El fiasco de las vacunas protagonizado por la Unión Europea ha puesto ante los ojos de la opinión pública el fracaso de un modelo, secuestrado por una cara burocracia y ahíto de reglamentos, que demuestra una vez más su incapacidad para dar respuestas eficaces a las necesidades de los países que lo integran y que pone en el punto de mira de los ciudadanos defraudados a los Estados nacionales y a sus gobiernos respectivos, que ya vienen pagando en las consultas electorales una factura de la que, desde mi punto de vista, no son del todo responsables. Han sido demasiados años de desaciertos y de políticas poco acordes con los ideales primitivos de la UE, agravados desde la crisis económico-financiera de 2008 y apuntillados ahora por la falta de gestión de un problema de salud pública que nos señala como el farolillo rojo del mundo desarrollado. Por eso, muchas cosas, demasiadas, tendrán que cambiar si no queremos que esta UE se acabe convirtiendo en un remedo casi caricaturesco de la vieja Sociedad de Naciones de los años 20 del siglo pasado.
Hay que recordar que la Unión Europea tiene su origen en el primitivo Mercado Común, nacido en 1957 en plena Guerra Fría, cuyo propósito principal era el establecimiento de un área de cooperación económica y de librecambio entre los países firmantes, para fortalecer su desarrollo y estabilizar la democracia. Esto último era especialmente importante para pasar la página de los enfrentamientos europeos, especialmente los de Alemania y Francia, y para estimular los valores democráticos allí donde todavía no existían. Todo ello se basaba en el entendimiento de quienes, desde diferentes opciones ideológicas, se habían enfrentado al fascismo y al nazismo: socialistas, democristianos y liberales conformaban el núcleo principal de los sostenedores de aquel proyecto. Esa Europa se convirtió en un paradigma de libertad y de bienestar. Durante años fue consiguiendo la adhesión de nuevos países, entre ellos España, llegando hasta los 27 actuales; demasiados, en mi opinión, para consolidar el objetivo de los fundadores como lo prueba el guirigay actual. Eso y la huida reciente de los ingleses, nos indica que el europeísmo inicial está descoyuntado.
os grandes espacios de entendimiento han ido desapareciendo en beneficio de un discurso único, trufado por los paradigmas del capitalismo financiero que, aparte de provocar el desapego y la irritación de los ciudadanos
El modelo de libertad y de bienestar social empezó a enturbiarse desde el famoso Tratado de Maastricht de 1992. Una poderosa burocracia se fue adueñando del proyecto europeo, que se puso al servicio de dos objetivos principales: el primero, desterrar el valor de lo público como instrumento para el desarrollo ordenado de la economía y el bienestar de los ciudadanos y el segundo, atender los deseos expansionistas de la nueva Alemania reunificada. Poco a poco, los grandes espacios de entendimiento han ido desapareciendo en beneficio de un discurso único, trufado por los paradigmas del capitalismo financiero que, aparte de provocar el desapego y la irritación de los ciudadanos, ha supuesto la decadencia aguda de los partidos políticos tradicionales, especialmente de los socialdemócratas. Cada vez es más notoria la ausencia de referencias políticas templadas en contraste con una turbamulta de mensajes tecnocráticos que se proponen desnaturalizar lo que resta del proyecto de cooperación europeo. Frente al equilibrio social se estimula el conflicto y frente al acuerdo político sólo hay vacío y restricciones de derechos.
Adoptar iniciativas urgentes
El caso de las vacunas, como antes el de los rescates de 2010/12, suponen advertencias serias de que la maquinaria comunitaria no marcha, lo que más pronto que tarde obligará a los Gobiernos nacionales a adoptar iniciativas antes de que el rio revuelto de las iras ciudadanas se los lleve por delante, a ellos y a sus economías. La inestabilidad política va in crescendo en el conjunto de la UE y casi todos los protagonistas políticos actuales temen más que a una vara verde las elecciones. Y en este panorama convendría poner la atención en qué puede ocurrir en la primera potencia de la UE, Alemania, que tendrá elecciones generales el próximo mes de septiembre, que supondrán el nombramiento de un nuevo canciller, sustituto de Merkel, y quizá la constitución de alguna alianza de gobierno distinta a la actual por causa de la pérdida de fuelle de la CDU y la decadencia aguda del viejo SPD.
Alemania inspiró Maastricht en 1992, patrocinó la expansión al Este e impulsó el euro. Las décadas transcurridas desde entonces no han sido, desde mi punto de vista, especialmente afortunadas para el conjunto de la UE, aunque es cierto que ha habido asimetría entre los países centrales, Alemania y sus aliados tradicionales más robustos y estructurados, los del Sur, capitaneados por una Francia decadente, bastante debilitados como Italia y España. Y por su parte, los del Este, en posición intermedia, con crecimientos económicos aceptables, pero muy celosos de su independencia nacional y poco colaboradores con las políticas de Bruselas.
Amenaza para la estabilidad social
No es fácil aventurar en qué parará la crisis de la UE y cuáles serán las directrices de la potencia germana a partir de septiembre en relación con el modelo de cooperación futura entre los Estados; pero, visto lo visto y lo que queda, sí podemos deducir que el objetivo de la unión política tiene cada vez menos opciones y que, por tanto, los esfuerzos deberán encaminarse a recuperar las políticas de cooperación económica que velen por el desarrollo de los integrantes de la UE y los defiendan de los errores de la burocracia ineficaz. Insistir en los errores, a sabiendas de lo que suponen de amenaza para la estabilidad política y social del continente, es, a mi juicio, la mejor manera de acabar con el proyecto europeo y de que cada Estado intente buscar sus propias opciones, como empieza a ocurrir en el desgraciado caso de las vacunas.
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