Que en España somos harto resultadistas es un hecho incontestable. Quiere decirse que, ante cualquier contienda -sea deportiva, política o empresarial-, solemos juzgar la estrategia de los contendientes una vez conocido el resultado obtenido y en función de cual ha sido. Y ya se sabe, el ganador es un artista y el perdedor un “matao”. Claro que, a toro pasado, es fácil reproducir la mejor verónica que, embraguetado con los pies quietos y citando de frente a un vitorino de capa negro zahína, haya regalado nunca José Tomás a las gradas del fastuoso coso de Las Ventas (el símil taurino va dedicado a Urtasun, el “ministro de incultura”).
El vicio resultadista de los españoles se ha podido percibir estos días observando el juicio recibido por Carlos Torres, el máximo dirigente del BBVA, en las páginas de los medios escritos, en las ondas de los radiofónicos y en las pantallas de los audiovisuales. Como no ha logrado la conformidad de los administradores del Banco Sabadell a la OPA propuesta, Torres es un mal estratega, se ha equivocado, es un fracasado…
Es fácil imaginar lo que hubiera sucedido en el caso opuesto. Si Oliú y los suyos hubieran aceptado la OPA estaríamos leyendo, escuchando y leyendo loas por doquier a la sagacidad de Torres, a su capacidad estratégica o a su visión de futuro. Pues yo me niego a este simplón y ventajista resultadismo que nos inunda. Y, además, bueno es recordar que el partido no ha finalizado, que estamos solo en el tiempo de descanso entre sus dos tiempos y que ahora, tras el rechazo de los administradores del Sabadell tienen la palabra sus accionistas. Nada más democrático que una decisión sobre una cuestión trascendental para una sociedad mercantil se someta a la voluntad del conjunto de sus propietarios que, no lo olvidemos, son sus accionistas y no sus administradores.
También han servido estos días para leer, escuchar y ver las críticas que se han regado ante una posible concentración empresarial en el sector bancario. Incluso no pocos de los críticos supuraban añoranza por el tiempo pasado en el que España contaba con más de cincuenta bancos. Eso era competencia se ha llegado a decir. Bueno sería que los añorantes recordaran las comidas periódicas que en aquella época celebraban los presidentes de los siete grandes, ágapes que afectaban al funcionamiento del sector bancario en mayor medida que las decisiones que emanaban de nuestras autoridades regulatorias. Y bueno sería también que los evocadores del pasado bucearan en la hemeroteca de aquellos años para que recordaran, o conocieran, según sean menos o más jóvenes, cómo acabó aquella fiesta. Condujo a la mayor crisis bancaria de nuestra historia cuya reparación costó sangre, sudor y lágrimas.
El propio Fondo de Garantías se quedó con los peores activos de los bancos que estaban en situación comática como inmuebles sobrevalorados, promociones inmobiliarias fallidas tras ingentes desembolso o empresas auténticamente ruinosas
Conozco en detalle la cuestión porque en 1.984, en tanto que coordinador de auditorías del Departamento Financiero del Tribual de Cuentas, participé activamente en la fiscalización realizada al Fondo de Garantías de Depósitos Bancarios que fue el instrumento utilizado para salir de aquella crisis. Por ello conocí en profundidad todas las herramientas que se utilizaron y el coste global que supuso. Lo más barato fue el pago a los depositantes de los depósitos garantizados pues según creo recordar tan solo se dejó quebrar un banco. Pero para que no cobraran los demás cuyo balance sí estaba quebrado tuvieron que aplicarse medidas variadas y alguna más que peculiar. El propio Fondo se quedó con los peores activos de los bancos que estaban en situación comática como inmuebles sobrevalorados, promociones inmobiliarias fallidas tras ingentes desembolso o empresas auténticamente ruinosas. Incluso llegué a ver escrituras públicas en las que lo adquirido fueron ¡pérdidas!, así, como suena, pagándose como precio su importe contable. Y, una vez limpiados los bancos antes quebrados, éstos fueron ofrecidos a los que quisieran adquirirlos. Eso sí, obteniendo como precio por su adquisición ayudas públicas en forma de pagos directos y de créditos blandísimos antes que blandos, sin interés o siendo éste extremadamente bajo, sin garantías y a muy largo plazo.
Creo recordar que, en conjunto, salir de aquella crisis costó al Tesoro español dos billones de pesetas del principio de la década de los viejos años ochenta del siglo pasado, importe que en términos constantes y reconvertido a nuestra moneda actual supone hoy nada más y nada menos que 416.000 euros. Ahí es nada, cifra que deberían tener presente los que añoran la pretendida mayor competencia de aquella época. De poco o nada le sirvió a cualquier español de entonces que su crédito le saliera más barato o que su depósito bancario estuviera mejor retribuido si al final tuvo de sufragar con sus impuestos el elevadísimo coste de aquella intervención pública pues, como media, la solución a la crisis le costó a cada español 11.000 euros actuales.
Valga todo lo expuesto para relativizar los argumentos contrarios al proyecto de adquisición del Banco Sabadell por el BBVA, críticas que por otra parte pueden empezar a tornar. De entrada, pasado el día de ayer y con ello el estrés electoral consecuente, es posible que el Gobierno vire su posición de rechazo frontal a la operación. Conforme vaya conociéndose la probabilidad de éxito que pueda tener la consulta a los accionistas del banco opado, también es posible que el resto de los que critican a los dirigentes del BBVA moderen sus actuales críticas. Y desde luego, si finalmente el opante logra su objetivo empezaremos a leer, escuchar y ver todo tipo de glosas a Torres. Ya lo dije, somos groseramente resultadistas.
Que funcione el mercado
Con todo, yo me quedo con el enorme valor que otorgo a que sea el conjunto de los accionistas del Banco Sabadell los que resuelvan la cuestión. No entiendo por eso la inadecuada denominación de “OPA hostil” con la que se califica a un procedimiento que conduce a que los propietarios de una sociedad mercantil puedan ejercer el poder de decisión sobre el futuro de su empresa. Digan lo que digan los que lo están diciendo, no está en juego el futuro de España, ni de su economía, ni de su sector bancario. Tampoco están en peligro los clientes del banco opado pues si como parece su estrategia es un éxito, el posible adquirente no hará sino que mantenerla. Nadie compra una empresa triunfante para apartarla de la línea empresarial que ha conducido al citado triunfo. De manera que dejémonos de gaitas y consintamos que funcione realmente el mercado y sus agentes que, por lo que respecta a la cuestión analizada, son los propietarios del Banco de Sabadell, ¡Que decidan los accionistas!
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