Opinión

Los Rambos de sofá descubren lo que es la guerra

La guerra siempre resulta esclarecedora. No hay un episodio que alumbre de una forma más nítida sobre la crueldad y la voracidad de este bípedo cabrón

  • Efectos de la guerra en Kiev -

Resulta que una reportera de Antena 3 -reputada y premiada por sus grandes coberturas- lleva varios días en la frontera de Polonia con Ucrania y allí encontró esta semana a un muchacho español, con gorra de camuflaje, cazadora impermeable, gafas de sol y discurso acelerado.

El tipo seguramente no llegaba a los cuarenta años y se había alistado en las brigadas internacionales que se han ofrecido estos días para ayudar al ejército ucraniano a repeler la amenaza de las tropas de ese autócrata sin escrúpulos que es Vladimir Putin. El muchacho estaba lógicamente asustado, pues el enemigo había atacado el edificio contiguo adonde estaban acuartelados los brigadistas durante su formación y eso había provocado treinta víctimas. “Podía haber causado cientos de muertos”, venía a decir.

Ese mismo día tenía pensado regresar a España en un autobús, junto a unos cuantos refugiados ucranianos. En el poco tiempo que llevaba en el país, había experimentado lo que realmente es un conflicto bélico, que es capaz de amedrentar al más valiente y voluntarioso. Allí la muerte no es esa sombra que se atisba al final de la vejez, en la lejana desembocadura de la existencia, sino que tiene forma afilada, está cargada de metralla y aparece para saludar cada pocos minutos.

En la guerra, la muerte no es esa sombra que se atisba al final de la vejez, en la lejana desembocadura de la existencia, sino que tiene forma afilada, está cargada de metralla y aparece para saludar cada pocos minutos.

La guerra siempre resulta esclarecedora. No hay un episodio que alumbre de una forma más nítida sobre la crueldad y la voracidad de este bípedo cabrón. El cual siempre comete el mismo error, y es el de pensar que el progreso científico, técnico y económico tiene la capacidad de anular sus instintos más primitivos, que son los que le llevan a destruir a sus semejantes en caso de que vea peligrar su posición. Bien en solitario o bien en grupo.

La guerra y las motivaciones de Putin

Se ha hablado en exceso estos días de las fantasías soviéticas y de las ansias territoriales de Putin, pero se infravalora otra motivación fundamental, y es que, tras 20 años al mando -directo o indirecto- de Rusia, y tras una pandemia y una triple crisis sanitaria, económica y política que le ha desgastado, ha recurrido a la guerra para tratar de desviar la atención sobre su figura y culpar a Occidente de todo lo negativo que pase a su alrededor. Desde la devaluación del rublo hasta el descenso del PIB per cápita.

Este simio-humano siempre actúa igual: cuando se ve en peligro, resulta imprevisible. No hay nada mejor que una guerra para engordar la figura del enemigo exterior y desviar la atención sobre los verdaderos culpables de nuestra decadencia. Esa estrategia es tan común que incluso el propio Pedro Sánchez la ha empleado estos días. Porque el Gobierno -y sus guiñoles de tertulia- no han escatimado esfuerzos últimamente para transmitir que la culpa de la ruina española es de un señor alopécico ruso.

Este tipo de artimañas se sostienen gracias a la propaganda. Es decir, a la mentira impresa y distribuida con dinero público. Que también sirve para ganar guerras, por cierto. El problema es que por cada cien incrédulos siempre hay alguien que es permeable a paparruchas como la de “el fin de la opresión”, la de “la tierra, el pan y la justicia” o la de “hasta la victoria, siempre”. Y eso contribuye a romantizar los conflictos bélicos y a considerarlos poco menos que como aventuras en las que un grupo de compadres, ataviados con el mismo uniforme, conquistan territorios y consiguen medallas.

La gran mentira detrás de la guerra

En ese juicio, se obvian siempre los factores que no ayudan a incentivar el patriotismo o la moral de victoria. Se lloró en este país el desastre de Annual, en el que fueron acribillados y degollados los hijos de los pobres, pero se obvió que el empeño por defender ese protectorado se explica, en parte, por la codicia de los socios de la Compañía Española de las Minas del Rif. Y apelará Putin ahora al orgullo herido de su patria cuando en realidad todo esto es una maniobra para demonizar a Occidente y hacerse necesario para su pueblo, como buen dictador despiadado.

Imagino al muchacho al que entrevistó Antena 3 con su vehículo, recorriendo la distancia entre su ciudad española y la base de los brigadistas internacionales en la frontera entre Ucrania y Polonia, con afán de ayudar a los ucranianos con su experiencia en combate. O simplemente con su buena voluntad. Si era su primera vez, probablemente tendría un concepto distorsionado sobre lo que es la guerra. Porque la barbarie siempre es difícil de describir. Nadie es plenamente consciente del dolor de la pérdida o la intensidad de las masacres hasta que escucha de cerca su grito sordo.

También, claro… la propaganda siempre la mitifica y trata de esconder los verdaderos motivos del conflicto. Y, sobre todo, su crudeza. Porque se trata de animar a los ciudadanos a resistir o a dejarse la vida en un pais que se encuentra a miles de kilómetros de su hogar. el sufrimiento no es persuasivo para las mentes sanas.

Incluso las autoridades ucranianas han llamado estos días a sus ciudadanos a que no difundan vídeos sobre las peores escenas de la batalla para que no baje la moral del pueblo y la resistencia no se vea perjudicada. Porque eso es lo que nadie quiere mostrar a quienes van a luchar. Me refiero a las calamidades, la sangre, las llamas... todo lo que se destroza y tarda varias décadas en repararse y todos los que mueren y nunca vuelven.

Porque la realidad es mucho más penosa de lo que afirman los portavoces gubernamentales o la que refieren los mapas de Ucrania que muestran estos día los medios. La realidad dicta que cientos y cientos de inocentes mueren mientras tratan de defender a su país de un sátrapa que sólo persigue poder. Esa noble tarea no les granjeará heroísmo o una colección de medallas, sino muerte... Muerte en un porcentaje mucho más elevado del que ningún aventurero imagina ni ninguno de los rambos de sofá -que apelan estos días a desatar un conflicto a gran escala para frenar al loco ruso- contempla desde su cómoda y mullida posición.

Amigo, tienes suerte. Volverás a casa sano y salvo. Otros lo harán dentro de un ataúd. Eso es la guerra, no los desfiles militares ni las fichas que se mueven sobre un plano en rojo o en azul.

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