Opinión

Defender la libertad, enfrentarse al tirano

“Hoy necesitamos un humanismo militante que haya aprendido que el principio de libertad y tolerancia no debe ser aprovechado por un fanatismo escandaloso; que ese humanismo militante tiene el derecho

“Hoy necesitamos un humanismo militante que haya aprendido que el principio de libertad y tolerancia no debe ser aprovechado por un fanatismo escandaloso; que ese humanismo militante tiene el derecho y el deber de defenderse. El pensamiento de Europa está íntimamente ligado a la idea humanista. Pero Europa solo existirá si ese humanismo descubre su virilidad, si aprende a armarse y actúa sabiendo que la libertad no puede ser un salvoconducto para quienes pretenden destruirla”. Alain Finkielkraut citaba este hermoso párrafo, escrito por Thomas Mann un ya lejano 1936, año de enorme resonancia en la memoria colectiva española, en una entrevista aparecida este viernes en Le Figaro. El intelectual galo desgranaba el torrente de pasiones desatadas en Francia por el último atentado terrorista perpetrado en Niza, ocurrido casi a renglón seguido de que otro islamista checheno rebanara la cabeza de un profesor de instituto por haber mostrado a sus alumnos unas caricaturas de Mahoma. “No importa que exaltemos nuestra buena voluntad y nos opongamos a toda forma de discriminación: el enemigo está ahí y no nos perdona ser lo que somos”.

Francia está en pie de guerra. En realidad, el país vecino libra dos crueles contiendas contra otros tantos enemigos tan viles como poderosos: el virus de la covid y el islamismo radical. París vivió el jueves noche el espectáculo crepuscular de una avalancha de coches colapsando las carreteras en un intento por escapar de la gran ciudad amurallada frente al asalto del virus. Un atasco de más de 440 kilómetros. El espectáculo volvió a repetirse el viernes, haciendo recordar a muchos franceses el espectro de aquella multitud que en junio de 1940 huía despavorida de una ciudad a punto de ser ocupada por las tropas nazis. El enemigo ahora es otro no menos temible, un fantasma también vestido de gris que ha obligado a Macron a decretar el encierro domiciliario de los franceses durante el próximo mes. La ciudadanía, descreída y abochornada por la ineficacia de unos dirigentes incapaces de aprender la lección de la primera oleada y obrar en consecuencia, abandona París dispuesta a cuidarse por su cuenta sin renunciar a derechos y libertades esenciales.

También España se enfrenta a una doble contienda. Contra el virus de la covid, por supuesto, y contra los enemigos internos que intentan aprovechar el miedo colectivo, el pánico de los casi 60.000 muertos por la pandemia, para desmontar el andamiaje de nuestras libertades y conducir el país hacia algo parecido a una dictadura. No se han contemplado en Madrid escenas similares a las registradas en la capital francesa. La española es una sociedad anestesiada. Resignada con el fatal determinismo de nuestra historia a soportar en silencio las humillaciones de la elite gobernante. Apenas unos meses después de que el galán de Moncloa apareciera ufano ante las cámaras para proclamar que habíamos "vencido al virus”, los españoles nos encontramos en puertas de un nuevo encierro obligado por el rebrote virulento de un virus imposible de controlar por los métodos convencionales, un confinamiento similar al de marzo, pero peor que en marzo porque nos coge descreídos y escarmentados.  

El virus que en marzo paró la economía ha terminado dañando también el principio de legalidad y poniendo nuestra democracia contra las cuerdas

Esta nueva derrota colectiva camina del brazo de otra aún más dolorosa, más profunda, cual es la de hurtar al Parlamento la obligada tarea de control de la acción del Ejecutivo durante seis largos meses. Nada menos que 194 diputados, representantes todos de la soberanía nacional, aceptaron el jueves hacerse el harakiri y cerrar el Congreso hasta el 9 de mayo. “Aquellos que renuncian a la libertad esencial para comprar un poco de seguridad temporal, no merecen libertad ni seguridad” (Benjamin Franklin). El virus que en marzo paró la economía ha terminado dañando también el principio de legalidad y poniendo nuestra democracia contra las cuerdas. ¿Cómo hemos llegado hasta aquí? El 4 de julio, tras presumir de haber derrotado al virus, Sánchez animaba a los españoles a “no dejarse atenazar por el miedo” y “salir a la calle, porque hay que recuperar la economía”, sin dejarse vencer por el miedo a los rebrotes. Y dicho esto se fue de vacaciones varias semanas, dejando en el limbo de los justos la promesa de trabajar en los cambios legales necesarios para no tener que depender de la declaración del estado de alarma, tan complicado a la hora de lograr los apoyos necesarios, en caso de regreso de la pandemia.

Es cierto que esta segunda oleada ha desbordado las previsiones de todos los gobiernos europeos. Todos se baten a la defensiva. Pero en Francia Macron da la cara ante los franceses y se explica. Quiere ser honesto y hasta lo parece. Nuestro Pedrito Sánchez, por el contrario, se esconde. Desde que la nube de los rebrotes fuera ganando volumen hasta componer la imagen de un cumulonimbus capaz de descargar nueva atroz tormenta, su estrategia no ha sido otra que la de tratar de eludir su responsabilidad para endiñársela a otros, básicamente a los presidentes de las comunidades autónomas, y hacerlo, además, con un descaro rayano en lo delictuoso. “El contraste es que si el primer estado de alarma se utilizó para concentrar todo el poder en Sánchez, lo que pretende con este segundo es quitarse de en medio, esconderse tras la pantalla de las CCAA y soltar un paquete que es un saco lleno de explosivos”, indicaba Ignacio Varela en Onda Cero. Macron ha confinado Francia durante un mes ante “el temor a las 400.000 nuevas muertes que podrían producirse en esta segunda oleada de la pandemia” (Le Figaro). ¿Cuántas muertes de españoles, quizá 200.000, 300.000 tal vez, serán necesarias para que este aprendiz de autócrata se sienta concernido a la hora de asumir la responsabilidad que le compete como presidente del Gobierno? Si la vida de los españoles es cosa de los presidentes autonómicos, ¿para qué necesitamos un Gobierno?

Incapacidad gerencial y vacío moral

Envite tan descomunal ha venido a poner en evidencia la incapacidad gerencial del dúo que nos gobierna, además del vacío moral del descuidero que en mayo de 2018 se apoderó del poder con la ayuda de los enemigos internos de la nación. Desde entonces todo gira en torno a la idea elemental de que nada ni nadie venga a lesionar su enfermizo afán de poder, a frustrar su voluntad de desmontar el edificio constitucional para sustituirlo por una República Federal de Cartagenas Varias, muy al gusto peronista y bolivariano de Pedro & Pablo. Todo en Sánchez gira en clave de poder personal. El proyecto de PGE para 2021, por ejemplo, o la voluntad expresa de gastar (España no tiene capacidad para afrontar el pago de la deuda que este Gobierno está contrayendo, de modo que, con o sin ayudas europeas, nos encaminamos hacia una inevitable crisis de deuda) como si no hubiera un mañana con la finalidad no de elaborar unas cuentas públicas convenientes para la nación en estos tiempos de zozobra, sino de asegurar el futuro del proyecto de poder del ecosistema Pedro & Pablo.

Más que nunca parece imprescindible un pacto de Estado capaz de abordar el desafío que para la salud y la economía de los españoles supone esta pandemia, un gran pacto en el que deberían confluir los cuatro grandes partidos con representación parlamentaria

Se acerca un invierno dramático tanto en lo sanitario como en lo económico. También en lo que al orden público se refiere, que es tanto como aludir a la paz social y la convivencia entre españoles. Las revueltas callejeras, acompañadas en algunos casos de saqueos, ocurridas la noche del viernes al sábado en Barcelona, Burgos, Bilbao y Santander parecen la avanzadilla de acontecimientos de enorme gravedad que podrían ocurrir en los próximos meses. ¿Cosa de “terraplanistas enloquecidos"? Vienen tiempos duros, aumentados por la amenaza de ese nuevo confinamiento domiciliario y el final de los ERTE. “Me estoy planteando cerrar el bar que regento con mi mujer en la Barceloneta”, escribe un lector de Vozpópuli, “y no sabemos lo que vamos a hacer. Nuestro modo de vida está en peligro, y es jodido morirse por el virus, sí, pero también lo es no tener qué dar de comer a los críos. Rechazo la violencia, pero cuando la gente no tiene nada que perder no le puedes pedir que se quede en casa cruzada de brazos”.

Se acerca un invierno dramático tanto en lo sanitario como en lo económico. También en lo que al orden público se refiere, que es tanto como aludir a la paz social y la convivencia entre españoles

Más que nunca parece imprescindible un pacto de Estado capaz de abordar el desafío que para la salud y la economía de los españoles supone esta pandemia, un gran pacto en el que deberían confluir los cuatro grandes partidos con representación parlamentaria, juntas “izquierdas” y “derechas” dispuestas a evitar la procesión de muerte y quiebras económicas que se avecina. Pero esa necesidad elemental choca con la perfidia de un personaje empeñado en dividir nuestra sociedad en dos grandes bloques en apariencia irreconciliables, divide et impera, incapaces de sentarse frente a frente para llegar a acuerdos en situaciones límite como la actual. Nada que hacer con Pedro Sánchez en la presidencia del Gobierno. Él es la cabeza de la hidra, el jefe de la banda que denunció Rivera, el líder de ese movimiento disruptivo que aspira a reducir a cenizas la España que hemos conocido en los últimos 40 años. El cerebro de los enemigos internos de la nación.

Voluntad de defenderse    

Oponerse tanto a los enemigos externos, como a los internos. “El declive del valor puede ser el rasgo más sorprendente que un observador externo advertiría hoy en Occidente. El mundo occidental ha perdido su coraje cívico, tanto en conjunto como por separado, en cada país, cada gobierno, cada partido político (…) Este declive es particularmente notable entre el grupo dirigente y la elite intelectual, traspasando esa impresión de pérdida de coraje a toda la sociedad. ¿Debería uno recordar que desde la antigüedad la pérdida del valor se ha considerado el principio del fin?”. El párrafo pertenece al discurso pronunciado en Harvard en 1978, el año de nuestra Constitución, por Alexander Solzhenitsyn, apenas cuatro años después de haber huido de la Unión Soviética. Pérdida de valor entendida como la ausencia de la voluntad y la capacidad intelectual de defenderse, no tanto contra los ejércitos extranjeros, sino contra esa quinta columna decidida a demoler todo lo que Occidente solía defender.

“La población se ha sometido, en 24 horas, a una ley de emergencia que pretende superar una epidemia. ¿Sería posible desencadenar la misma contundencia contra los que quieren decapitar a Francia? A estas preguntas que legítimamente atraviesan la opinión pública, el Ejecutivo debe responder sin temblar. El procedimiento arbitrario y meticuloso reservado a los más dóciles es característico de los Estados débiles”. Es parte del editorial que ayer sábado publicaba el diario francés Le Figaro. El drama de España es que sus enemigos internos se han apoderado de las instituciones del Estado y se han hecho fuertes en él. Con el apoyo de 194 diputados. ¿Demasiado tarde para cualquier cosa? 

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