Hubo un tiempo ya muy lejano en el que eran los medios de comunicación los que ofrecían las entrevistas a los políticos, y estos las aceptaban o no, dependía de su momento e interés. Pero eran los periódicos, sobre todo, los que ponían día, fecha y hora. Ahora estamos en otro tiempo en el que son los políticos quienes conceden las entrevistas a los medios y son ellos, o sus despachos de asesores en comunicación e inteligencia artificial, los que conciertan la entrevista del líder en cuestión aunque su cliente no tenga nada que decir. O diga lo mismo de siempre. Eso pasó este lunes con la entrevista que -¡después de cuatro años!- el presidente otorgó a Antena 3. Por fin salió de su madriguera mediática -El País, SER, La Sexta y TVE-, y se ha dignado a que le pregunten desde otro sitio. ¿Se ha hecho más permeable y dispuesto? No, a la fuerza ahorcan, que las encuestas aprietan y ya notan -él, sobre todo-, que Feijóo no es Casado.
Sánchez, muchas cifras, pocas ideas
Hubo un tiempo también en el que los presidentes al ser entrevistados decían cosas capaces de que el que estaba escuchando pensara, e incluso se escuchaban argumentos bien articulados con tanta fuerza que podrían cambiar la opinión de un adulto bien informado. Ahora no. Ahora Sánchez se pone los manguitos y más que un presidente parece un contable, un gerente que se ha aprendido las cifras y los porcentajes, y así resuelve la entrevista.
Un solemne tostón en el que no hay nada nuevo más allá del anuncio del fin del mundo si Vox ayuda al PP a gobernar autonomías y finalmente España. Pero ya no cuela. Si no han llegado señales del Apocalipsis gobernando Sánchez con comunistas, independentistas, filoterroristas, antisistemas y otros anfibios de la política patria, el argumento que esboza una y otra vez ya no se lo compran más que los muy cafeteros. O los muy despistados e interesados que de mitin en mitin le van dando las palmas por soleares.
Adiós, Podemos, adiós
El presidente dio ayer por amortizado a Podemos y por eso habla ya de gobernar con el espacio de Yolanda Díaz. Pero eso que Sánchez llama “el espacio” es algo que no quiere nombrar porque el espacio de la señora Díaz no es otro que el comunismo. Y que nadie se moleste: es exactamente lo que es, una comunista que en sus ratos libres prologa el Manifiesto Comunista. De su proyecto “de amor para España” nadie sabe nada.
Para aquellos que tienen poco tiempo y recelan de este mundo de la política tan previsible y aburrido, solo hace falta que se hagan algunas preguntas, cuanto más simples mejor. Desde el dos de junio de 2018 Pedro Sánchez es presidente del Gobierno de España. Pregunta, ¿vive usted mejor o peor ahora que hace cuatro años? La pregunta se la he escuchado a Antonio Caño en Onda Cero, y la verdad, es directa y efectiva. Y provocadora. Y fácil de responder. No, presidente, y hablo por mí, yo vivo en un país que era mejor antes de que usted, Podemos, algunos comunistas y unas cuantas costillas y entrañas de Frankenstein lo gobernaran.
Ante lo inefable de la situación es normal que en lo de Antena 3 se haya presentado como un contable, porque cuando la entrevistadora aprieta y pide datos precisos sobre nuestro crecimiento, la respuesta es que eso lo tiene que decir Nadia Calviño.
De las entrevistas a las falsas sesiones de control
En fin, como las entrevistas del presidente son tediosas e insoportables, uno ha desarrollado afición por las sesiones de control al Gobierno que se celebran los miércoles. Mis amigos se ríen de mí porque soy aficionado a verlas por la tele. Digamos que soy un aficionado un poco especial. Curiosidad es la que siento ante ese espectáculo, la misma por la que me enganchan algunos estrafalarios programas de televisión en los que no se hace ningún esfuerzo por disimular la manipulación que con tanto agrado reciben los telespectadores de parte.
Es la incredulidad de lo que veo la que hace que me ponga frente a la televisión. No puedo evitar mi sorpresa semana a semana viendo cómo revisten de solemnidad lo que no es otra cosa que pachanga. Pero, ya digo, las sigo, me va la marcha. Primero porque me entretienen y ya no sacan de mí lo peor, ahora sonrio con lo que veo. Segundo porque de sesión solo tiene el nombre; es una función de monólogos rampantes, inconexos y extemporáneos, escritos con la misma emoción que se rellena una quiniela. Tercero, no hay ningún tipo de control porque las preguntas son unas y las respuestas están fuera de lugar y lógica: preguntan por manzanas y te hablan de como se hace un bocadillo de calamares. Y cuarto, porque la experiencia dice, y ahora más, que el PP no tiene a su líder sentado en el escaño, que el control cuando se ejerce se hace sobre la oposición.
Siete años sin Debate de la Nación
A esto hay quien lo llama parlamentarismo; pluralidad y democracia, pero es una mentira zafia y de mal gusto por mucho que algunos la sigamos a la manera en que otros siguen las corridas de toros o van a los templos a rezar. Hay una diferencia, el que va a los toros sabe a lo que va, y lo que verá estará en consonancia con lo que imagina. El que va misa pronto descubrirá eso que dice Trapiello, de que cuantos menos feligreses hay en la iglesia más espacio para Dios, y al revés. Pero el que va al Congreso, sea diputado culiparlante o no, por lo general solo sabe cuando ha de aplaudir, cuando no y cuando hacer algo de ruido a la manera del murmullo, risa sarcástica o bronca, que así, a falta de conocer sus buenas obras, se ganan algunos le jornal.
Y esto es lo que tenemos. Alguna entrevista del señor de La Moncloa de vez en cuando y alguna respuesta los miércoles a una pregunta que nadie ha formulada y poco más.
Del Debate sobre el Estado de la Nación mejor no preguntar. Ni hay fecha ni hay ganas. Desde 2015 no se ha celebrado. Siete años. Con Rajoy y con Sánchez. Lo llaman democracia. No lo crean. Es eso que exactamente usted y yo estamos pensando en este momento. Evitemos la ordinariez.
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