En las elecciones generales de 2015 fue cuando pareció que el bipartidismo desaparecería, al menos en el espacio político del centro izquierda. Rajoy pasó de la más abultada mayoría absoluta de 2011 a quedarse en minoría en diciembre de 2015, y a renunciar arteramente a asumir ante el Rey la responsabilidad de defender (y debatir) su investidura a la Presidencia del Gobierno, que debía haber sido su obligación constitucional, pues ostentaba el mayor número de escaños en el Congreso de los Diputados.
Su renuncia a la investidura, que abrió una oportunidad a Pedro Sánchez (quien logró un acuerdo con Albert Rivera, que Pablo Iglesias hizo que fracasase al votar en contra), obedecía a un calculado plan. Probablemente Arriola, por entonces el ideólogo del PP de Rajoy, seguía creyendo en la perversa táctica de fraccionar el electorado socialista para así hacer obligatoriamente necesario un Gobierno de Rajoy. Obviamente, el Podemos de Pablo Iglesias cumplía la misma función del Julio Anguita de los tiempos de la pinza con Aznar, algo que se intuyó cuando Iglesias sollozó de emoción ante Anguita, y cuando en el debate de investidura de Sánchez acusó malévolamente a Felipe González y al PSOE de horrendos crímenes y de enterramientos con cal viva.
Tanto Rajoy como Iglesias creyeron que el fracaso de Sánchez para formar gobierno les daría a ambos la mayoría o la hegemonía en las inmediatas elecciones anticipadas. Confiados en las encuestas, ninguno de los dos supieron prever un resultado electoral que desmentía sus pronósticos triunfalistas. Rajoy obtuvo un resultado otra vez insuficiente, y la amplia coalición aglutinada en torno a Iglesias retrocedió en escaños y en porcentaje, en comparación con la elección anterior.
El error analítico del PP y de Podemos fue no ver que la política no es algo estático; la verdadera política es aquella capaz de desmentir con su acción a las encuestas
El PSOE de Sánchez también retrocedió, pero siguió conservando la plaza de primer partido de la Oposición, una vez Rajoy fue investido presidente del Gobierno, después de meses de agonía política para el PP, pero también para el PSOE. Además de explicar la actitud de Sánchez de negarse radicalmente a la investidura de Rajoy (precavido ante un Iglesias que era, paradójicamente, el responsable último de que el PP ocupara de nuevo el poder), conservar la primera plaza entre los partidos de la Oposición acabaría siendo la condición necesaria para que el Congreso de los Diputados lo eligiese, meses más tarde, como nuevo presidente del Gobierno, una vez que Rajoy fue censurado tras conocerse la sentencia por corrupción de su partido.
La táctica o maniobra malévola de fraccionar el electorado del otro partido rival (y alternativa de gobierno), fue y será un espejismo creado por las encuestas y agrandado por los medios de la llamada “videopolítica” (G.Sartori). La sorpresa del PP o de Podemos al ver que el resultado de las urnas no se ajustaba a sus sondeos demoscópicos fue consecuencia de basar toda su estrategia política en las encuestas. Mientras sus estudios electorales vaticinaban al PSOE retrocediendo por detrás de Podemos, la realidad fue que nunca se produjo ese hecho. ¿Por qué se equivocaron en sus análisis? Porque el PP y Podemos aceptaron sin reservas lo que cifraban sus encuestadores, y una buena parte de los sondeos publicados. Fue algo como aceptar que una foto fija de una concurrida plaza pudiese reflejar cómo se organizaría después ese mismo grupo de personas en otro lugar distinto. Las encuestas no pueden reemplazar al análisis político, que en última instancia es conocimiento histórico.
El error analítico del PP y de Podemos consistió en no tener en cuenta dos factores: que el sistema político es parecido a una estructura que resiste los cambios, y que la política no es algo estático, sino cambiante, y por eso será siempre coyuntural, dinámica y…. modificable, precisamente por la voluntad política; la verdadera política es aquella capaz de desmentir las encuestas con su acción.
Lo que no vio el Podemos abducido por el ‘anguitismo’ fue la fortaleza de lo que bautizaron como el ‘régimen del 78’ y, por derivación lógica, la subsiguiente fortaleza electoral del PSOE
Esos dos factores explicarían lo que no vio Podemos: la fortaleza de lo que ellos califican el “régimen (constitucional) del 78”, y así mismo, la subsiguiente fortaleza electoral del PSOE; y lo que no vio el PP: que fraccionar el electorado del PSOE acabaría por dividir su propio espacio electoral.
El PP mantenía un electorado amplio, desde la derecha agradecida con el franquismo hasta democristianos y liberales verdaderos antifranquistas, porque competía con un PSOE, que a su vez integraba una gran amplitud ideológica, desde modernos comunitarios hasta liberales radicales. Cuando el PSOE perdió electores a su derecha y a su izquierda, cuando aparentemente dejó de ser una mayoría posible y alternativa al PP, entonces, una parte de los electores del PP, despreocupados, cambiaron su voto, unos por Ciudadanos, y otros, recientemente, por Vox. Es aparentemente paradójico que Podemos, el partido extremista que objetivamente hizo posible que el PP fuese la fuerza más votada, ahora que ya no asusta a casi nadie, contribuirá a que el voto de centro derecha no se pliegue a los llamamientos de votar útil para frenar a los radicales. Paradoja aparente, pues la fragmentación de los espacios electorales es incongruente con nuestro sistema político.
Si imaginamos una especie de juego de vasos comunicantes en nuestro sistema político, en el pasado, la fragmentación en el espacio del centro izquierda favorecía al PP; pero en este presente, la división se encuentra en el espacio del centro derecha, y dado que el sistema político se está reconstruyendo primero por el lado del centroizquierda, parece que será el PSOE el beneficiario de esta situación. Pero esas conjeturas, merecen otro artículo.
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