Opinión

Defensa urgente de la sindéresis

¿Un rector con sindéresis habría acudido a la llamada de la esposa de un falso doctor para fomentar negocios cuya sostenibilidad empieza y acaba en las fantasías totalitarias del yugo 2030?

Empecemos con la etimología de una palabra que fue importante y que hoy está casi desparecida porque aquello que nombra es muy difícil de encontrar. En estos días de falsedad premiada, la sindéresis es, cuando menos, calumniada como extravagante o incluso como vicio de fachas.

En la obra de Homero, “tereo” significa vigilar atentamente. En Aristóteles syntereo” significa guardar o conservar. Parece que San Jerónimo, el traductor del hebreo y del griego al latín, creó a partir de esos verbos el sustantivo “synteresis” equivalente a scintilla conscientiae que significa chispa de la conciencia.

Santo Tomás, en el muy fértil periodo medieval del S. XIII, consideraba la sindéresis como una virtud no adquirida sino innata que aunaba la inteligencia de los principios de identidad y no contradicción con la práctica del bien para evitar el mal. En contraposición a la sindéresis, los escolásticos situaban el fomes pecatti, es decir la inclinación al daño a otros y a uno mismo. Fomes es combustible y es la raíz de fomento, esa palabra que se ha empleado para bautizar ministerios. Mas la persona que haya fomentado corrupciones puede regresar aún a la virtud de la sindéresis.

El muy viejo concepto es inteligente y hermoso, pues, como defendían los escolásticos, esa chispa de conciencia debía servir, nada menos, que para corregir los errores de la razón a la vez que debía someter los apetitos sensibles. Ello suponía, de paso, la plena conciencia acerca de los vínculos entre los procesos cognitivos y los emocionales y de que debería haber algún tipo de control por parte de la subjetividad de cada cual en la procura del bien y en el alejamiento del mal. A principios del siglo XX, Freud concibió con sus planteamientos mecanicistas sobre el alma, una instancia que, en parte, actualizaba esa vigilancia, ya desvinculada por la Ilustración de su origen cristiano, y la bautizó como el superyó. No confundir con la estupidez actual que mezcla el narcisismo y la hipertrofia del heroísmo disney.

Saber vigilar nuestros pensamientos y nuestros deseos es un signo de madurez e implica haber adquirido experiencia para la introspección, eso que el denominado por los progres “sistema educativo” se esfuerza en dinamitar.

Escribió Cervantes en Don Quijote de la Mancha: “Quiere hacer uno un viaje largo, y si es prudente, antes de ponerse en camino busca alguna compañía segura y apacible con quien acompañarse”

En España, el Siglo de Oro constituye un extraordinario compendio de filosofía, literatura genial, consejos de lo que hoy se llama autoayuda, ejercicios de análisis semiológico, humor inteligente y, sobre todo, de pasión por la verdad. Tal conjunto monumental escrito tiene en la prudencia uno de sus temas fundamentales. Escribió Cervantes en Don Quijote de la Mancha: “Quiere hacer uno un viaje largo, y si es prudente, antes de ponerse en camino busca alguna compañía segura y apacible con quien acompañarse”. En esta prudencia cervantina está latiendo la idea de la vigilancia, en este caso por medio de una “compañía segura y apacible” que debe hacer las veces del chispazo de la conciencia.

Es Gracián quien con más énfasis trató este asunto en Oráculo manual y arte de prudencia. En el aforismo 60 dice: “Buenos dictámenes. Nácense algunos prudentes: entran con esta ventaja de la sindéresis conatural en la sabiduría, y assí tienen la metad andada para los aciertos. Con la edad y la experiencia viene a sazonarse del todo la razón, y llegan a un juicio mui templado. Abominan de todo capricho como de tentación de la cordura, y más en materias de estado, donde por la suma importancia se requiere la total seguridad. Merecen éstos la asistencia al governalle, o para exercicio o para consejo”. Es obvio que el díscolo jesuita aragonés matizaba a Santo Tomás al considerar que, aunque algunos nacen prudentes, conviene contar también con la edad y la experiencia para alcanzar la condición de juicioso.

El nivel intelectual del concepto de sindéresis (combinación de razón y prudencia moral) empleado por los escritores españoles de los siglos XVI y XVII es muy superior al concepto de razón que inyectaron los ilustrados franceses y anglosajones en el XVIII. Frente al pragmatismo y la sensatez de Gracián, llegó el idealismo y la engañosa liberación, por vía narcisista, de Kant, el cual escribió en ¿Qué es la Ilustración?: “Uno mismo es el culpable de dicha minoría de edad cuando su causa no reside en la falta de entendimiento, sino en la falta de resolución y valor para servirse del suyo propio sin la guía del de algún otro. ¡Sapere aude! ¡Ten valor para servirte de tu propio entendimiento! Tal es el lema de la Ilustración.”

Frente a tanta maldad es preciso añadir filtros de sensatez. Sería prudente, por ejemplo, que los altos cargos de la administración, incluyendo los rectores, pasaran exámenes públicos en evaluación continua de sindéresis

A eso lo llamaron luces, lo cual ya es indicio de estafa, de puro embeleco como decía Quevedo. La propaganda que hace Kant de tan deslumbrantes destellos no está lejos de los rutilantes e ilustrados disparates que había lanzado Rousseau años antes: “El hombre es un ser naturalmente bueno, amante de la justicia y del orden; que no hay de ningún modo nada de perversidad original en el corazón humano.”

Y así comenzó la lenta agonía de la sindéresis en Occidente. Gracián, que se daba cuenta de cómo evolucionaba una cultura donde las ensoñaciones proliferaban y extendían las equivocaciones, lanzó un programa de mínimos imprescindibles para una vida digna y prudente. La sindéresis podía ser cultivada por medio de una buena enseñanza, pero hoy apenas hay rastro de ella en las aulas y, mucho menos, en los rectorados de las universidades.

¿Un rector con sindéresis habría acudido a la llamada de la esposa de un falso doctor para fomentar negocios cuya sostenibilidad empieza y acaba en las fantasías totalitarias del yugo 2030? ¿Un rector con sindéresis dilapidaría el prestigio de su institución concediendo distinciones y doctorados honoris causa a personajes como Gustavo Petro, Rodríguez Zapatero o J. Manuel Santos?

En ausencia de sindéresis, impera el fomes pecatti. Frente a tanta maldad es preciso añadir filtros de sensatez. Sería prudente, por ejemplo, que los altos cargos de la administración, incluyendo los rectores, pasaran exámenes públicos en evaluación continua de sindéresis. La elección democrática no basta para seleccionar a los mejores en los puestos en los que se pueden fomentar desastres para el común.

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