Hasta ahora, Sumar servía como una coartada creíble para el PSOE, como la comparsa ideal del PSOE para asegurar un voto fiel a su izquierda que, siendo más sanchista que Pedro Sánchez, hiciese creer a sus votantes que en realidad no están al servicio de los socialistas y que son esa especie de Podemos pragmático y constructivo que jamás echará un gramo de cal sobre un escaño azul. Eso ha sido Sumar hasta ahora. Una cáscara, la celulitis del PSOE bien enmascarada que te hacía tipito. Entre 30 y 40 escaños asegurados que completaban a los casi 50 que la macedonia parlamentaria del independentismo, el nacionalismo, el prostitucionalismo y demás ismos, que viven de lo que viven, desguazar el sistema mientras viven, y muy bien, del sistema.
La variable ahora es que Sumar ya no sirve de nada. Su desplome en las encuestas, la vacuidad de su líder, Yolanda Díaz, el hartazgo de su racimo de partidos por ese enfermizo afán de protagonismo e inanidad, y la pérdida de credibilidad de un mensaje ideológico que ya no existe, han dado al traste con lo que iba a ser un proyecto “chulísimo”. Sumar habita en el estertor y ya hay quien presiona a Yolanda Díaz con la evidencia de que su tiempo se ha agotado porque la deriva aboca al desastre electoral. También en Podemos emerge la tentación de comunicar a Pedro Sánchez que la legislatura se ha agotado, que no va a haber presupuestos generales del Estado, y que la gobernabilidad es inviable.
La variable ahora es que Sumar ya no sirve de nada. La pérdida de credibilidad de un mensaje ideológico que ya no existe, han dado al traste con lo que iba a ser un proyecto “chulísimo”.
Cuando el martes pasado la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Layen, afirmó tajante que la etapa de las ilusiones, de tener en Estados Unidos a un guardaespaldas gratis de por vida para garantizar la seguridad en Europa, se ha terminado, Sumar demostraba en La Moncloa su perfecta inutilidad, su insolvencia, su demagogia y su insoportable levedad. Yolanda Díaz es la nada y se agotó todo lo guay que ella creía representar en un partido fragmentado y consciente de que su sumisión es su debilidad. Acudir a La Moncloa con el simplista argumento de que para afrontar más gasto militar, unos 10.000 millones de euros más anuales, hay que cerrar hospitales, situó a Yolanda Díaz ante el espejo de su antipolítica. Yolanda Díaz no se opone al gasto militar. Ella misma ha aprobado créditos durante todos estos años por valor total de 68.000 millones de euros, eso sí, bien edulcorado todo con ese tono antibelicista de que la guerra se hace con tiritas, mantas y ambulancias. La novedad es que ya asume como una evidencia que partidos como IU la dan por amortizada, y que solo pueden encontrar un poco de resuello electoral con un mensaje antimilitarista que en realidad ella no comparte por la sencilla razón de que es incapaz de perder su cartera ministerial por nada del mundo. Podría plantear el cierre de ministerios innecesarios como los de Sira Rego o Pablo Bustinduy. Y sacar de ahí unos eurillos. Pero se agotaría la pamema.
Por eso Yolanda Díaz trata de convencer a Sumar, y a Sánchez, de auspiciar un discurso con el que ganar tiempo al menos. Volverá, al tiempo, con el tole tole de la “seguridad 360”, ese argumento ficticio para la izquierda con el que camuflar un auténtico gasto militar sobre la base entremezclada de políticas migratorias y crisis climática. Si los tres elementos se introducen en una coctelera y da lugar a un mensaje buenista en el que hasta las armas y l seguridad geoestratégica sean “woke”, entonces sí. Pero Europa no parece estar para zarandajas. Las llamadas que recibe Pedro Sánchez hoy desde Bruselas empiezan a asemejarse mucho a las que recibió José Luis Rodríguez Zapatero en mayo de 2011, cuando le exigieron poner coto al déficit y al gasto público si España no quería ser intervenida.
Sumar, como Sánchez, saben que sólo será posible incrementar el gasto en Defensa por cuatro vías: endeudamiento (rechazado ya por Europa), más impuestos (será inevitable, que nadie se engañe), un recorte drástico en una Administración elefantiásica (no va a ocurrir, demasiadas nóminas agradecidas), o recortes sociales. Y ahí está Yolanda Díaz, diciendo que “sí” a todo, pero que Sánchez busque el modo de que no lo parezca. La disyuntiva es demoledora para la izquierda porque la propaganda ya no va a servir como coartada. Son sus socios los que perciben un fin de ciclo y andan nerviosos, amenazando a Sánchez en ese eterno teatrillo en el que la izquierda ha convertido aquel falso “somos más” del balcón de la sede socialista de Ferraz en la noche del 23 de julio de 2023.
Sumar, como Sánchez, saben que sólo será posible incrementar el gasto en Defensa por cuatro vías: endeudamiento, más impuestos, un recorte drástico en una Administración elefantiásica, o recortes sociales
El único fenómeno reseñable tácticamente de todo este proceso de descomposición, de falta de equivalencia entre la crudeza del mensaje de seguridad internacional que transmite Europa y la fantasía en que vive Sumar, es la reaparición de Izquierda Unida, un partido que se inmoló en el ‘pacto del botellín’ para desaparecer bajo la falda de Podemos. Maíllo es un líder de IU infinitamente más sólido que Alberto Garzón. Tiene un cierto aura de Julio Anguita, no se atropella en la exposición de conceptos, es sibilino, trabaja a oscuras y dice cosas con la lógica de un intento de reinvención de un comunismo a la española que sea mínimamente creíble en un electoral desmovilizado. Por eso Sánchez tiene un problema serio, y Yolanda Díaz, dos.
Sánchez tendrá que inventar algo si el PP asume que no puede salvar in extremis a un partido que ha agasajado a un partido defensor de terroristas en La Moncloa, que indulta a golpistas y corruptos, que miente sistemáticamente y que sostiene un entramado de corrupción en el mismo seno del palacio presidencial. Sus socios difícilmente serán costaleros de la OTAN o de un Ejército europeo, Sumar es la nada, y la Comisión Europea aprieta y ahoga. Sánchez está legitimado para exigir responsabilidad patriótica al PP y simular que le encantan los discursos de Estado y tal. Su problema es que ya no es creíble para plantearlo y el PP tendría que dar muchas explicaciones, demasiadas, para justificar que dar oxígeno a Sánchez es decente. Porque si alguien se está afanando en manchar la decencia política, ese el PSOE de hoy.
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