Existe un espacio entre la efusividad y el desengaño en el que hay individuos que se comportan de forma muy peligrosa. Veía estos días 800 metros, la serie documental sobre los atentados de Las Ramblas que ha estrenado Netflix. El mensaje que traslada conduce a la más absoluta desesperanza, dado que ilustra sobre la forma en la que los descerebrados pueden quebrar el bienestar de las sociedades en las que habitan. Siempre hay algún idiota -o alienado- dispuesto a derribar a puñetazos los castillos de arena que construimos… porque no nos queda otra.
El reportaje en cuestión relata la vida de tres chavales que están aquejados de dos lacras contemporáneas, como son la incredulidad sobre un futuro mejor y la inmadurez. Esto amarga su carácter y los hace inestables. Un buen día, llega a su pueblo un imán musulmán, que es un delincuente, y les persuade para que se unan a la secta yihadista. La que considera infiel a todo cristiano y ha causado cientos de muertos en Europa en los últimos años.
En muy poco tiempo, los veinteañeros dejan su trabajo, conforman una célula terrorista y aniquilan a 16 personas en Barcelona. Entre medias, planean atentados contra el Camp Nou, la Sagrada Familia, la Torre Eiffel… y se graban vídeos mientras fabrican explosivos y chalecos para inmolarse. Si el 16 de agosto de 2017 no hubieran estallado las bombonas que acumulaban en una casa, estaríamos hablando seguramente de cientos de muertos en España y Francia. Ajenos a lo que hizo un pérfido imán en la mente de unos chicos a los que convirtió en auténticas alimañas.
No es que el demonio siempre enrede, es que los hombres suelen ser presas de la estupidez y nada hace pensar que eso cambie, dado que el malestar que genera la inseguridad suele hacerles tomar malas decisiones. Hay épocas en los que ese comportamiento se registra en unos niveles insostenibles; y no es necesario señalar ninguna en concreto. Sobre todo para no hacer sentir especialmente pesarosos a quienes se lanzaron a por varios litros de aceite de girasol hace un mes en los supermercados.
Las diferentes formas de manipulación
Los manipuladores siempre aprovechan los períodos de malestar para inyectar su veneno en las sociedades. Basta con apreciar la evolución de la renta per cápita de Rusia desde 2014 para cerciorarse del motivo por el que Vladimir Putin elevó el tono de su discurso con Europa occidental. Hace un mes y medio, inició una invasión para “desnazificar Ucrania”, en lo que fue la culminación de su deriva.
El descontento es muy manipulable y ese papel lo puede ejercer un imán para reclutar terroristas, un autócrata para justificar una guerra o un presidente para encaramarse al poder.
El grado de infamia es distinto en cada caso, es evidente, pero desde el punto de vista ético, la intención en todos los casos es la misma: generar un discurso con el que manipular a la masa para cumplir un fin que no es noble, ni mucho menos. En el terreno doméstico, hay unos cuantos ejemplos de cómo la maldad de quienes se creen intocables o moralmente superiores genera consecuencias sobre la población.
Debería provocar una profunda reflexión el hecho de que el Tribunal Constitucional declarase ilegales los dos estados de alarma y que nadie haya pagado ninguna consecuencia por ello. Ni una dimisión, ni un perdón público, pese a la evidente negligencia que se cometió en la aplicación de la ley. ¿De veras a eso no se le puede denominar arbitrariedad?
La estupidez consentida
Hay un último ejemplo cuyo alcance es muy menor, pero que no conviene que pase inadvertido. El lunes por la tarde, el empresario estadounidense Elon Musk expresaba su opinión de que España debería construir una gran planta de energía solar para abastecer a Europa. A las pocas horas, Pedro Sánchez le respondía que España implementa actualmente un sistema energético “eficiente y sostenible” con el que trata de “maximizar” las oportunidades y garantizar un “éxito duradero”.
Habrá quien lea el mensaje del presidente y se lance a recorrer los 800 metros que separan su domicilio de la urna para las próximas elecciones, al considerar que Sánchez y su Gobierno transformarán la economía española en la más competitiva del sur de Europa. La realidad es que de su gabinete han surgido decisiones que han hecho al país retroceder, como la que implicó ganarse la enemistad de un aliado energético, como Argelia; o la que defendió la necesidad de prescindir de la energía nuclear. Además, bueno… de la política que olvidó la importancia de mejorar la interconexión con Francia.
En la superficie, está lo más obvio, y es que el precio de la electricidad se ha disparado y eso es lo último que quiere escuchar todo emprendedor que quiera dejar su dinero en España. Y, desde luego, los empresarios digitales no estarán contentos con pasadas intentonas que buscaron gravar las actividades digitales.
Quien interiorice la gran mentira de ese tuit y preste su apoyo a quien la recita, seguramente no sea plenamente consciente de su error y de las consecuencias que podría generar en todo un país. Pero será igualmente víctima de la manipulación y de su propia estupidez. Lo escribió Carlo M. Cipolla en Allegro ma non troppo: la imbecilidad es mucho más abundante en nuestro entorno de lo que parece. Incluso muchas veces adoptamos ese papel sin ser conscientes de ello.
El problema es que muchas veces somos víctimas de eso. De la estupidez de un grupo dominante, que es el que respalda a un sátrapa o a un indecente con sed de poder. Se reflexiona poco sobre el papel de la estulticia y de la casualidad en el día a día. Por eso, entre otras cosas, aterra observar 800 metros. Que es muy recomendable, pero que hace que la esperanza mengue.
Xaho
Muy bueno, don Rubén. El dardo siempre en la diana.