Opinión

Debate en Macondo

Esta temporada Andalucía -la seca, la preapocalíptica- ha conocido una de las borrascas más apretadas de que haya memoria. Tras ella parece disiparse en gran medida el pesimismo de sabios y legos en cuyo magín colectivo iba arraigando d

Esta temporada Andalucía -la seca, la preapocalíptica- ha conocido una de las borrascas más apretadas de que haya memoria. Tras ella parece disiparse en gran medida el pesimismo de sabios y legos en cuyo magín colectivo iba arraigando desmesurada la imagen del fin del mundo que es, en el fondo, la versión pre-ilustrada de la de cambio climático. ¡Resulta que acabaría lloviendo y habría tanta agua de sobra que los pantanos y embalses no dan abasto para achicarla! Sic transit legenda mundo.

No cabe mediatizar la bien ganada fama de la meteorología, esa reflexiva mancia que hoy nos acierta la inmensa mayoría de los pronósticos. Y sin embargo, no creo que resulte ocioso ni desaprensivo pararse ante los hechos, que no son otros que el desmentido categórico que el clima ha dado a la ciencia, quién sabe si espoleada por la propia mediatización que experimenta nuestra sociedad. O vamos a ver, ¿no es cierto que la inquieta conciencia apocalíptica se ha visto interceptada por sorpresa ante el diluvio que, quien más quien menos, daba ya por descartado?

Las imágenes del predio cuarteado y la torre sumergida emergiendo, como en un ejercicio mnemótico, de los tremedales inundados por la previsión humana, ha dejado paso a la otra, más apacible y ansiolítica, de las reservas acuíferas que se creían ya perdidas para siempre. ¡Ahora resulta que la sequía no era el nuncio ni el paraninfo del fin del mundo, sino una suerte correspondiente más del imprevisible equilibrio climático, que ahora los científicos parece que coinciden en que no pudiera ser otra cosa que el eslabón que, más o menos, cada decenio administra el destino rural!

En un pueblo andaluz abatido por la sequía se debatió agriamente, enfrentadas las fuerzas vivas a la parroquia, entre los partidarios de sacar en procesión suplicante a la patrona

En fin, que pasó el otoño mezquino seguido del invierno seco, manteniéndonos el alma en vilo y añorando a Noé, superados por una primavera incipiente, todo hay que tenerlo en cuenta, no ha hecho más que comenzar. ¿Y si al final resulta que el refranero lleva razón –la razón predictiva no es gratuita, sino el legado de la experiencia—y comprobamos enseguida que en “abril, (habrá) aguas mil” supuesto que tras el “marzo ventoso” lo suyo es que rompa un “abril lluvioso”? Por mi semiescéptica experiencia admito –no es cierto, por ejemplo, que “por San Blas, la cigüeña verás” ni tantas otras profecías—la posibilidad de un armisticio entre la lógica de los “hombres del tiempo” y la razón práctica, kantiana y sartriana, a la vista de los apabullantes resultados. Pero no oculto que, salvada mi orientación ecologista de base, alberga serias dudas dogmáticas tras esta húmeda Cuaresma que nos ha empapado las tierras sedientas dejándonos empantanados en la incómoda duda metódica que cuestiona, si es que no avería sin remedio, los cimientos de un ambientalismo tan convencional como militante. Malas noticias para el alarmismo, buenas para los gestores de las peticiones de lluvia. En un pueblo andaluz, abatido por la sequía se debatió agriamente, enfrentadas las fuerzas vivas a la parroquia, entre los partidarios de sacar en procesión suplicante a la patrona. Y el cura, viejo ruralita, acabó por ceder pero no sin espetarle a los munícipes: “En fin, si queréis, sacarla; pero el tiempo no está pa llover”. Y no llovió.

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