Opinión

Una declaración de odio

Me ha venido al recuerdo mi querido abuelo. Era un hombre muy cariñoso y ponía todo su afán en sentar a sus nietos a comer a su mesa, porque nada le daba más satisfacción que comer junto a nosotros.

-Ponle un platito a la niña, que va a tomar so

Me ha venido al recuerdo mi querido abuelo. Era un hombre muy cariñoso y ponía todo su afán en sentar a sus nietos a comer a su mesa, porque nada le daba más satisfacción que comer junto a nosotros.

-Ponle un platito a la niña, que va a tomar sopita del abuelo! ¿Verdad que sí? ¿Quieres sopita del abuelo?

Como te lo decía con aquella dulzura en sus ojos, mirando a los tuyos como si no hubiera otra cosa más bonita en el mundo, por supuesto que querías sopita del abuelo... Aunque odiaras profundamente la sopa, como Mafalda.

La sopita del abuelo solo era una sopa de ajo elaborada con ajo, pimentón y pan duro. Como el pan sobraba de días anteriores, se guardaba y con él se cocinaba la sopita del abuelo o los famosos picatostes que hacía mi tía, que sabían a gloria junto a una taza de chocolate caliente.

Ahora, por lo visto, tenemos una generación que necesita leer en un artículo que se puede usar el pan duro para mojarlo en el café y lo llama breading. Su nueva moda, que además es ecológica y sostenible, es el sundrying, que consiste en tender al sol la ropa lavada, para que se seque, a pesar de que las pinzas para tender la ropa se inventaron en 1853.

Hemos sido unos privilegiados, sí, jugábamos al tetris muchos años antes de que se inventara y no solo para caber toda la familia en un coche

A aquello de compartir piso, los chavalines lo llaman coliving y quieren creer que lo han inventado ellos, a la vez que se victimizan por no poder independizarse de sus progenitores, ya que les resulta imposible comprar un piso de 100m2 en el centro de la capital. No se me ocurre tratar de explicarles que eso de compartir gastos y casa ya lo hicieron mis padres hace unos 60 años, después de su segundo hijo, viviendo en un piso de 60m2 junto a unos primos: en total, dos familias y siete personas en aquel pisito “tan apañado” de Carabanchel.

Estos espabilados de la vida hacen vídeos poniendo la botella del lavavajillas boca abajo, para enseñarte a ahorrar y no desperdiciar nada, porque todos ellos son muy sostenibles y piensan que los que les doblamos años, que crecimos de la mano de una generación que no tiraba una sartén porque siempre había una manera de atornillar nuevamente el mango, nunca hemos “ordeñado” una botella de aceite. Te dicen que se las tienen que ingeniar para ahorrar en todo porque hacer coliving es carísimo y los sueldos son precarios, pero graban el vídeo con un Iphone, se fotografían de vacaciones en tanga en el Caribe o disfrazados del doctor Livingstone en Tombuctú, mientras te culpan a ti de todos sus males y te recuerdan lo fácil que lo has tenido tú todo, que veraneabas en la casa del pueblo de tus abuelos o, con mucha suerte, en una playa del levante español, jugando al tetris en un seiscientos para entrar todos, maletas incluidas. Hemos sido unos privilegiados, sí, jugábamos al tetris muchos años antes de que se inventara y no solo para caber toda la familia en un coche.

En la cabalgata de los Reyes Magos hemos aprendido que es una ofensa muy racista que un blanco se maquille la cara para disfrazarse de Baltasar, porque es un insulto a los negros y lo llaman Blackface. Sin embargo, si Disney o cualquier otra empresa cinematográfica decide que el mejor actor para interpretar a un personaje histórico blanco, es un negro, hay que aplaudir porque es muy inclusivo. Y si es una mujer negra, más todavía.

Si todos los premios en competiciones deportivas o los nombramientos a la mujer del año son obtenidos por hombres que se visten como mujeres y que dicen que son mujeres, no me puedo ofender ni sentir atacada, a no ser que quiera ser tratada como una tránsfoba

Pero eso es solo cine o teatro. En el día a día, si un hombre se pone una peluca, se maquilla como una mujer, se calza unos tacones y se planta un vestido, yo no me puedo ofender como mujer. Tengo que respetar que cualquiera que se disfrace de mujer se convierte automáticamente en una, (ríete tú de los trucos de magia de Houdini). Si todos los premios en competiciones deportivas o los nombramientos a la mujer del año, por distintas revistas, son obtenidos por hombres que se visten como mujeres y que dicen que son mujeres, no me puedo ofender ni sentir atacada, humillada, insultada y denigrada, a no ser que quiera ser tratada como una tránsfoba, por una sociedad tan avanzada como para inventar el coliving, el sundrying y el breading.

Y todo esto pasa mientras nuestro Gobierno encarga investigaciones policiales y presenta escritos a la fiscalía para tratar de condenar a quienes osaron dar palos a una piñata caracterizada como el presidente, porque está empeñado en que es delito de odio. Al mismo tiempo, hace las gestiones pertinentes para tratar de despenalizar las injurias a la Corona y el enaltecimiento del terrorismo y que sean considerados como un mero uso de nuestro derecho de libertad de expresión. Es decir, lo que actualmente es libertad de expresión quiere que sea delito y, lo que es delito, quiere que sea libertad de expresión. Aunque no me queda muy claro, porque las juventudes socialistas guillotinaron a un muñeco que representaba a Rajoy y eso, a ojos de la izquierda, sigue siendo libertad de expresión.

Odio en lo que nos quieren convertir

Antes de que este Gobierno, apoyado por una sociedad de mamarrachos y pusilánimes, sea capaz de ir más allá de la línea que marca el delito de incitación al odio y convertir el odio por sí mismo en delito, porque me parece mentira que haya que explicar que odiar no es delito, al igual que no lo es amar, porque ningún sentimiento natural de la raza humana puede considerarse delito, yo voy a ejercer mi libre derecho natural a odiar:

Los odio a todos. Es inaguantable tanta memez. Odio en lo que nos han convertido, odio en lo que nos quieren convertir, odio la galopante estupidez que nos rodea, la falta de educación y de respeto, que se ve incluso en los niños. Odio la hipocresía, la mentira y la incoherencia que nos venden como la gran moralidad de los perfectos y tolerantes. Odio la sostenibilidad que no se sostiene y el ecologismo que todo lo enferma. Y odio las piñatas, el plátano, madrugar y que me pongan el café ardiendo cuando lo pido con leche fría.

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