Hace unos días, mi sobrino celebró su noveno cumpleaños en un local de esos repletos de camas hinchables en los que padres y niños -por igual y para mi asombro- se dedican durante dos horas a saltar, sudar y a retozarse en un suelo embadurnado de plástico. Yo observaba la euforia de mi familia tras una cristalera sentada, atónita, en la zona dedicada al picoteo, deseando que las agujas del reloj avanzaran a un ritmo inusualmente veloz. Sin embargo -siempre ocurre en estos casos- se movían más despacio que nunca. Varias veces recordé, entre tanto, aquellas merendolas de antaño, sin tanta modernez, en las que bastaba para la dicha una jarra hermosa de chocolate caliente con su aroma expandiéndose por una sala invadida por el eco de los gritos y las carcajadas. Bastaba para la dicha el sabor a mantequilla de los bollos deshaciéndose en una boca con dientes de leche o el crujido del papel de regalo al ser retirado con brusquedad de los paquetes.
Eran otros tiempos, pensé -ni mejores, ni peores- otros simplemente. Porque la vida cambia, se remueven las tradiciones y es bueno que así sea, aunque hay cosas -por fortuna- que se mantienen imperturbables sea como sea la celebración y por mucho que pasen los años. Me refiero al rostro iluminado y feliz de un niño que, recién festejados los años, cuenta ya los días que le quedan para sumar uno más y volver a saltar. O el corazón rebosante de una tía que guarda como un tesoro la carrera eufórica de su sobrino para abalanzarse sobre ella y besarla y abrazarla, chocolates o hinchables aparte. ¿Y tiene esto algo de malo, alguna connotación? ¿Ya ni siquiera voy a poder saborear esos besos que me recargan la batería cuando está, como en los móviles, con una sola raya?
¿De verdad este es el debate con la que está cayendo en este país? ¿Resulta que ahora son un problema esos dos besos? ¿Quién nombró a esta chica para ese cargo?
Me hago estas preguntas tras escuchar la última barbaridad de la señorita que aún ostenta -no entiendo bien porqué- la Secretaría de Estado de Igualdad. La ha vuelto a liar Ángela Rodríguez Pam al declararle la guerra a los dos besos que se dan al saludar a alguien desde tiempos inmemoriales como señal de cortesía y educación. Dice Pam que es una costumbre que “forma parte de la cultura sexual en la que hemos crecido, que es una cultura de impunidad y de falta de consentimiento”. Pone incluso un ejemplo la dirigente de Unidas Podemos: “Desde que eres pequeña, cuando llega ese hermano del amigo de tu padre que te dice que le des dos besos, y tú no quieres darle dos besos, pero sí los das”. El caso es que para la número dos de Irene Montero “muchísimas mujeres hemos sido besadas sin nuestro consentimiento”.
¿De verdad este es el debate con la que está cayendo en este país? ¿Resulta que ahora son un problema esos dos besos? ¿Quién nombró a esta chica para ese cargo? ¿Estaba el puesto en oferta? ¿Lo regalaban tal vez? Me parece de locos. De locAs concretamente. Un exceso. Resulta que ¿tengo que andar con pies de plomo cada vez que bese a un niño o a una niña? ¿Debo negarme cuando mi hermana me pida que les bañe a sus hijos por temor a rozar alguna zona prohibida? ¿Poner una barrera en la cama la próxima vez que vuelva a dormir con mi sobrino en vacaciones? ¿A dónde vamos a llegar?
Se están justificando muchas cosas, demasiadas, tirando del machismo y todo -creo- tiene un límite. Es absolutamente necesario, por supuesto, que avancemos, que acabemos con aquellos gestos, acciones, actitudes deleznables por parte de algunos hombres, de las que ayer todos y todas éramos cómplices y que, por suerte, hoy se denuncian y están mal vistas. Tenemos mucho que agradecer a todas las mujeres que nos han traído hasta aquí y a las que siguen guerreando en pro de una igualdad que es todavía una utopía. Sin embargo, me preocupa que se esté llevando la batalla hasta ciertos extremos y que, algunas, se estén pasando de frenada. No nos volvamos locos, locAs, porque terminaremos retrocediendo y echando al traste todo el camino andado.
Se le llena la boca a Pam cada vez que habla de feminismo. Pero, esto que dice ahora no tiene nada que ver con el feminismo y sí mucho con la estupidez. Y lo digo yo y lo escribo yo. Una mujer. Y no significa que no luche, cada día, contra los micromachismos y que no defienda, cada día, la paridad. Lo hago. Vaya si lo hago. De muchas formas. La más importante, tratando de enseñar a mis sobrinos pequeños que no deben repetir aquellas conductas que, durante décadas, han ninguneado la presencia femenina y silenciado nuestra voz. No son los dos besos el problema. Claro que los hay envenenados, hasta letales. Sin embargo, no. No son esos dos besos el problema sino, más bien, la educación. O mejor, la falta de educación.
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