Me equivoqué al elegir sueños y aspiraciones vitales. Aquello de que tu nivel de riqueza lo marca la medida de tu ambición es una mentira cochina. Hacienda te mete hachazos por doquier sí o sí, no entiende de alegorías, sólo de números. No vayan a pensarse que mi problema radica en que soy marxista, de Groucho, que nos decía aquello de “Hijo mío, la felicidad está en las pequeñas cosas: un pequeño yate, una pequeña mansión, una pequeña fortuna”. No, qué va. Ingenua de mí, intento ser más de Bias de Priene y su Omnia mea mecum porto, todo lo mío lo llevo encima. Según Cicerón, Priene -uno de los siete sabios de Grecia- escapó del incendio de su ciudad sin rescatar ningún objeto de valor de su hogar. Su famosa frase la pronunció cuando le preguntaron el motivo de tal decisión.
¿No fue Pedro, el primer Papa, el campeón de los doce apóstoles a la hora de no entender nada, de pifiarla una y otra vez sin descanso?
Pero dime, Bias, ¿cómo pensabas comer? El cuerpo sí lo llevas contigo y tiene ciertas necesidades. Aquí es cuando resuenan las palabras del Maestro: “Mirad las aves del cielo, que no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros; y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros mucho más que ellas?” Yo, en toda mi humildad, me reconozco mujer de poca fe. Con humildad y sin complejos pues, ¿no fue Pedro, el primer Papa, el campeón de los doce apóstoles a la hora de no entender nada, de pifiarla una y otra vez sin descanso? Ahora lo veo claro: tengo que ser como Pedro…Sánchez.
Sí, como Sánchez. Voy a seguir su estela pues me ha demostrado que justo una gran ambición es lo que te abre todas las puertas vedadas al resto de los mortales. El camino comienza marcándose objetivos megalómanos, como el de poseer un jet y usarlo hasta para ir a comprar pan, o el de tomarse unas fotos maravillosas en el Palacio Real junto a los Reyes de España y el presidente de EE.UU. Objetivo final, presidencia de turno de la Unión Europea.
¿Los números que calculo no coinciden con la realidad? Peor para la realidad, y peor para el director del INE
Si me planteo objetivos finales como los mencionados, el resto vendrá por añadidura. Podré ser como los lirios del campo y no preocuparme cuando vaya al supermercado con sólo diez euros en el bolsillo porque habré conquistado el superpoder de modificar los precios cuando estos no me agraden. ¿Los números que calculo no coinciden con la realidad? Peor para la realidad, y peor para el director del INE. Podré cotillear el móvil de mi socio de gobierno y marido, que cuando lo descubra gracias a su mejor amigo me bastará con darle la patada a este último y conceder a mi esposo todo lo que me pida por esa boquita.
La versión femenina que interpretaré de Pedro Sánchez será más dramática y divertida, con un toque de la Reina de corazones de Alicia en el País de las maravillas. Con un “¡que le corten la cabeza!” iré haciendo de mi capa un sayo, desmontando todas las estructuras e instituciones que se me pongan por delante hasta que pueda decir, con Luis XIV, aquello de “¡El estado soy yo!”. Aunque quiero ser más cuqui y exclamar con sonrisa tierna y voz infantil “¡oh, me he regalado un estado de mí para mí, qué feliz me hago!”. Ah, conoceré entonces la mayor dicha, la genuina fuente de felicidad de nuestro querido presidente: la de haberse conocido a sí mismo. Decidido, de mayor quiero ser como Pedro Sánchez.
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