En estos meses que llevamos sufriendo uno de los mayores envites de inflación de las últimas décadas, lo que queda claro es que este proceso económico es profundamente desconocido en cuanto a su naturaleza. Y no solo entre legos de la economía.
Por ejemplo, nada más iniciarse hace ya un año, muchos quisieron ver una estanflación donde no lo había. Pensemos que la estanflación tiene naturaleza de largo plazo, por lo que es imposible reconocerla en pocas semanas. Hoy, ya pasado un tiempo, aún no hay visos de su presencia, mientras que con la vuelta de no pocos precios internacionales hacia su media, las probabilidades de que seremos victimas de esta en el medio plazo se han reducido, aunque sea levemente. Además, las expectativas de subidas de precios también se han dado la vuelta en países como EE.UU., lo que da cuenta de esta menor probabilidad.
Sin embargo, esta aclaración no debe servir para blanquear a la inflación. Que esta se encuentre en los niveles actuales tiene consecuencias muy duras y nocivas para la economía y para los ciudadanos que en ella desarrollan su vida y su actividad económica. Que este proceso inflacionario haya afectado principalmente a los productos energéticos, a los de alimentación y, en segunda derivada, al resto, hacen del mismo un problema de primer orden.
A las consecuencias negativas tradicionales de la inflación hay que sumar aquellas que son fiscales. Por ejemplo, históricamente, conscientemente o inconscientemente, los gobiernos han aprovechado su desorbitado privilegio para crear inflación y lograr que la devaluación de su moneda provocara la devaluación de la deuda denominada en ella. De este modo la inflación ha facilitado, en no pocas ocasiones, que la carga del endeudamiento público se viera menguada por el simple paso del tiempo. Así pues, gobiernos muy endeudados siempre han tenido incentivos para crear inflación para que, de esta manera, la deuda desaparezca de forma natural a pesar de empobrecer con ello a sus ciudadanos.
Sin embargo, en democracia el uso de este desorbitado privilegio es mucho más difícil de ejercitar. Más aún, la independencia de los bancos centrales esteriliza en buena parte esta opción. Democráticamente, además, la estabilidad política de un gobierno que genera inflación no estaría asegurada. En estos casos, lo que los ciudadanos exigirían sería estabilidad económica, por lo que los gobiernos serían impelidos a buscar soluciones frente a ser beneficiarios activos o pasivos del empobrecimiento de sus votantes.
Otra consecuencia fiscal de la inflación es la capacidad de los gobiernos para extraer más rentas a través de impuestos. No en vano, hay quienes han exigido al gobierno que no se aproveche de la inflación, acusándolo en estos meses por “enriquecerse” gracias a esta y, además, a costa de los ciudadanos. Además de hacerlo a través de una mayor recaudación vía impuestos indirectos, algunos han exigido que evite aprovecharse de la inflación para elevar la recaudación a través de impuestos directos, como es el de la renta.
¿Cómo puede un gobierno extraer más renta de los contribuyentes con inflación a través de un impuesto como es el de la renta? El mecanismo que lo logra es muy sencillo. Seguro que muchos lo conocen, pero permítanme un pequeño paréntesis para que todos lo tengamos claro.
Cuando los agentes sociales, empresas y resto de ciudadanos elevan sus rentas en términos nominales para poder responder a la pérdida de poder adquisitivo, éstas escalan a lo largo de los diferentes tramos por los que se gravan dichas rentas en el impuesto sobre la renta. La condición es que estos tramos se mantengan constantes
Cuando los agentes sociales, empresas y resto de ciudadanos elevan sus rentas en términos nominales para poder responder a la pérdida de poder adquisitivo, éstas escalan a lo largo de los diferentes tramos por los que se gravan dichas rentas en el impuesto sobre la renta. La condición es que estos tramos se mantengan constantes. De forma artificial, aunque los salarios y las rentas reales no crezcan o lo hagan escasamente en un proceso de inflación permanente (estanflación), los gobiernos son capaces de elevar la recaudación a través de este paseo artificial de los ingresos de trabajadores y empresas a lo largo de los tramos de renta.
Es en este caso cuando tiene sentido hablar de deflactar los tramos del IRPF. Es decir, desplazar (elevar) a su vez los umbrales de dichos tramos de tal modo que, a pesar de que nuestros salarios o rentas crezcan como consecuencia de una espiral de inflación, nuestra “situación fiscal” no cambie y sigamos pagando un mismo porcentaje de nuestros ingresos como impuestos. Nada que reprochar.
Ahora bien, aquí viene el problema si recuerdan la introducción a este artículo. Si el actual episodio de inflación no tiene las características de una espiral inflacionista o estanflación y, ni en la práctica ni en los datos de rentas se observa que haya comenzado este proceso de crecimiento acompasando a los precios, entonces ¿tiene sentido deflactar los tramos del impuesto sobre la renta? La respuesta es no, no lo tiene.
Obviamente aquí, lo que hay, es una cuestión de carácter propositivo. Si el producto que se quiere vender, aludiendo a un incremento en los umbrales de los tramos de renta, es dejar más renta al ciudadano para que aumente su capacidad adquisitiva, entonces lo que se propone no deja de ser una simple medida de reducción impositiva. Quiero decir, el problema es simplemente de error conceptual, en la medida que se desconoce qué está pasando. No tiene sentido hablar de deflactar los tramos de la renta aludiendo a que hay un proceso de inflación y que, por lo tanto, se podría evitar que los trabajadores y los empresarios pagaran más impuestos por el simple hecho automático de actualización de rentas.
Es necesario debatir y proponer con conocimiento de causa, y lo que han demostrado muchos durante estos meses es que les lleva más el poder de su corazón que el de su mente. Entender la naturaleza de los problemas económicos es fundamental para resolverlos. Si no, lo que estaremos haciendo es añadir problemas a los problemas. Y esto no es bueno.
Ahora bien, si lo que se quiere es deflactar para devolver renta a las familias, entonces podremos estar más o menos de acuerdo, pero es una simple bajada de impuestos. Habría que explicar en qué se va a ahorrar para no aumentar los déficits (ni mencione a Laffer, por favor) o por qué no se usan otras políticas de resultados similares, pero más eficientes en términos de ayudar a quienes más lo necesitan (créditos fiscales). Finalmente, si no se reduce gasto es una política fiscal expansiva que, por su propia naturaleza, es inflacionaria.
En resumen, estamos viviendo varios episodios dialécticos y cuya base y fundamento es nuestra situación actual en términos de inflación. Resulta muy interesante a la par que descorazonador pensar que es así porque estamos atravesando uno de los momentos más difíciles desde el punto de vista económico desde la Gran Recesión. Sin embargo, es necesario debatir y es necesario proponer con conocimiento de causa, y lo que han demostrado muchos durante estos meses es que les lleva más el poder de su corazón que el de su mente. Entender la naturaleza de los problemas económicos es fundamental para resolverlos. Si no, lo que estaremos haciendo es añadir problemas a los problemas. Y esto no es bueno.
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