Es sorprendente. Todos hablando de Vox, como si fueran los ganadores de las elecciones, como si se tratara del rasgo más notorio de las elecciones en Andalucía, y resulta que lo llamativo es que la derecha se ha hecho la reina del juego político y que ha infligido una derrota sin paliativos a la izquierda, que se ha quedado para lamerse las heridas. Pero nosotros, erre que erre, Vox para arriba Vox para abajo.
El deslizamiento del electorado hacia la derecha era una obviedad desde hace años. Lo interrumpió una argucia parlamentaria del inefable Sánchez, legítima pero que dejaba todo como estaba. Prometiendo unas cosas a uno y otras a otros aunó los votos suficientes para desalojar a Rajoy, que se lo merecía. ¿O acaso alguien, tras el proceso de manipulación informativa que siguió al descabalgamiento, pensó que el PdeCAT, el PNV o Ciudadanos, sin las cuales hubiera sido imposible la moción de censura, formaban parte de la izquierda?
Nos engañan como a chinos antiguos y así nunca sabemos ni dónde estamos, ni por dónde van sus intereses. Es una cuestión de poder y Sánchez: tras engañarlos a todos con la promesa formal de convocar elecciones inminentes, se aferró a él y no está dispuesto a soltarlo mientras le quede una brizna donde agarrarse. Y entonces llegó Andalucía.
El voto del rechazo que hace años usufructuó Podemos ahora se ha desplazado entre el desánimo de la abstención o la radicalidad verbal de la extrema derecha
Todo saltó por los aires y se radicalizaron las posiciones. A Sánchez se lo han hecho pagar. No se sale impune de tanta desvergüenza. El voto del rechazo que hace años usufructuó Podemos ahora se ha desplazado entre el desánimo de la abstención o la radicalidad verbal de la extrema derecha. La gente común que votaba al PSOE o a Podemos incluso al PP, ha denunciado la mansedumbre de los partidos constituidos, en la firme creencia de que el panorama se limita a una oposición corrupta que vive pensando cuál será el próximo escándalo, o la izquierda ansiosa por el mando y dispuesta a ejercer en Cataluña el papel de palanganeros.
Aquí se cambia la leyenda; dejemos de mirar esa luna que representa la extrema derecha, de momento pálida, y detengámonos en observar el dedo que apunta hacia donde quieren que miremos. Toda la hojarasca que ha ido quemando Sánchez con el fin de nublarnos la vista no vale una cagarruta. Ni Franco saldrá del Valle, ni aumentarán los salarios mínimos reales, ni las hipotecas dejaremos de pagarlas los clientes, ni nada de nada. Todo humo. Eso sí, habrá logrado retrasar la quiebra del PSOE y mantener los restos de su patrimonio histórico, es decir, el funcionariado adicto, pero la suerte ya está echada. Este país está amenazado por la hegemonía derechista mientras escribimos de los temores inanes que inspira Vox.
El ‘procés’ en clave andaluza
A mí Vox me ocupa, pero no me preocupa; una excrecencia dentro de un país abierto en canal por la irresponsabilidad de una casta política que lo devora todo. Lo inquietante es nuestra incapacidad para decir la verdad y sacar conclusiones. Andalucía es la prueba de que esta izquierda, llámese PSOE o Podemos, ha iniciado un proceso de desahucio. El PSOE perdió 400.000 votos, Podemos 300.000. No ha sido sólo el circo electoral, aunque haya ayudado. Por un lado, Susanita haciendo de perla de Andalucía con un discurso sobrado y cansino, como un vestido de faralaes. Sin saberlo quería hacer verdad aquella frivolidad de Ortega y Gasset quien llegó a afirmar que no entender los faralaes hacía imposible comprender España. Y olé, añado yo. ¿Qué decir de Teresa de Cádiz y Mérimée? El PSOE y Podemos hicieron una campaña que emulaba la tortilla de patata de Sevilla que dio nacimiento al PSOE de Felipe y Alfonso, léase Arfonso; todo como en casa.
La gente estaba en otra cosa. Ellos denunciando las miserias de la derecha y ni una palabra sobre las propias. Ha pasado mucha agua bajo los puentes desde aquel lema internacionalista de “Cataluña será la tumba del fascismo”. De momento arriesga convertirse en el funeral de la izquierda española. Y aún hay quien pregunta si el 'procés' ha afectado a las elecciones andaluzas. La ruptura de la sociedad catalana puede haber incidido en familias muy apegadas a Cataluña, semillero de una emigración veterana y fértil, pero lo que sí ha sido definitivo es la actuación de los partidos nacionales en la crisis. Eso alimentó el rechazo de las bases de la izquierda en Andalucía. Lo que no había conseguido la corrupción endémica lo han fabricado las maniobras en la oscuridad de los dos partidos de izquierda para tratar de mantenerse en el poder y obtener la benevolencia de quienes amenazan comerles los hígados.
Yo me pregunto en qué grado de extremismo reaccionario se diferencia Abascal, el de los caballos, de Torra, el del racismo xenófobo
Los voceros tuertos, los que sólo ven con el ojo que no les han vendado, exclaman aterrorizados por la supuesta victoria del fascismo en Andalucía. En primer lugar, la palabra fascismo tendría que estar prohibida a partir de la primaria de la política. Si eso es fascismo ya verán correr a esos glotones del verbo inflamado el día que se encuentren con el fascismo de verdad. Eso es extrema derecha, no nos equivoquemos. Y yo me pregunto en qué grado de extremismo reaccionario se diferencia Abascal, el de los caballos, de Torra, el del racismo xenófobo.
¿Y esos piquetes falangistoides para impedir el derecho a expresarse? Lo que le está ocurriendo a Manuel Valls merecería una reseña, habrá tiempo. Dos docenas de personas convocadas como en un chiste malo por la Asociación de Putas Libertarias (sic), a la que se sumaron la CUP y la “Barcelona en Comú” de la alcaldesa Ada Colau, lograron un éxito mediático. Le llamaron “gabacho”, el grito de los fieles del taimado Fernando VII a los liberales afrancesados. Lo del supuesto éxito dice mucho de nuestro papel de siervos de lo políticamente correcto, que consiste en casos como éste en no avergonzarse de que la tradición libertaria, tan arraigada antaño en Cataluña, la representen las prostitutas. Que la Candidatura de Unidad Popular (CUP) se dedique al festejo de intimidar al candidato que no les guste y que se refieran al fascismo… ¡ellos, tan asentados de familia! Y por fin, no denunciar a la siempre gestual alcaldesa de Barcelona, una exhibicionista que trata de labrarse un futuro dentro de una familia política tan desestructurada que siempre está reunida.
Este país ha girado a la derecha, pero lo ha hecho después de que la izquierda se hiciera golfa. Siempre quedará la eventualidad de repetir las elecciones andaluzas. Lo grave es que, a los votantes, que en otro tiempo creyeron en ellos, les importa una higa.
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