Madrid-, seguramente ahora descansaría en paz.
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