Sale un tren Avant todos los domingos a las 20.35 de la Estación del Norte de Valladolid y en sus asientos se pueden encontrar algunos especímenes que son tan fatuos que podrían viajar con biógrafo. Son los que desempeñan, desde hace unos años, trabajos de escaso valor en Madrid -moviendo papeles y participando en reuniones intrascendentes-, pero que sin embargo exhiben la actitud grandilocuente de cualquier tiburón de los negocios. Los hay tontos de remate, de los que alardean de evolución personal por codearse con algún referente en su sector y por haber metido en su armario un par de trajes a medida. Hace 60 años, sucedía algo similar con el paleto que encontraba trabajo en la ciudad y volvía al pueblo con un Mercedes y con necesidad de ser recibido con boato. Con las marujas lanzando pétalos de rosa a su paso y el cura, agua bendita. La representación actual es todavía más patética porque el emigrante que va de visita a su lugar de origen apenas si puede costearse un alquiler en la gran ciudad.
Óscar Puente está afectado por ese síndrome insoportable desde hace unos meses. Le han nombrado ministro y eso le convierte en una especie de cacique en su terruño, donde, hasta que alcanzó la alcaldía, tantas veces tuvo que levantarse del suelo con las rodillas embarradas, los codos raspados y la sensación de que nunca llegaría a tocar el poder. Fue un buen regidor en un lugar donde ha habido gestores bastante competentes durante décadas, pero siempre pecó de chulángano. Estuvo afectado de ese rencor que acumulan quienes consiguen algo importante tras unos cuantos traspiés y, desde ese momento, no aceptan las críticas, no tanto por soberbia, sino por sentirse inseguros en su nueva posición.
Hay que saber decir que ‘no’ ante determinadas órdenes. De lo contrario, uno corre el riesgo de acabar como un guiñol raído en el vertedero, olvidado por todos. Especialmente, por los que le convirtieron en eso
Los feos alcanzan determinadas metas desfondados. Comprenderán que no hablo de oídas. La necesidad de sobrecompensar ciertas carencias genera una sensación de fatiga insoportable y hace germinar el ego frágil. Hay feos con apego ansioso que necesitan la aprobación constante de sus semejantes o que no soportan las críticas. Y, en ésas, de repente Óscar Puente se comportó hace unos días con una intolerable soberbia -Polifemo enfurecido- al responder a las críticas de algunos ciudadanos que le increparon en las redes sociales por su actitud chabacana. Lo hizo con la frase más mono-neuronal que han inventado en el PP madrileño, y ya es decir: “Me gusta la fruta”.
El “me gusta la fruta” es la frase con la que algún iluminado construyó un eufemismo sobre la referencia que Isabel Díaz Ayuso realizó hace unas semanas a la progenitora de Pedro Sánchez. La sorna macarra que surgió de algún despacho del Gobierno autonómico la utilizó Puente de la forma más repugnante posible, y es contra ciudadanos rasos. Es decir, contra quienes le pagan el sueldo, aunque voten al contrario. La actitud es tan propia de tirano inseguro y de 'nuevo rico' de provincias que repugna. Hay veces que los jefes asignan a sus subordinados papeles bastante desagradables. A Puente le ha tocado el de ministro animoso en este inicio de legislatura. Hay que saber decir que ‘no’ ante determinadas órdenes. De lo contrario, uno corre el riesgo de acabar como un guiñol raído en el vertedero, olvidado por todos. Especialmente, por los que le convirtieron en eso.
Poco nivel
A fin de cuentas, la vida pública en general y la política, en particular, constituyen tan sólo un instante en la existencia, salvo en casos excepcionales. Cuando Puente termine su mandato y vuelva a Valladolid, a lo mejor comprueba que se pasó de frenada, al igual que los mamarrachos con ínfulas del ALVIA de los domingos. Quien está más preocupado por “alcanzar el cielo” que por cumplir con dignidad su función pública suele estrellarse tarde o temprano. No hace falta ser un vidente para vaticinar lo que le ocurre a personajes como Puente. Basta con mirar a Pablo Iglesias, a quien poco debe de faltarle para anunciar la parusía en la calle de Alcalá con un gorrito de papel en la cabeza.
Quien está más preocupado por “alcanzar el cielo” que por cumplir con dignidad su función pública suele estrellarse tarde o temprano. No hace falta ser un vidente para vaticinar lo que le ocurre a personajes como Puente. Basta con mirar a Pablo Iglesias
El antiguo líder de Podemos escribió estos días atrás un artículo en Ctxt que era muy revelador, dado que desnudaba su alma e ilustraba sobre su malestar con todos aquellos a quienes considera desertores de su causa, que son, en esencia, quienes se han atrevido a disentir de sus postulados. En este caso, la emprendía contra Roberto Sotomayor, el candidato que presentó su partido a la alcaldía de Madrid, que ni siquiera obtuvo representación en el Consistorio en las elecciones de mayo, tras no conseguir más del 5% de los votos.
Sotomayor abandonó recientemente Podemos por sus disensiones con sus líderes. Al día siguiente, con actitud de roedor, concedió una entrevista en El País para contarlo. Eso sacó de sus casillas a Iglesias, quien escribió esta particular ‘elegía’: “Un día después de marcharse acude a la llamada del periódico de Prisa a hablar mal del que hasta ayer fue su partido y de Canal Red. Ese es también el éxito del lawfare”.
Y siguió: “Vente aquí, guapo, que te voy a hacer ahora todas las entrevistas que no te hice en campaña. Vente, que con un poco de suerte te ofrecen un puesto en Sumar si dices lo que tienes que decir. Aquí te vamos a cuidar. Ya puedes salir todas las noches y pasarte de la raya y de las rayas y no te va a pasar nada, campeón. Ya puedes cobrar el bono social como Monica García, ya puedes vivir en la casa que quieras, ya puedes ser un dirigente de izquierdas respetable”.
Iglesias, enfurecido
Tiene razón Iglesias cuando se refiere a que un caso sobre el que la prensa hizo tanta demagogia y publicó tantas patrañas, como Neurona –los podemólogos tienen una imaginación infinita- ha sido archivado y eso generará mucho menos ruido que el que se levantó durante su instrucción. Lo que ocurre es que el vecino más egocéntrico de Galapagar lo personaliza, como buen divo. Porque eso sucede con todos los casos de corrupción, acaben como acaben. Incluso el propio Iglesias ha perseguido a personas que posteriormente fueron declaradas inocentes o que incluso terminaron en el cementerio, como Rita Barberá. La prensa se mueve por filtraciones e intoxicaciones y suele dedicar mucho más espacio a la pena de telediario que a la absolución de los que previamente ha linchado.
Iglesias es Óscar Puente unos cuantos años después. Un político cuyo brillo se apagó, pero que considera que el sistema ha sido muy injusto con él por golpearle o por arrebatarle el apoyo. Ambos son automóviles que recorrieron unos cuantos kilómetros pasados de revoluciones hasta que sus motores se quemaron. Pensaron que eran mucho más de lo que eran. Son víctimas de sí mismos y, en realidad, personalidades públicas que, por su talla, a lo mejor llegaron mucho más alto de lo que hubiera sido lógico en condiciones normales. Gritan, berrean y se encaran como porteros de discoteca... Detrás de eso, no hay mucho más. En realidad, no se pueden quejar: pese a todo, ya tienen la vida resuelta (más o menos).
Apoya TU periodismo independiente y crítico
Ayúdanos a contribuir a la Defensa del Estado de Derecho Haz tu aportación