Opinión

El 'sólo sí es sí' de las niñas

Hubo quien no vio peligroso aquello del “yo sí te creo, hermana” porque le pareció una afirmación que rebosaba camaradería y solidaridad. El sectarismo es difícil de detectar en ocasiones

Llegados a un punto, era difícil sobreponerse a los efectos de La ola. La de la espléndida película alemana en la que un profesor demostró a sus alumnos -en un experimento- que las democracias pueden convertirse en tiranías con una sorprendente facilidad. Tan sólo hace falta que la corriente autoritaria sea demasiado sugestiva o violenta. O morada.

Era el 8 de marzo de 2018 y algunas de las presentadoras y tertulianas de televisión más populares del país se reunieron en la madrileña plaza de Callao para participar en esa movilización. Para subirse a esa ola gigante, que -sabían- estaba manejada por la irracionalidad de Irene Montero y las suyas, pero que era muy rentable en algunos aspectos. Mejoraba la popularidad en las redes sociales y podía incrementar su reputación y el importe de los contratos publicitarios.

Dos años después, a media tarde, mientras los neumólogos e inmunólogos serios se tiraban de los pelos, no cabía un alma en la plaza de Juan Goytisolo. La del Museo Reina Sofía. Allí suelen confluir algunas de las corrientes más estrambóticas de la izquierda contemporánea, así que no llamaba especialmente la atención la desafortunada pancarta que paseaban tres muchachas, que aseguraba que el heteropatriarcado genera más víctimas que el coronavirus. Unos días después, comenzaron a contarse por cientos las víctimas de la pandemia. El fanatismo se antepuso a la precaución y se hizo evidente que, al igual que sucede en el filme La ola, hay un punto en el que los propios organizadores son incapaces de administrar los movimientos que impulsan. Diría que hasta los manifestantes eran conscientes de que no hacían lo correcto.

Esa ola de radicalidad recibió el apoyo de una buena parte de la sociedad y de las empresas más importantes del Ibex-35. En este último caso, quizás más por el miedo a las represalias que por convencimiento. Eso provocó que los buzones se pintaran de morado, que las sucursales bancarias celebraran la igualdad e incluso que se creara un índice bursátil con las empresas más respetuosas con las impulsoras de ese movimiento. Hubo alguna voz libre que planteó una pregunta muy relevante: ¿de qué sirve el adherirse a la ola si cada vez es más difícil ser madre y criar a los hijos donde a una le plazca? ¿No será que esto no ha servido para nada?

Lo que ocurrió entonces es conocido: hombres y mujeres que formaban parte de ese movimiento trataron de acallarla. Pronunciaron el término "fascista" por discrepar. Mientras tanto, presionaron a la máxima institución de la lengua para responder una pregunta: ¿es la Constitución española respetuosa con el léxico igualitario?

El esoterismo de 'La ola'

Un tiempo después, pasó lo que era previsible, y es que 'la ola', como cualquier autoritarismo, se adentró en terrenos todavía más irracionales, incluso esotéricos. Así que sus impulsoras comenzaron a redactar un borrador legislativo sobre la transexualidad -ley trans- que se apoyaba en distintas premisas. Entre ellas, la de que hay almas que, en su errático devenir, encarnan en un cuerpo equivocado; quizás porque en el útero materno el dimorfismo sexual no está tan definido como en la pubertad, cuando comienzan a evidenciarse los rasgos más distintivos y se desata el pudor. Por tanto, había que 'endurecer' la norma existente para que los espíritus que se equivocaron al elegir su 'traje carnal' pudieran acceder a tratamientos hormonales con una mucho mayor facilidad y sin necesidad de someterse a una evaluación psicológica. Todo, para que cuerpo y alma estuvieran en consonancia sexual.

En paralelo, trabajaron en la aprobación de la ley del 'sólo sí es sí'. Quien escribe estas líneas no es ni mucho menos especialista en derecho, pero el sobrenombre de esa norma le hizo sospechar. Le recordó a aquello de Summum ius summa iniuria. Es decir, el aforismo que surgió de las reflexiones de Cicerón. El que sostenía: "excesivo derecho, excesiva injusticia". O sea, que una aplicación demasiado estricta de la ley, o radical, puede generar el efecto contrario al pretendido.

Parece evidente que si un texto legal se construye con una filosofía de “sólo sí” o "sólo no" -sea cual sea su contenido-, seguramente generará injusticia y desprotección. Porque probablemente descartará lo 'excepcional' para construir una normativa con el espíritu inamovible con el que redactan los mandamientos de una religión.

En este caso, lo que ocurrió -según han detallado estos días los expertos- es que se puso a los jueces en un brete, al 'fundir' los delitos de agresión y abuso sexual para transmitir tolerancia cero con los agresores. Por otra parte, la horquilla de sanciones de determinadas penas quedó por debajo del umbral previo, de modo que un condenado por agresión sexual puede pasar menos tiempo en la cárcel que antes de la aprobación de esta ley orgánica.

El Consejo General del Poder Judicial advirtió en un informe, el pasado enero, de que la nueva ley provocaría una revisión a la baja de aquellas condenas en las que se hubiera impuesto penas máximas conforme a la regulación anterior. El texto también incidía en que no estaban bien justificados los motivos por los que variaban las penas. Nada de eso cambió la voluntad de los legisladores.

Esa norma se aprobó con el apoyo, entre otros, del PSOE, y ahora comienzan a pagarse las consecuencias, en forma de reducción de condenas a aquellos desgraciados que cometen delitos sexuales. Los juristas que alertaron de que se iban a pagar consecuencias por este nuevo caso de populismo punitivo ahora son acusados de "machistas". Porque las portavoces de La ola consideran que todo esto es culpa de jueces machirulos y anti-revolucionarios.

Entre las que sostiene esta tesis se encuentra la jueza que, por motivos evidentes, Podemos quiso situar en el Consejo General del Poder Judicial (CGPJ). ¿Hay un ejemplo mejor del sinsentido de la tropa morada y del riesgo que implica su permanencia en el Gobierno?

El sectarismo de las de siempre

Hubo quien no vio peligroso aquello del “yo sí te creo, hermana” porque le pareció una afirmación que rebosaba camaradería y solidaridad. El profesor de La ola tampoco se preocupó en exceso cuando sus alumnos comenzaron a adoptar rutinas castrenses o a vestirse con uniforme durante la primera fase del experimento. El sectarismo es difícil de detectar en sus primeras etapas porque suele confundirse con el concepto de “unión”.

El problema es que ese “hermana” daba una pista sobre el deje espiritual-radical de este movimiento, que emitía propaganda aparentemente inocua -hablaba de igualdad y de comprensión al diferente-, pero que tenía una enorme capacidad para generar boquetes en el Estado de derecho. He aquí las consecuencias. Los ignorantes y bien-pensantes que se adhirieron a la congregación también son culpables. La ola es cosa de todos los que la engordaron. De cada gota. Sus víctimas, ahora, son mujeres. Las que verán a algunos agresores sexuales salir demasiado pronto de la cárcel.

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